stavroguin 11
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- 14 Oct 2010
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Una de las referencias constantes de este y otros foros. Príncipe de la incorrección política. Enfant terrible prostático de las letras gabachas. Misógino, racista y cruel. No hace prisioneros. Una vez más, hablamos de Houellebecq, como no.
Decía el gran Sábato que los escritores que persisten en la memoria son los que, más allá de la habelencia como juntaletras, crean mitos o los toman de nuestro inconsciente colectivo: lo que el llamaba Universales subjetivos. Alonso Quijano y Raskholnikov estarán con la humanidad para siempre, a pesar del genial desorden de los escritos de Cervantes y de que las novelas de DOSTOIEWSKI (siempre con mayúsculas) a veces parezcan un torrente desbordado por el deshielo de un glaciar más que un esmerado ejercicio de prosa.
Valérie es uno de esos mitos. Aclaro desde el principio que Valérie no existe. Ello no es un demérito del escritor: nadie le censura a Melville que los cachalotes albinos homicidas sean más bien escasos.
Creo que casi todos habéis leído "Plataforma": el individuo cuarentón, misántropo, putero, incapaz de expresar afecto, que rueda penosamente por el mundo hasta que aparece Valérie: joven, vital, bella, morbosa, adicta al sexo y capaz de darle un amor incondicional que cambia su mundo de golpe, hasta que la tragedia aparece para arrebatarle lo que más quiere...
Cuando leí el libro por vez primera, era algo más joven que el protagonista. Ahora soy varios años mayor. Como un especie de juego infantil e insustancial, esperaba que Valérie apareciese un día. Supongo que en algún barco perdido, un marinero cualquiera sueña con el surtidor de Moby Dick emergiendo por estribor. Por supuesto, sabría que nunca vendría, y que mi rutinaria y sórdida cotideanidad de solterón no iba a verse iluminada de repente por un ser maravilloso surgido de la nada que pusiese fin a los siniestros lupanares, las noches solitarias con mi gato, el cinismo y la brutalidad de mi carácter y las borracheras embrutecedoras. Pero imaginarlo me hacía sentir mejor, y esa es una función del mito: trascender lo cotidiano y relativizar la inmediatez cutre que te rodea.
Y como decía Mishima: no importa beber solo bajo las estrellas. Invito a la luna, y con mi sombra, ya somos tres.
Decía el gran Sábato que los escritores que persisten en la memoria son los que, más allá de la habelencia como juntaletras, crean mitos o los toman de nuestro inconsciente colectivo: lo que el llamaba Universales subjetivos. Alonso Quijano y Raskholnikov estarán con la humanidad para siempre, a pesar del genial desorden de los escritos de Cervantes y de que las novelas de DOSTOIEWSKI (siempre con mayúsculas) a veces parezcan un torrente desbordado por el deshielo de un glaciar más que un esmerado ejercicio de prosa.
Valérie es uno de esos mitos. Aclaro desde el principio que Valérie no existe. Ello no es un demérito del escritor: nadie le censura a Melville que los cachalotes albinos homicidas sean más bien escasos.
Creo que casi todos habéis leído "Plataforma": el individuo cuarentón, misántropo, putero, incapaz de expresar afecto, que rueda penosamente por el mundo hasta que aparece Valérie: joven, vital, bella, morbosa, adicta al sexo y capaz de darle un amor incondicional que cambia su mundo de golpe, hasta que la tragedia aparece para arrebatarle lo que más quiere...
Cuando leí el libro por vez primera, era algo más joven que el protagonista. Ahora soy varios años mayor. Como un especie de juego infantil e insustancial, esperaba que Valérie apareciese un día. Supongo que en algún barco perdido, un marinero cualquiera sueña con el surtidor de Moby Dick emergiendo por estribor. Por supuesto, sabría que nunca vendría, y que mi rutinaria y sórdida cotideanidad de solterón no iba a verse iluminada de repente por un ser maravilloso surgido de la nada que pusiese fin a los siniestros lupanares, las noches solitarias con mi gato, el cinismo y la brutalidad de mi carácter y las borracheras embrutecedoras. Pero imaginarlo me hacía sentir mejor, y esa es una función del mito: trascender lo cotidiano y relativizar la inmediatez cutre que te rodea.
Y como decía Mishima: no importa beber solo bajo las estrellas. Invito a la luna, y con mi sombra, ya somos tres.