Werther
Veterano
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Todos los hombres, por naturaleza, odian a las mujeres (bueno, he exagerado un poco. Que se quede en que los hombres, por naturaleza, no comprenden a la mujer y se quedan turbados ante su forma de actuar). Algunos más, otros menos; pero todos, en definitiva, se ven envueltos de este sentimiento. Esto es una verdad evidente ¿Pero de dónde procede esta inquina al “bello sexo”? El origen es el siguiente:
Los hombres somos seres eminentemente idealistas. Nos gusta idealizarlo todo. Vemos una realidad, y la conceptuamos de una manera que podemos llamar romántica. El hecho es la realidad tal como ocurre objetivamente, pero en nuestra razón lo convertimos en una utopía y en nuestro corazón en un ensueño. Esto es lo que nos ocurre precisamente con el concepto de mujer. El hombre crea dentro de si esa noción y la dota de todas las bellas y buenas características que para él adornan a lo femenino: tales como nobleza, templanza, cariño, valentía, amor, sinceridad, consuelo, belleza, romanticismo, maternidad, pasión, timidez, pudor, etc…
A medida que va creciendo como individuo, su imaginario se va empapando de un concepto de la mujer creado por su tendencia a idealizar todo hecho objetivo que para él posee importancia, hasta que llegado el momento se ha de confrontar con la cruda realidad; y aquí es cuando ser y deber ser entran en contradicción, produciendo que todos los castillos que el hombre se había creado en su mente y en su corazón acerca de lo femenino se desvanezcan como el humo. Al entrar en contacto con la mujer real y subconscientemente al compararla con su concepto de mujer ideal, entra en un proceso de profunda perplejidad y sobrecogedora decepción. De aquí al odio (o mejor dicho desconcierto), por sentirse completamente engañado, sólo hay un paso.
Los hombres somos seres eminentemente idealistas. Nos gusta idealizarlo todo. Vemos una realidad, y la conceptuamos de una manera que podemos llamar romántica. El hecho es la realidad tal como ocurre objetivamente, pero en nuestra razón lo convertimos en una utopía y en nuestro corazón en un ensueño. Esto es lo que nos ocurre precisamente con el concepto de mujer. El hombre crea dentro de si esa noción y la dota de todas las bellas y buenas características que para él adornan a lo femenino: tales como nobleza, templanza, cariño, valentía, amor, sinceridad, consuelo, belleza, romanticismo, maternidad, pasión, timidez, pudor, etc…
A medida que va creciendo como individuo, su imaginario se va empapando de un concepto de la mujer creado por su tendencia a idealizar todo hecho objetivo que para él posee importancia, hasta que llegado el momento se ha de confrontar con la cruda realidad; y aquí es cuando ser y deber ser entran en contradicción, produciendo que todos los castillos que el hombre se había creado en su mente y en su corazón acerca de lo femenino se desvanezcan como el humo. Al entrar en contacto con la mujer real y subconscientemente al compararla con su concepto de mujer ideal, entra en un proceso de profunda perplejidad y sobrecogedora decepción. De aquí al odio (o mejor dicho desconcierto), por sentirse completamente engañado, sólo hay un paso.