El Loco de las Coles
Famelic escaleto
- Registro
- 29 May 2005
- Mensajes
- 12.633
- Reacciones
- 2
En el horizonte, rompiendo la tranquilidad del atardecer, el color del ocaso. Tenía una forma familiar, y pese al engaño de su textura de algodón pude reconocerla en cuanto la miré. Era un enorme hongo nuclear, vaporoso, inmenso, inconfundible.
Sentí tristeza, una desazón como la que sienten los niños impacientes cuando una sopresa se retrasa, cuando quedan pocos días para celebrar su cumpleaños. Ese hongo me estaba enseñando su cara más amable, retándome, y por unos instantes que llegan hasta hoy mismo, deseé que la explosión hubiese sido real, que una enorme bola de fuego hubiese evaporado las vidas de todo lo que me rodeaba, limpiando la tierra y el aire de maldad, de amor, de bondad, de misericordia. Llenándolo todo de justicia.
¿Qué importaba ya? Mi vida se ha convertido en un continuo juego, y sólo obtengo placer cuando la apuesto tontamente, y le gano la partida a la muerte una y otra vez. Los sentimientos de todos los seres que me rodean no son más que chispazos eléctricos en una masa viscosa de neuronas arrugadas, y llevo desde los doce años sabiendo que no somos más que casualidades químicas en una reacción demasiado lenta, demasiado pesada, demasiado real.
Por eso adoro la energía pura, el fuego nuclear, el destello y la desaparición inmediata. Porque solo una corriente de aire de 400 km por hora y 3000 grados será capaz de acabar con las llamadas de una ex que pide sexo telefónico, con la incomprensión de una familia que no ha entendido nunca nada, con un sistema que me quiere sólo por lo que puedo producir. Y sé que ni siquiera desapareciendo solucionaré este desastre. No cometáis el error de rendiros. Quedaos conmigo y soñad con hongos nucleares de vapor de agua.
Y llorad cuando nadie mire.
Sentí tristeza, una desazón como la que sienten los niños impacientes cuando una sopresa se retrasa, cuando quedan pocos días para celebrar su cumpleaños. Ese hongo me estaba enseñando su cara más amable, retándome, y por unos instantes que llegan hasta hoy mismo, deseé que la explosión hubiese sido real, que una enorme bola de fuego hubiese evaporado las vidas de todo lo que me rodeaba, limpiando la tierra y el aire de maldad, de amor, de bondad, de misericordia. Llenándolo todo de justicia.
¿Qué importaba ya? Mi vida se ha convertido en un continuo juego, y sólo obtengo placer cuando la apuesto tontamente, y le gano la partida a la muerte una y otra vez. Los sentimientos de todos los seres que me rodean no son más que chispazos eléctricos en una masa viscosa de neuronas arrugadas, y llevo desde los doce años sabiendo que no somos más que casualidades químicas en una reacción demasiado lenta, demasiado pesada, demasiado real.
Por eso adoro la energía pura, el fuego nuclear, el destello y la desaparición inmediata. Porque solo una corriente de aire de 400 km por hora y 3000 grados será capaz de acabar con las llamadas de una ex que pide sexo telefónico, con la incomprensión de una familia que no ha entendido nunca nada, con un sistema que me quiere sólo por lo que puedo producir. Y sé que ni siquiera desapareciendo solucionaré este desastre. No cometáis el error de rendiros. Quedaos conmigo y soñad con hongos nucleares de vapor de agua.
Y llorad cuando nadie mire.