A mí me tocó el tercer año, único examen del que me acuerdo, un texto de la alimentación de las ballenas. Recuerdo perfectamente la palabra "krill" intercalada en ese texto. Y nada de audios ni pollas: estaba escrito en una cartulina. Creo que faltas, entre las de ortografía y de pulsación, se admitían tres. Si se te iba un acento y dabas al retroceso para ponerlo eso era falta también. Se le llamaba "mosca", y el ojo avezado distinguía las moscas de las tildes puestas cuando se deben.
Se necesitan tres años de práctica casi diaria para escribir a trescientas pulsaciones por minuto, es decir, cinco teclas por segundo. No iba 100, 200, 300, a cien por curso, ni el examen duraba un minuto. El examen duraba tres minutos e iba así: si en tres minutos eras capaz de escribir sin faltas nueve líneas de cincuenta caracteres cada línea, más los consiguientes nueve saltos de carro (contaban cinco pulsaciones cada uno), eso equivalía a primero. Segundo eran doce líneas. Tercero quince. Lo jodido con estas cosas no es llegar a una velocidad decente, a esas nueve líneas en tres minutos, sino ese pequeño extra, igual que con los corredores de cien metros. Cien metros en diez segundos se los hacen cientos de corredores en todo el mundo, y con eso no te comes una mierda. Son las dos o tres putas décimas que hay que mejorar esos diez segundos las que diferencian al campeón olímpico de uno que corre que se las pela.
Acabo de hacer las cuentas: Primero son 155 pulsaciones. Segundo 220. Tercero 275. Para aprobar. Luego iban las notas, claro. Si escribías todo lo que había en la tarjeta y aún no había sonado la campana, volvías a empezar, y ahí era cuando ibas para nota. Yo en primero no me presenté, porque no llegaba. El segundo me presenté para sacar primero porque ya iba holgadísimo, y en el tercer año, donde ya sí llegaba a todo, para sacar segundo y tercero.
Nunca olvidaré la Olivetti M40, la Lexicon 80 ni la Underwood y su maravilloso sonido con las que aprendí.