Spawner
Muerto por dentro
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Como os he contado alguna vez, hace años trabajé de monitor de campamentos. Unos amigos y yo, nos metimos en un club de montañismo y ahí que nos tiramos un tiempo. Estuvo realmente bien porque los monitores, y las monitoras, iban y venían y eso nos permitía empezar a tener nuestros primeros escarceos abiertamente sexuales por la noche mientras los críos dormían. Teníamos 18 años o así y, en función del perfíl que cada uno tuviera, se nos asignaban educandos de mayor o menor edad. Yo, casi siempre, por ser un grandullón brutote, estaba con los mayores.
Compartimos -o, más bien, alternamos- novias. La que uno se había follado dos veces durante los 15 días de campamento era la compañera de saco y tienda de otro en la semana venidera. Y así y así. Alguno, incluso, llegó a hacer un amago de trío en una tienda tras una noche de ron y porros. Otro fue pillado por un pequeñín de no más de 7 años que llegó corriendo al comedor asustado porque una monitora estaba en la poza haciendo ruidos muy raros [el monitor, por suerte, estaba bajo el agua haciendo el molinillo con la lengua] que nosotros interrumpimos entre risas mientras les decíamos que tenían que ser un poco más discretos.
También teníamos que ir a cursos de reciclaje y formación donde, durante un fin de semana, dormías con gente de tu misma edad y comunidad que estaban tan salidos como tú, así que era fácil meter mano bajo tanga.
Estábamos muy salidos.
Algunos de los educandos ya rondaban los 17 años. De hecho, lo habitual era que, al pasar a ser mayor de edad, uno se sacase los mismos cursos y se quedase como educador. El hecho es que, en nuestra mayoría de edad recién adquirida, íbamos intuyendo qué muchachas de 16 ó 17 años podrían ser nuestro futuro objetivo cuando dieran el salto y pasasen a ser de los que mandan en lugar de los que obedecen.
Se forjaron buenas relaciones y, pasados los años, seguimos siendo bastante amigos -al menos de algunos-. Con unos de ellos tengo un grupo de WhatsApp de tíos que, como es obvio, sólo sirve para compartir fotos de instagrames de muchachas que conozcamos. Hace no mucho, empezó a ser algo habitual compartir fotos en bikini de una de esas muchachas que fue responsabilidad nuestra. Ya tiene sus 22 añazos y la tía está que se rompe. Yo ni la recordaba porque era de las pequeñitas cuando yo estaba de monitor y en esos campamentos había más de un centenar de educandos, así que te centrabas en los 30 que te tocaban y listo.
El hecho es que la tipa es puro morbo y, como todas las de esta época, lo sabe y lo explota. Que si fotos en tanga en la playa, que si una foto bajándose la cremallera de un bañador para enseñar el tatuaje de un mandala bajo el canalillo, que si una foto tumbada boca arriba mordiéndose un labio... En fin, lo típico de estos tiempos.
La cosa es que le he empezado a coger asco. Está muy buena y todo lo que quieras, pero he empezado a no sentirme atraído por ella. De hecho, así lo manifesté y llegué a decir algo así como "sólo me la follaría para hacérselo pasar mal".
Hay otra muchacha en el gimnasio al que suelo ir que, el año pasado, era puro sexo. Una canaria menuda, de pelo rizado y mirada felina, que hacía deporte embutida en mallas mientras su ojos verdes cristalinos miraban con sincera indiferencia al resto de usuarios. En su afán por no llamar la atención -aunque obviamente lo hacía- se ocultaba una elegancia de movimientos que eran la esencia de la seducción inconsciente. Saludaba discretamente y, aunque llevaba ropa ceñida, no exageraba sus posturas sino que su cuerpo, absolutamente apetecible, reclamaba de forma natural y no intencionada la atención de la que era justo merecedor. De hecho, así se lo hice saber muchas veces a mi pareja que no podía más que acordar con mi pensamiento mientras afirmaba: sí, está muy buena, a mí me pone.
Desapareció durante el verano -los estudiantes son así- y ahora ha regresado. Y ha sido como encontrarte con alguien que, de ser fumador confeso, pasa a ser exfumador. Todas las virtudes antes relatadas se han deformado y ahora se ven exageradas, como vistas a través de un cristal gordo lleno de esperpento. Busca sentirse escrutada y analizada en cada gesto que realiza y su altivez es palmaria. Tiene maneras de modelo de pasarela y siempre va cargada de esa sonrisa autocomplaciente que parece manifestar que lleva dentro del coño un vibrador que reacciona al sonido ambiente. Creo que "sólo me la follaría para hacérselo pasar mal", pensé, triste, el pasado jueves mientras la vi ponerse a hacer ejercicio justo en medio del sitio en que más hombres había.
Hay otra que es similar, la Kardashian la llaman algunos porque tiene un culo en el que puede comer una familia de mormones y aún sobraría espacio para una del Opus. Ésta siempre ha sido estirada, siempre hace ruidos y gemidos exagerados sólo por reclamar miradas, siempre se pega tirones de los elásticos de los shorts para que éstos vuelvan a su sitio con un sonoro plás. Siempre ha sido, en definitiva, una instagramer en vida. "Sólo me la follaría para hacérselo pasar mal".
Y es que me pasa un poco eso. Con estas mujeres que están tan pagadas de sí mismas que se consideran el summum del erotismo como si de unas Bilquis de carne y hueso se tratase, ésas que en su comportamiento se muestran como si fueran el epítome de las pasiones, las que todo lo pueden hacer y a nada se niegan porque son capaces de satisfacer hasta la más íntima perversión, sólo me apetece hacerlas sufrir. Creo que tiene que ver con la atracción por la destrucción de la perfección. Es algo parecido a lo que me ocurre con el sexo anal. El ansia por destrozar el objeto de adoración para ser uno el único que ha podido hacer lo que todos quieren. Porque contemplar y admirar el David de Miguel Ángel lo hace cualquiera, pero decapitarlo sólo puede hacerlo uno. Porque todo el mundo puede enumerar las virtudes de La Mona Lisa, pero sólo uno puede prenderle fuego. Porque follarse a una tipa que ansía ser follada y así lo demuestra en su día a día esperando que, al terminar, le digas lo buena que es con las contracciones pélvicas lo hace cada hijo de vecino que pase por su cama, pero follarla con dureza, con cierta violencia y que, aunque no le esté gustando no lo manifieste porque, en su rol de diosa del sexo, no puede permitirse decir que por ahí no, sólo lo puede hacer uno.
Evidentemente esto sólo es una reflexión a media voz. Seguro que luego sería uno más del montón que se hundiría en su coño para desaparecer para siempre mientras canto loas de obediencia pero, así, en frío y sin sangre en la entrepierna, la idea es otra. Y no deja de ser raro que ciertas mujeres, que inicialmente nos provocaban todo tipo de deseos, pasen a ser sólo una tipa a la que, por sus maneras, sólo te follarías como te follarías a una puta de rotonda que se queja más de la cuenta mientras le recuerdas que has pagado por cada uno de los segundos que dura el acto.
¿Hay alguna mujer que os inspire una sensación parecida? ¿Hay alguna que haya pasado de ser musa de pajas a imagen de odio?
Compartimos -o, más bien, alternamos- novias. La que uno se había follado dos veces durante los 15 días de campamento era la compañera de saco y tienda de otro en la semana venidera. Y así y así. Alguno, incluso, llegó a hacer un amago de trío en una tienda tras una noche de ron y porros. Otro fue pillado por un pequeñín de no más de 7 años que llegó corriendo al comedor asustado porque una monitora estaba en la poza haciendo ruidos muy raros [el monitor, por suerte, estaba bajo el agua haciendo el molinillo con la lengua] que nosotros interrumpimos entre risas mientras les decíamos que tenían que ser un poco más discretos.
También teníamos que ir a cursos de reciclaje y formación donde, durante un fin de semana, dormías con gente de tu misma edad y comunidad que estaban tan salidos como tú, así que era fácil meter mano bajo tanga.
Estábamos muy salidos.
Algunos de los educandos ya rondaban los 17 años. De hecho, lo habitual era que, al pasar a ser mayor de edad, uno se sacase los mismos cursos y se quedase como educador. El hecho es que, en nuestra mayoría de edad recién adquirida, íbamos intuyendo qué muchachas de 16 ó 17 años podrían ser nuestro futuro objetivo cuando dieran el salto y pasasen a ser de los que mandan en lugar de los que obedecen.
Se forjaron buenas relaciones y, pasados los años, seguimos siendo bastante amigos -al menos de algunos-. Con unos de ellos tengo un grupo de WhatsApp de tíos que, como es obvio, sólo sirve para compartir fotos de instagrames de muchachas que conozcamos. Hace no mucho, empezó a ser algo habitual compartir fotos en bikini de una de esas muchachas que fue responsabilidad nuestra. Ya tiene sus 22 añazos y la tía está que se rompe. Yo ni la recordaba porque era de las pequeñitas cuando yo estaba de monitor y en esos campamentos había más de un centenar de educandos, así que te centrabas en los 30 que te tocaban y listo.
El hecho es que la tipa es puro morbo y, como todas las de esta época, lo sabe y lo explota. Que si fotos en tanga en la playa, que si una foto bajándose la cremallera de un bañador para enseñar el tatuaje de un mandala bajo el canalillo, que si una foto tumbada boca arriba mordiéndose un labio... En fin, lo típico de estos tiempos.
La cosa es que le he empezado a coger asco. Está muy buena y todo lo que quieras, pero he empezado a no sentirme atraído por ella. De hecho, así lo manifesté y llegué a decir algo así como "sólo me la follaría para hacérselo pasar mal".
Hay otra muchacha en el gimnasio al que suelo ir que, el año pasado, era puro sexo. Una canaria menuda, de pelo rizado y mirada felina, que hacía deporte embutida en mallas mientras su ojos verdes cristalinos miraban con sincera indiferencia al resto de usuarios. En su afán por no llamar la atención -aunque obviamente lo hacía- se ocultaba una elegancia de movimientos que eran la esencia de la seducción inconsciente. Saludaba discretamente y, aunque llevaba ropa ceñida, no exageraba sus posturas sino que su cuerpo, absolutamente apetecible, reclamaba de forma natural y no intencionada la atención de la que era justo merecedor. De hecho, así se lo hice saber muchas veces a mi pareja que no podía más que acordar con mi pensamiento mientras afirmaba: sí, está muy buena, a mí me pone.
Desapareció durante el verano -los estudiantes son así- y ahora ha regresado. Y ha sido como encontrarte con alguien que, de ser fumador confeso, pasa a ser exfumador. Todas las virtudes antes relatadas se han deformado y ahora se ven exageradas, como vistas a través de un cristal gordo lleno de esperpento. Busca sentirse escrutada y analizada en cada gesto que realiza y su altivez es palmaria. Tiene maneras de modelo de pasarela y siempre va cargada de esa sonrisa autocomplaciente que parece manifestar que lleva dentro del coño un vibrador que reacciona al sonido ambiente. Creo que "sólo me la follaría para hacérselo pasar mal", pensé, triste, el pasado jueves mientras la vi ponerse a hacer ejercicio justo en medio del sitio en que más hombres había.
Hay otra que es similar, la Kardashian la llaman algunos porque tiene un culo en el que puede comer una familia de mormones y aún sobraría espacio para una del Opus. Ésta siempre ha sido estirada, siempre hace ruidos y gemidos exagerados sólo por reclamar miradas, siempre se pega tirones de los elásticos de los shorts para que éstos vuelvan a su sitio con un sonoro plás. Siempre ha sido, en definitiva, una instagramer en vida. "Sólo me la follaría para hacérselo pasar mal".
Y es que me pasa un poco eso. Con estas mujeres que están tan pagadas de sí mismas que se consideran el summum del erotismo como si de unas Bilquis de carne y hueso se tratase, ésas que en su comportamiento se muestran como si fueran el epítome de las pasiones, las que todo lo pueden hacer y a nada se niegan porque son capaces de satisfacer hasta la más íntima perversión, sólo me apetece hacerlas sufrir. Creo que tiene que ver con la atracción por la destrucción de la perfección. Es algo parecido a lo que me ocurre con el sexo anal. El ansia por destrozar el objeto de adoración para ser uno el único que ha podido hacer lo que todos quieren. Porque contemplar y admirar el David de Miguel Ángel lo hace cualquiera, pero decapitarlo sólo puede hacerlo uno. Porque todo el mundo puede enumerar las virtudes de La Mona Lisa, pero sólo uno puede prenderle fuego. Porque follarse a una tipa que ansía ser follada y así lo demuestra en su día a día esperando que, al terminar, le digas lo buena que es con las contracciones pélvicas lo hace cada hijo de vecino que pase por su cama, pero follarla con dureza, con cierta violencia y que, aunque no le esté gustando no lo manifieste porque, en su rol de diosa del sexo, no puede permitirse decir que por ahí no, sólo lo puede hacer uno.
Evidentemente esto sólo es una reflexión a media voz. Seguro que luego sería uno más del montón que se hundiría en su coño para desaparecer para siempre mientras canto loas de obediencia pero, así, en frío y sin sangre en la entrepierna, la idea es otra. Y no deja de ser raro que ciertas mujeres, que inicialmente nos provocaban todo tipo de deseos, pasen a ser sólo una tipa a la que, por sus maneras, sólo te follarías como te follarías a una puta de rotonda que se queja más de la cuenta mientras le recuerdas que has pagado por cada uno de los segundos que dura el acto.
¿Hay alguna mujer que os inspire una sensación parecida? ¿Hay alguna que haya pasado de ser musa de pajas a imagen de odio?
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