En un programa documental de la televisión pública catalana aparece un hombre al que han pedido una opinión sobre el atentado que sufrió Federico Jiménez Losantos hace veinticinco años. El hombre dice: "En un momento determinado estas cosas se han de parar. Es preciso un cierto nivel de violencia respecto a esta gente. Porque entre otras cosas sólo entienden este lenguaje". Quien sea el hombre no importa nada. Cualquiera, es cualquiera. La cuestión fundamental es que la televisión pública reproduzca sus palabras. Aún más fundamental: que estas palabras no hayan provocado ninguna reacción en Cataluña. Hace algunas semanas la televisión pública madrileña emitió un reportaje sobre el paisaje lingüístico catalán. A las pocas horas radios y televisiones tronaban alucinadas. Yo mismo fui convocado (y acudí con gusto) a un programa de la Cadena Ser, dada la situación de alarma generada. Bien es verdad que lo primero que hice, con la amable venia de la presentadora, fue preguntarme qué hacía allí.
Ahora he esperado horas, incluso días. Ninguna convocatoria. La tranquilidad es general. Sobre esa calma, perfectamente inmoral, ha habido uno, incluso, que se ha permitido manosear la herida (el trau ha dicho en vernáculo) de la pierna de Jiménez Losantos: "Desde aquel día no para de salirle bilis negra". Este es el apestoso problema de algunas cabezas, por seguir en el trance metafórico: creen que es bilis la sangre de los otros. Pero ya digo: absoluta calma. No es fácil de comprender. La televisión pública vocea la amenaza intolerable de un hombre. Sí, amenazas. Sólo cabe fijarse en la manera cómo está construida esta frase: "se han de parar/es preciso/sólo entienden". Claro presente de indicativo. No hay en ella solamente la legitimación retrospectiva de un crimen. Hay la voluntad, el programa, de seguir aplicando la violencia. Mejor dicho: un cierto nivel de violencia. El adjetivo es ciertísimo. Eso es lo que ha aplicado el nacionalismo en Cataluña. Las bombas en el pecho de Bultó y Viola fueron trágicamente ciertas; pero de otra certidumbre. Lo que caracteriza al pequeño país es lo que tan certeramente nombra este hombre. Del tiro en la pierna a la suave marginación civil todo es un cierto nivel de violencia. La violencia sobre Telemadrid y la ceremonia de transmutación de la sangre en bilis.
El documental sobre Terra Lliure que emitió la otra noche la televisión pública catalana fue, además de la apología, un ejercicio de estilo despreciable. El atontado aire heroico que supuraba. La trepidante estética de thriller, tan complaciente con el que corre tras dejar la bomba y tan contraindicada para la pesada lentitud de los cadáveres. Todo estaba narrado con la voz de los alegres muchachos del nacionalismo. Con sus eufemismos, en lo que son especialistas: ni una sola vez pronunciaron la palabra terrorismo o sus derivas. Es que no creen en la objetividad, los muchachos.
Hay algo más, por último, volviendo al hombre. Cuelga como el clavo: "Esta gente".