Y esas revistas porno compradas en la infancia, poniendo la pasta entre todos y echando a suertes a quién le tocaba comprarla y pasar owned delante del quiosquero. Algunos se apiadaban de la curiosidad virginal por ver coños abiertos como ventanas y las vendían, otros quiosqueros prolongaban el owned y encima te ibas con las manos vacías (y nunca mejor dicho, tratándose de pajas).
Luego tocaba repartirse las páginas de la revista pa que cada uno se la cascara en sus respectivas casas, sin mariconadas. Había un modo muy justo para establecer el reparto y era ir pasando páginas, y el primero que dijese "¡mía!" y la arrancase, se la quedaba. Por supuesto, hasta un máximo por persona masturbatoria.
El lunes (o cuando ya estuviesen muy vistas) si las hojas no estaban muy manchadas se podían cambiar con el compañero de pupitre cual cromos.
Luego llegó internet y se acabó la magia del ritual de la revista. Los owneds del quiosquero pasaron a ser owneds de tu madre entrando en la habitación sin llamar y viendo como cierras una ventana del windows a toda hostia mientras suena un gemido por los altavoces y te subes el pantalón, todo a la vez.