Werther
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Todos los que hemos leído un poco de historia, y no nos hemos anegado en el mar de lágrimas que provoca la infausta historia de nuestra querida patria, hemos adquirido una cierta simpatía, unida a una benévola admiración, por alguna otra nación, de cuyo pueblo hubiéramos deseado formar parte.
Para mí, la nación más admirable es sin duda Gran Bretaña. Y lo digo con un poco de malestar, porque desde el punto de vista de las aportaciones intelectuales, Alemania es la nación que alberga mi más profunda simpatía. Y no solamente admiro a los germanos por ser el pueblo más poderosamente creativo que haya dado la historia de la humanidad, junto al pueblo griego, claro está, sino por el mar de profundas pasiones que me provoca el irracionalismo germano. Cuando Richard Wagner manifestó, con una elocuencia aplastante y provocando un explosión de aplausos y asentimientos entre el público de su auditorio, que ya le había tocado la hora a Alemania de ocupar su lugar bajo el sol, o cuando afirmaba que su nación, merced a su suprema espiritualidad, tenía el deber histórico de civilizar al resto de naciones europeas; no hacía sino dar voz al profundo sentimiento de superioridad que albergaba el alma del pueblo alemán.
Es este sentimiento de poderío de un pueblo el que no puede dejar impasible a un estudioso de la historia universal. Pero francamente, la voluntad de poder solamente ha llevado a los alemanes a la derrota y a la ruina.
Frente a todo avatar del destino, con una fuerza de voluntad aplastante, haciendo uso de un sentido común como ningún otro pueblo ha hecho gala ante los desafíos de la historia, se yergue triunfante Gran Bretaña. Nación vencedora donde las haya. Siempre han sabido qué hacer y cómo hacerlo. Nunca se han dejado llevar por irracionalismos estériles ni por utopías ridículas. Haciendo gala de una nula espiritualidad, pero de una asombrosa racionalidad. La historia universal es sin duda suya.
Hay muchos españoles que admira sobre todo a su país y a su historia frente a los demás países, y esto es completamente coherente. Pero, ¿es realmente una admiración objetiva?
Para mí, la nación más admirable es sin duda Gran Bretaña. Y lo digo con un poco de malestar, porque desde el punto de vista de las aportaciones intelectuales, Alemania es la nación que alberga mi más profunda simpatía. Y no solamente admiro a los germanos por ser el pueblo más poderosamente creativo que haya dado la historia de la humanidad, junto al pueblo griego, claro está, sino por el mar de profundas pasiones que me provoca el irracionalismo germano. Cuando Richard Wagner manifestó, con una elocuencia aplastante y provocando un explosión de aplausos y asentimientos entre el público de su auditorio, que ya le había tocado la hora a Alemania de ocupar su lugar bajo el sol, o cuando afirmaba que su nación, merced a su suprema espiritualidad, tenía el deber histórico de civilizar al resto de naciones europeas; no hacía sino dar voz al profundo sentimiento de superioridad que albergaba el alma del pueblo alemán.
Es este sentimiento de poderío de un pueblo el que no puede dejar impasible a un estudioso de la historia universal. Pero francamente, la voluntad de poder solamente ha llevado a los alemanes a la derrota y a la ruina.
Frente a todo avatar del destino, con una fuerza de voluntad aplastante, haciendo uso de un sentido común como ningún otro pueblo ha hecho gala ante los desafíos de la historia, se yergue triunfante Gran Bretaña. Nación vencedora donde las haya. Siempre han sabido qué hacer y cómo hacerlo. Nunca se han dejado llevar por irracionalismos estériles ni por utopías ridículas. Haciendo gala de una nula espiritualidad, pero de una asombrosa racionalidad. La historia universal es sin duda suya.
Hay muchos españoles que admira sobre todo a su país y a su historia frente a los demás países, y esto es completamente coherente. Pero, ¿es realmente una admiración objetiva?