saca-al-tarado
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- 22 Mar 2006
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La petarda media vive full time su fantasía relativa a que el cosmos gira en torno a su coño, el cual es un peculiar ente generador de caprichos a cada cual más estúpido.
¿Qué nos queda ante eso? Poco o nada, difícilmente saldremos de la espiral dictada por las hormonas, aunque si racionalizamos un poco y sabemos medir nuestras fuerzas tal vez obtengamos victorias.
Les pondré un ejemplo. Esta semana coincidí en la calle con una ex follamiga, datando nuestro último encuentro de cama de unos años atrás. Surgió de su iniciativa el "te invito a un café en mi casa", que en lenguaje de puta significa "voy a ver si te manipulo un rato", algo que me sugirió que la ocasión la pintaban calva.
Subimos a su piso, en el que había algunas reformas desde la última vez que acudí allí para ponerla mirando para La Meca, si bien el escenario me era reconocible; cierto es que una capa de pintura había borrado la sutil marca de alguno de mis lefazos, pero todo seguía más o menos igual.
La nena se puso "cómoda", a sus anchas, para lo que desapareció en su cuarto unos minutos y con ello hizo muestra de parte de su bien conocida artillería. Se recostó, gatuna, en el diván en el que tantas veces la había enculado y decliné su invitación de sentarme junto a ella. Me aposenté pues frente a frente, sentándome con perverso relajo en el sillón de orejas que había heredado de su padre. Estaba seguro que desde aquél lugar le habían sido impartidos, tiempo atrás, castigos, broncas y algunas dádivas por parte de papuchi, así que decidí ponerme a la tarea. Mi actitud era fría pero un tanto condescendiente al tiempo, digamos que se imponía ser didáctico, por lo cual las intenciones que preví por su parte de articular una loa nostálgica de los "viejos tiempos" se vieron atajadas de raíz a cada momento mediante todo tipo de observaciones quirúrgicas acerca de lo estúpido que era enaltecer el recuerdo de una relación que para mí (sic) "sólo había constituido un aliviadero periódico a acumulaciones indeseables de viscosos tóxicos que, por cierto, a ti se te antojaban una especie de maná".
Por otra parte, había tenido una inspiración fugaz pero maestra cuando desapareció para cambiarse: programé la alarma de mi móvil para que sonase un rato más adelante con el sonido de llamada entrante, calculando que en ese tiempo habría conducido la situación a mi campo y la tendría lista para el remate final. Sonó el tono, extraje ceremoniosamente el móvil de mi bolsillo, miré la pantalla con fingida sorpresa ante la falsa llamada y escenifiqué una breve conversación que daba idea acerca de la disponibliidad aquella tarde de una dama de la noche, con quien me unía gran familiaridad, quien se ponía a mi disposición para pasar un grato encuentro en plan rebajas de enero porque no tenía ganas ese día de trabajar a destajo y prefería dedicarse a mimar a un fiel cliente.
Disfruté sobremanera de su cara de asco y corté de raíz el inicio de un comentario censor con un lacónico "bueno, ha sido un placer, ahora tengo que irme".
Hubo un último momento de disfrute, cuando quiso despedirse de mí con un beso y yo la cogí de la cintura, le di la vuelta, forcé que su cabeza se humillase sobre el brazo del diván e hice el gesto con la pelvis de estar follándola con violencia desde atrás unas cuantas veces: "Bien, veo que este mueble sigue siendo útil para ciertos menesteres". Por cierto, les haré notar que el empleo de la expresión "mueble" fue intencionado, dejando campo suficiente para la duda sobre a qué o a quién me refería. Tras ello me largué.
Sí, claro, se puede aducir que no es coherente escapar a la trampa hormonal cayendo en otra de igual naturaleza, como es en mi caso el grato alivio a través de las putas, pero en ocasiones es preferible perder una mano antes de que el engranaje que la ha atrapado arrastre al resto del cuerpo. Además, qué gran placer poner en su lugar a una zorra.
¿Qué nos queda ante eso? Poco o nada, difícilmente saldremos de la espiral dictada por las hormonas, aunque si racionalizamos un poco y sabemos medir nuestras fuerzas tal vez obtengamos victorias.
Les pondré un ejemplo. Esta semana coincidí en la calle con una ex follamiga, datando nuestro último encuentro de cama de unos años atrás. Surgió de su iniciativa el "te invito a un café en mi casa", que en lenguaje de puta significa "voy a ver si te manipulo un rato", algo que me sugirió que la ocasión la pintaban calva.
Subimos a su piso, en el que había algunas reformas desde la última vez que acudí allí para ponerla mirando para La Meca, si bien el escenario me era reconocible; cierto es que una capa de pintura había borrado la sutil marca de alguno de mis lefazos, pero todo seguía más o menos igual.
La nena se puso "cómoda", a sus anchas, para lo que desapareció en su cuarto unos minutos y con ello hizo muestra de parte de su bien conocida artillería. Se recostó, gatuna, en el diván en el que tantas veces la había enculado y decliné su invitación de sentarme junto a ella. Me aposenté pues frente a frente, sentándome con perverso relajo en el sillón de orejas que había heredado de su padre. Estaba seguro que desde aquél lugar le habían sido impartidos, tiempo atrás, castigos, broncas y algunas dádivas por parte de papuchi, así que decidí ponerme a la tarea. Mi actitud era fría pero un tanto condescendiente al tiempo, digamos que se imponía ser didáctico, por lo cual las intenciones que preví por su parte de articular una loa nostálgica de los "viejos tiempos" se vieron atajadas de raíz a cada momento mediante todo tipo de observaciones quirúrgicas acerca de lo estúpido que era enaltecer el recuerdo de una relación que para mí (sic) "sólo había constituido un aliviadero periódico a acumulaciones indeseables de viscosos tóxicos que, por cierto, a ti se te antojaban una especie de maná".
Por otra parte, había tenido una inspiración fugaz pero maestra cuando desapareció para cambiarse: programé la alarma de mi móvil para que sonase un rato más adelante con el sonido de llamada entrante, calculando que en ese tiempo habría conducido la situación a mi campo y la tendría lista para el remate final. Sonó el tono, extraje ceremoniosamente el móvil de mi bolsillo, miré la pantalla con fingida sorpresa ante la falsa llamada y escenifiqué una breve conversación que daba idea acerca de la disponibliidad aquella tarde de una dama de la noche, con quien me unía gran familiaridad, quien se ponía a mi disposición para pasar un grato encuentro en plan rebajas de enero porque no tenía ganas ese día de trabajar a destajo y prefería dedicarse a mimar a un fiel cliente.
Disfruté sobremanera de su cara de asco y corté de raíz el inicio de un comentario censor con un lacónico "bueno, ha sido un placer, ahora tengo que irme".
Hubo un último momento de disfrute, cuando quiso despedirse de mí con un beso y yo la cogí de la cintura, le di la vuelta, forcé que su cabeza se humillase sobre el brazo del diván e hice el gesto con la pelvis de estar follándola con violencia desde atrás unas cuantas veces: "Bien, veo que este mueble sigue siendo útil para ciertos menesteres". Por cierto, les haré notar que el empleo de la expresión "mueble" fue intencionado, dejando campo suficiente para la duda sobre a qué o a quién me refería. Tras ello me largué.
Sí, claro, se puede aducir que no es coherente escapar a la trampa hormonal cayendo en otra de igual naturaleza, como es en mi caso el grato alivio a través de las putas, pero en ocasiones es preferible perder una mano antes de que el engranaje que la ha atrapado arrastre al resto del cuerpo. Además, qué gran placer poner en su lugar a una zorra.