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Radiografía de la España profunda.
La foto en la que salen las páginas de la Loka con el piojoso Melendi y el Bola es horo puro.
Que tiempos. Coches cutre tunning por todas partes, Los Serrano, las moda de barriada adoptando el fedora, la vuelta de los pantalones de campana a los armarios de las chonis, el descubrimiento del tanga como prenda para adolescentes...
Las fotos que trae el mongolo pajillero este generan, a día de hoy, nostalgia. Son casi todas sacadas con las primeras cámaras digitales cuyo uso se masificó, lo cual nos abrió la puerta a un terreno hasta entonces vedado para la grandísima mayoría de los hombres: la desnudez adolescente. Antes de este invento, la mayoría de los hombres no veía esto, unos pocos veían, a veces, una o dos; una infinitesimal parte, veían más de tres así. Y de repente, la magia: ahí estaban, en cueros y en actitud provocativa y lúbrica, todas nuestras vecinas, nuestras compañeras de clase, del trabajo, las que nos cruzábamos para ir a por el pan. Nunca antes tanta piel tan fresca fue vista por tantos ojos ni derramó tanta leche. Fue un antes y un después, un alumbramiento, por fin pudimos entrar en la intimidad de sus dormitorios, de sus cuartos de baño, y ver piel limpia y tersa, pechos llenos y turgentes, culos duros, cuerpos maravillosos y otros que no lo eran tanto y que tenían imperfecciones y gustaban precisamente por eso, porque todo era real, veraz, todo sin trampa ni cartón, de la cámara a tus ojos, sin Photoshop, sin maquillaje, sin filtros difusores como en la Playboy, barra libre cuerpos de dieciochoañeras desatadas. Imágenes inéditas, frescas, desconocidas, vedadas, secretas, la verdad por fin revelada.
Es enternecedor. Fijaos en ellas. En sus habitaciones, peluches, el cantante de moda, un globo, juguetes, los cuadernos del colegio, una colección de libros infantiles aún en la estantería; los dormitorios de contrachapado con la cama y la mesa y la estantería y el armario a juego, la consola de la abuela al lado de la torre de cds y ellas ya tocándose las tetas, enseñando el chocho, convertidas en auténticas putas por primera vez para nuestros ojos.
Después, como con todo, hasta esto se profesionalizó. Empezaron a cuidar la puesta en escena, empezaron a no dejar ver tanto y a insinuar más, empezaron las posturas de moda, los encuadres se repetían, los teléfonos empezaron tapar sus caras y a remplazar a las cámaras y nos daban unas imágenes de peor calidad y cuando alcanzaron y sobrepasaron la calidad de las estas, vino instagram y sus filtros y twitter , y este hálito de frescura, esa sensación de haber accedido al sancta sanctorum de quienes nos mostraban su primera sexualidad se perdió.
Nostalgia, porque hubo unos años, amigos, en los que accedimos a sus cuartos y las vimos desnudas, y fue maravilloso.