En esta época de ateísmo rampante, nihilismo al galope y baja autoestima, la solución tiene que ver con esta clase de señoritas, eternas optimistas, capaces de ilusionarse de igual modo con el fin del cáncer que con las rebajas de verano. Tienen fe, están convencidos de ser especiales y se mueven por el mundo como un general entre la tropa. Sus méritos no importan, es su actitud la que nos sirve de ejemplo, su forma de convertirse en un regalo para el mundo y dar grititos de comadreja cada vez que se le descoloca una pestaña o descubren la hipertrofia en los biceps de un turista nórdico. Son intensos, felices, ejemplares, desinhibidos, son las reinas del mundo.
Y que nadie se confunda, que en Rafa la heterosexualidad es granítica e irreductible, pero es aún mayor su sacrificio, el convencimiento de que la verdad de su verbo sólo tiene sentido a través de la renuncia. En este gulag de misandría que nos asola, un macho asertivo y pletórico de autoconfianza, es un proscrito, un casposo y un facha. Sólo a los maricas se les permite ser divinos. No le queda más remedio que traernos la luz y la palabra, la vivificante melodía de la vida parapetado tras un embuste multicolor de purpurina y sugerentes mallas. Es el profeta de la alegría, el heraldo festivo y glamouroso que nos recomienda, como centellada final, "vivir la vida". Se le ocurre y lo dice, él es así. Un genio.
Hay que cambiar el mundo y asociarnos al optimismo. La realidad marchita las ilusiones más enhiestas, echa légamo sobre los más preciados metales. Pero hay solución y hay caminos. Hay que cantar los goles del Madrid haciendo una voltereta y dando palmas con las manos muy juntas, entrar en la tasca con la camisa abierta y hablando en inglés, interrumpir la partida de dominó de los abuelos con un zapateado sobre la mesa poniéndoles en formación para incitarles a gritos a que muevan el coño. La solución está en el exceso, el destino se viste con camisas estampadas y pantalones metalizados. Rafa, cariño, empieza tú, que yo te sigo. ¿Quien se apunta?