Sir Ano de Bergerac
La becaria de Aramís Fuster.
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Siempre le he tenido respeto a mi padre. Aun así, hubo de fondo una pequeña rivalidad, un desafío constante. Ahora que me hago mayor y cada vez preciso menos de una figura paternal y por lo tanto me alejo de él, empiezo a entender lo que quería conseguir conmigo, lo que en un principio siempre interpreté como envidia y nerviosismo, ahora soy capaz de verlo como una intuición educadora fuera de serie. Nunca me ha demostrado cariño y eso ha tenido un efecto positivo.
Como más me ha enseñado ha sido jugando al ajedrez. Siendo bastante pequeño empezamos a jugar regularmente; era duro, gustaba de humillar y no pasaba ni una. A través de ese juego, consciente o inconscientemente me ha trasmitido más sabiduría que de ninguna otra forma, lecciones con su utilidad en el mundo real, que en su forma más abstracta y simple, movimientos de piezas, se asimilaba mejor que de cualquier otra forma.
Mi padre, consciente de esto que tratamos, que terminamos por ser la viva imagen de nuestros progenitores, hurgó en su personalidad e intentó rescatar lo más noble para inculcármelo y hacerme ver la importancia de ello. Nunca me ha gustado parecerme a él, pero pasada esa rivalidad juvenil lo tomo con mejor gana; ya no me importa ser soberbio, testarudo e incluso desagradable. Digamos que no me ha hecho mejor que a él, porque en el fondo somos lo mismo, pero sí me ha hecho más práctico, sus defectos que en él eran y son inútiles, tienen un pequeño provecho en mí.
Cuanto más alejado estés de él, cuanto más le odies en tu adolescencia, más parecido a él acabarás siendo. Esta ha sido mi pequeña reflexión y descubrimiento en este insoportable día de resaca. Espero no molestar.
Como más me ha enseñado ha sido jugando al ajedrez. Siendo bastante pequeño empezamos a jugar regularmente; era duro, gustaba de humillar y no pasaba ni una. A través de ese juego, consciente o inconscientemente me ha trasmitido más sabiduría que de ninguna otra forma, lecciones con su utilidad en el mundo real, que en su forma más abstracta y simple, movimientos de piezas, se asimilaba mejor que de cualquier otra forma.
Mi padre, consciente de esto que tratamos, que terminamos por ser la viva imagen de nuestros progenitores, hurgó en su personalidad e intentó rescatar lo más noble para inculcármelo y hacerme ver la importancia de ello. Nunca me ha gustado parecerme a él, pero pasada esa rivalidad juvenil lo tomo con mejor gana; ya no me importa ser soberbio, testarudo e incluso desagradable. Digamos que no me ha hecho mejor que a él, porque en el fondo somos lo mismo, pero sí me ha hecho más práctico, sus defectos que en él eran y son inútiles, tienen un pequeño provecho en mí.
Cuanto más alejado estés de él, cuanto más le odies en tu adolescencia, más parecido a él acabarás siendo. Esta ha sido mi pequeña reflexión y descubrimiento en este insoportable día de resaca. Espero no molestar.