Libros Bibliotecas

ilovegintonic

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10 Nov 2006
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Antes de entrar en el tema del hilo me gustaría copiar aquí el maravilloso cuento de Borges -el primero de los suyos que leí- titulado "La biblioteca de Babel". Quizá cumpla para alguien la doble intención con la que lo pongo: la de que sea leído y disfrutado como yo lo he hecho tantas y tantas veces y la de ambientar el hilo.


La Biblioteca de Babel​

El universo (que otros llaman la Biblioteca) se componte de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito... La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante.

Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.

A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas.

El primero: La Biblioteca existe ab alterno. De esa verdad cuyo colorario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.

El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las letras MCV perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice «Oh tiempo tus pirámides». Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. (Yo sé de una región cerril cuyos bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano... Admiten que los inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese dictamen, ya veremos no es del todo falaz.)

Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas pretéritas o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios, usaban un lenguaje asaz diferente del que hablamos ahora; es verdad que unas millas a la derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso, lo repito, es verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterables MCV no pueden corresponder a ningún idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que cada letra podía influir en la subsiguiente y que el valor de MCV en la tercera línea de la página 71 no era el que puede tener la misma serie en otra posición de otra página, pero esa vaga tesis no prosperó. Otros pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido aceptada, aunque no en el sentido en que la formularon sus inventores.

Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior dio con un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico. También se descifró el contenido: nociones de análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.

Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron... Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero.

También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos... Hay buscadores oficiales, inquisidores. Yo los he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez, toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie espera descubrir nada.

A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema sugirió que cesaran las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos, hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónicos. Las autoridades se vieron obligadas a promulgar órdenes severas. La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres viejos que largamente se ocultaban en las letrinas, con unos discos de metal en un cubilete prohibido, y débilmente remedaban el divino desorden.

Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros. Su nombre es execrado, pero quienes deploran los «tesoros» que su frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único, irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la opinión general, me atrevo a suponer que las consecuencias de las depredaciones cometidas por los Purificadores, han sido exageradas por el horror que esos fanáticos provocaron. Los urgía el delirio de conquistar los libros del Hexágono Carmesí: libros de formato menor que los naturales; omnipotentes, ilustrados y mágicos.

También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto. Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años. No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre - ¡uno solo, aunque sea, hace miles de años! - lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.

Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de «la Biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira». Esas palabras que no sólo denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto pésimo y su desesperada ignorancia. En efecto, la Biblioteca incluye todas las estructuras verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un solo disparate absoluto. Inútil observar que el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula «Trueno peinado», y otro «El calambre de yeso» y otro «Axaxaxas mlo». Esas proposiciones, a primera vista incoherentes, sin duda son capaces de una justificación criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex hypothesi, ya figura en la Biblioteca. No puedo combinar unos caracteres dhcmrlchtdj que la divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no encierren un terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios. Hablar es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos, y también su refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?).

La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana - la única - está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.

Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar, lo cual es absurdo. Quienes la imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.


FIN

Pocas cosas me fascinan más que una biblioteca repleta de libros, pocos ambientes me parecen más elevados, más humanos, más recogidos que el de las bibliotecas. Las imágenes de bibliotecas siempre me han gustado, las fotos de anaqueles y anaqueles curvados por el peso de los libros siempre han suscitado en mí una emoción especial. He encontrado una página web cuyo contenido es, estrictamente, el de imágenes de bibliotecas. Son unas imágenes hermosísimas, fascinantes, al menos para mí. Espero encontrar entre los -desgraciadamente- pocos habituales de este foro a alguno con el que poder compartir estas imágenes, o hablar sobre bibliotecas. No me extiendo más, no quiero ser pesado, ya veremos si este hilo tira o se hunde en función de las respuestas a este post que pretende solamente hablar de algo que no son estrictamente libros, sino los edificios donde estos se guardan, y que no se ha tratado nunca y creo que puede merecer la pena.

También puede ser interesante compartir imágenes o comentar acerca de las bibliotecas privadas de la gente o de autores famosos, o bibliotecas famosas, o anécdotas relacionadas con ellas, o cualquier cosa análoga que se os pueda ocurrir acerca de este tema.

https://www.miragebookmark.ch/most-interesting-libraries.htm

*Sí, ya sé que esto son librerías, pero me da igual que haya en ellas o no caja y pegatinas con el pvp.
https://www.miragebookmark.ch/most-interesting-bookstores.htm
 
Yo desde hace dos años o así, paso casi todas las mañanas de invierno metido en la biblioteca. No se porque, pero me gusta la tranquilidad que allí se respira, la paz, el olor a libro, me siento cómodo y aveces voy incluso solo para leer el periodico o leer un libro y eso que cerca no la tengo
 
Pocas cosas me fascinan más que una biblioteca repleta de libros, pocos ambientes me parecen más elevados, más humanos, más recogidos que el de las bibliotecas.

No sé qué biblioteca frecuentará usted, pero la que frecuento yo no huele a libros. No huele a páginas gastadas. Ni a historia. Ni a avances científicos impensables en la época. Ni a sangre derramada en batallas que no sirvieron para nada. Ni a sueños frustrados. Ni a gritos agónicos. Ni a crema de calabacín -y es que también hay libros de cocina-.
La biblioteca huele a colonia. A colonia femenina.
A decenas de jóvenes estudiantes allí apiñadas entre mochilas y chaquetas.
¿Será posible que, por una vez en la Historia, a la mujer le interese algo más que su vida de pareja?, me preguntaba durante los primeros días, esperanzado.

Dos muchachas entran, cuchichean y ríen desde sus asientos. A los tres minutos se levantan y se dirigen a la salida, dejando sus mochilas sobre la mesa. Diez minutos después vuelven. Han salido a fumar. Se sientan, siguen cuchicheando. No abren las mochilas desde que llegan a la biblioteca, ni tampoco cogen ningún libro. Procuran sentarse en la mesa situada más al fondo, de modo que cada uno de sus paseos pueda ser visionado por absolutamente todos los presentes. Siguen riendo. Diez minutos después vuelven a ponerse la chaqueta y a hacer el camino hasta la salida. Cinco minutos más tarde están de nuevo de vuelta.
Toda este teatro dura unos cuarenta minutos, tiempo que transcurre hasta que, definitivamente, consideran que todos hemos podido admirar de sobra sus dos culos y se marchan.

De buena gana iría a la simpática funcionaria del mostrador a increparle que es una vergüenza que permitan entrar allí a tontas del culo que lo único que pretenden es lucirlo ante un montón de pajilleros sin dignidad que no merecen ser llamados HOMBRES.
Pero como me va a mandar callar, no voy.

Por eso y porque suelo estar empalmado.
 
Evidentemente hablo de bibliotecas como Dios manda, donde el centro de atención son los libros, no de la biblioteca de la Facultad de Ciencias del Zorrerío -donde tantas se matriculan cum laude y también sólo con el cum- en época de exámenes. Imagino perfectamente la escena que tan afiladamente describe, y me pongo enfermo ante esos ardides de protofurcia y también imagino sus culos y también me pongo enfermo pero de otra cosa distinta.

Una de las bibliotecas más bonitas que he visto es la del Senado, toda metálica, con anaqueles metálicos y puertas metálicas con arcos góticos pero que parecen de madera a simple vista y que sólo cuando te dicen que no, que es de metal todo y uno se acerca y da unos golpecitos y nota que lo que parece madera está frío y suena a fierro se da cuenta de que es así.

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Ahí le aseguro, caballero, que lo que se respira no es lo que se respira en la biblioteca a la que acude usted, y tampoco huele a Eau de Putain.

También disfruto mucho viendo las bibliotecas que los diferentes autores tienen en sus casas, y me encantan sus fotos con ellas detrás, como estas:

biblioteca-704929.jpg


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(Esta foto en particular me encanta, padre e hijo, ambos escritores, rodeados de libros, máquinas de escribir y cigarrillos)

No sé si existen imágenes de la biblioteca de Borges -no he interpolado la palabra fierro antes ni ahora la palabra interpolado por casualidad-, pero me gustaría ver la ingente cantidad de libros que tenía en su casa; se me antoja fascinante la imagen de un Borges ciego, rodeado libros que ya no podía leer, de los libros que le tenían que leer en voz alta porque sus ojos ya no distinguían pero cuya ubicación exacta en las estanterías recordaba aún.
 
No sé, a mi las biliotecas públicas, aunque he hecho uso de algunas, incluso en algunos casos de manera muy frecuente, incluso aunque en un par de casos, en las de localidades directamente conectadas con períodos muy largos de mi vida, tengo buenos recuerdos espaciales de ellas, sensaciones placenteras de búsqueda y exploración, no me acaban de convencer, me parecen lugares fríos y demasiado burocratizados. Mucho más impacto tuvo en mi vida el acceso a la biblioteca privada de algún pariente en mi temprana adolescencia. Pocas cosas hay comparables al embrujo que ello suscita, pues allí se encuentra, en parte, sepulatada el alma de alguien concreto, de alguien a quien conocemos. No es poco el deleite de una lectura que nos ayuda a resconstruir quién es aquél otro. Siempre he encontrado mucho más interesantes las buenas bibliotecas privadas, como la de Goethe en Frankfurt.
 
rusas-macizas rebuznó:
Siempre he encontrado mucho más interesantes las buenas bibliotecas privadas, como la de Goethe en Frankfurt.

Ah, pues de esto se trata, de hablar de estas cosas, cuéntanos, ponnos fotos, dinos por qué merece la pena, qué hay, qué sobra, qué falta... esas cosas.
 
A mí me gusta la biblioteca pero la mía propia, las demás, ni con un palo y todo empezó cuando un tío que me consta que se lleva los libros al váter y es un cerdo de aúpa, me contó que es asiduo de varias de estas hermosas instituciones y se lleva muchos libros prestados a casa :30.
Asco puro, señores, asco puro.
 
El libro en papel está muriendo.


El formato electrónico reemplazará a los libros en papel, y me parece muy bien. Es más ecológico, más práctico y más dinámico.

Yo mismo he regalado hace unos días más de trescientos libros y me he quedado con los únicos que no tengo en formato electrónico, y alguna que otra obra muy particular. Los demás, mi biblioteca de veintidos mil volúmenes (de los cuales la mitad son basura, pero la otra mitad son buenos, y un diez por ciento son una maravilla) los tengo en un dvd, comprimidos, del que poseo varias copias, y en un disco duro de esos pequeñitos con conexión usb.



Y después de decir esto, NO LLORÉIS porque precisamente esta tendencia da mucho, muchísimo más valor, a la biblioteca tradicional. Nada puede sustituir el tacto del papel, lo reconozco, y nada puede dar un ambiente más acogedor y cultural que una buena biblioteca.

Me habéis hecho recordar la película (una de las pocas que me ha gustado más que el libro) protagonizada por Deep: La Novena Puerta.

Me encantó, y el que no la haya visto ya está tardando.

También, como no: Seven, el paseo de Morgan Freeman por la biblioteca mientras suena el Aria de Bach es impagable.

Particularmente yo no he tenido ocasión de dar paseos por buenas bibliotecas, la de mi población ni siquiera me atrevería yo a llamarla biblioteca, y la única librería que existía tampoco era como para tirar cohetes. Vamos, un asco.

Pero una cosa que siempre me han encantado son los mercadillos del día del libro. Auténticas maravillas he encontrado allí, a un precio ridículo. Recuerdo que solía ahorrar durante todo el año para comprar, de una tacada, veinte o treinta libros. Me llamaban loco, como no.
 
¿Hay gente que va a la biblioteca para ligar? Yo no voy, pero... lo he hecho y ha sido bastante productivo más de una vez. :lol:

Pero bueno, hay que distinguir entre bibliotecas de facultad y una sala para investigadores.
 
Yo he visto la biblioteca de Salamanca (pero muy a lo triste, porque sólo te dejan entrar en un recuadro de cristal) y la biblioteca de Don Miguel de Unamuno que sí era estupenda.

Era más grande de lo que me esperaba y sólo podías ver algunos libros (no podías ver los de detrás, ni los que están más arriba de tu cabeza)... Tenía un montón de libros de los que por supuesto no he oído ni hablar y además tenía libros en muchos idiomas -a parte de francés, inglés, griego y latín-... Eso me dio mucha envidia.

Las bibliotecas privadas, sean grandes o pequeñas, estén cargadas de clásicos o llenas de bestseller, siempre me han parecido muy interesantes... Y cuando voy a casas ajenas es una de las cosas en las que más me fijo.
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Precisamente estaba pensando en temas de bibliotecas esta semana. Es una pena que en la de mi ciudad se empeñen en traer las últimas novedades, los best sellers, lo que todos podemos conseguir de manera fácil en cualquier
librería o quiosco. No hay apenas ningún clásico, excepto los de lectura obligada en institutos y carreras. Cuando quieres un libro y no está, puedes rellenar una ficha para pedirlo. Si otras dos personas lo piden, lo traen. Está muy mal la cosa. Ambiente que invita a la lectura allí: cero. Todo son taconeos sobre el parquet, timbres de móviles y tirorís de portátiles. Materiales demasiado modernos para mi gusto.

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Jose David rebuznó:
El libro en papel está muriendo.
El formato electrónico reemplazará a los libros en papel, y me parece muy bien. Es más ecológico, más práctico y más dinámico.

Pero una cosa que siempre me han encantado son los mercadillos del día del libro. Auténticas maravillas he encontrado allí, a un precio ridículo.

No, no esta muriendo ni va a morir. Es como decir que el sexo de verdad va a desaparecer por causa de las webcams, o que la comida de verdad va a pasar a ser una píldora con todas las proteinas, hidratos de carbono y grasas que necesitamos.

El olor de un libro, nuevo o antiguo, el tacto de las páginas, su hueco bien definido en una estantería... no estamos dispuestos a renunciar a ello.

Cierto es que en los mercadillos se encuentran grandes tesoros. A veces me he quedado con la gana de leer algún libro de los que se enumeran en este subforo, han sido muchas las ganas. Lo he descargado en pdf, pero... ni siquiera he pasado de la primera página. Sentía que estaba cometiendo un crimen, un sacrilegio por leer en la pantalla aquella obra de arte. Una visita al mercadillo, que por desgracia es una vez al año y dura una semana, y ahí estaba, con sus tapas desgastadas, leído por otros ojos tiempo ha y a 3 euros...

Danita rebuznó:
A mí me gusta la biblioteca pero la mía propia, las demás, ni con un palo y todo empezó cuando un tío que me consta que se lleva los libros al váter y es un cerdo de aúpa, me contó que es asiduo de varias de estas hermosas instituciones y se lleva muchos libros prestados a casa :30.
Asco puro, señores, asco puro.

Las bibliotecas de los demás me producen una infinita curiosidad; se aprenden tantas cosas de ellos sin necesidad de hablar...

Los libros hay que gastarlos, usarlos, subrayarlos... son sempiternos acompañantes de nuestra vida, y como tales, deben venir con nosotros a donde sea menester...
 
Candela rebuznó:
Jose David rebuznó:
El libro en papel está muriendo.
Jose David rebuznó:
El formato electrónico reemplazará a los libros en papel, y me parece muy bien. Es más ecológico, más práctico y más dinámico.

No, no esta muriendo ni va a morir. Es como decir que el sexo de verdad va a desaparecer por causa de las webcams, o que la comida de verdad va a pasar a ser una píldora con todas las proteinas, hidratos de carbono y grasas que necesitamos.

El olor de un libro, nuevo o antiguo, el tacto de las páginas, su hueco bien definido en una estantería... no estamos dispuestos a renunciar a ello.

Y no sólo eso. No sé a vosotros pero a mí la lectura en pantalla me machaca mucho más la vista que leer directamente de un libro; comentan los expertos en el tema que leer en papel no sólo es más eficaz, también gratificante...a parte, no me imagino una soleada mañana de un domingo primaveral sentado en un vetusto banco de madera de un parque leyéndome, portátil en mano, La sombra del viento, por poner algo.

Respecto a las bibliotecas lo que encuentro a faltar son las bibliotecas de antes, las de los anaqueles curvados que comenta ilovegintonic, las de las abigarradas estanterías colocadas con un cierto desorden rayano en lo laberíntico, las de un ambiente en el que predomina el olor a libro, pero a libro antiguo, a polvo y a humedad, y en el que te encuentras casi intimidado por la ristra de los volúmenes ajados que te observan a través de la amortiguada penumbra bañada en luz cálida…hoy en día, por lo menos donde yo vivo, dichas bibliotecas ya no existen, se extinguieron hace tiempo y fueron sustituidas por grandes volúmenes diáfanos, con grandes ventanales, con grandes estanterías modulares blancas, bien ordenadas, bien rígidas, generando una perfecta cuadrícula, no vaya a ser que alguien se nos pierda, con iluminación fría propia de hospital, como el ambiente que generan, todo tan limpio, tan aséptico que incluso el olor a libro desparece; si acaso a veces te llega un tenue tufillo a imprenta, cola y tinta a modo de flatulencia caprichosa por parte de alguna estantería metálica, pero poca cosa más.

En relación a las bibliotecas que me gustan suelen llamarme la atención, ya dentro del campo arquitectónico, aquellas que invierten el esquema típico a nivel simbólico, las que rompen estándares. En mente tengo dos: la Biblioteca Pública de Estocolmo, de Erik Gunnar Asplund, y la Biblioteca Nacional de Francia, obra de Dominique Perrault.

Generalmente una biblioteca es un edificio cerrado por muros que se vuelca sobre su interior, donde se depositan los libros. Asplund realizó un giro de 180 grados a este planteamiento y creó una biblioteca en la que el vacío se volcaba hacia la periferia, quedando éste libre y aquélla totalmente repleta de libros. Al entrar en la sala de préstamos de esta biblioteca das a un espacio circular cuyas paredes de varias plantas de altura están repletas de libros (sin interrupción alguna por ventana) y en medio del espacio el centro neurálgico, la zona de préstamos. Por tanto se tiene la sensación de que el libro es la piedra angular sobre la que se construye el edificio que lo alberga.

Por otro lado, el criterio en las bibliotecas suele ser el de enterrar los depósitos de libros y elevar en plantas superiores las salas de lectura. Dominique Perrault en la Biblioteca Nacional de Francia invierte dicho esquema. Su edificio es como una mesa que presenta un agujero en medio del sobre, soportada por patas en forma de L, pero puesta del revés, apoyando el sobre en el suelo. En lo que sería el sobre de la mesa ubica las salas de lecturas (creo que por debajo de rasante de calle) e iluminadas gracias al "agujero central" (plaza), y en las cuatro L de las esquinas, que no dejan de ser una analogía de libros abiertos, coloca los distintos depósitos de libros.

Me voy con el ladrillo a otra parte.

Un salido
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Aparte de la Excepcional Biblioteca Nacional, que creo que ahora ya puede visitarla cualquier desgraciado de vosotros y/o inmigrante, y que yo tuve el placer de disfrutar "a solas" como Investigador durante la Carrera, siempre he estado locamente enamorado de la Biblioteca de El Edificio de la novela El Nombre de la Rosa de Umberto Eco.

Aunque en la película hacen una recreación bastante amaza (aunque lo de las escaleras es una trola), la descripción hecha en el libro es impresionante: laberíntica, intoxicada de venenos y la mayor de la Cristiandad a principios del siglo XIV.

Al fondo, en El Edificio.

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El Profesor rebuznó:
Yo he visto la biblioteca de Salamanca (pero muy a lo triste, porque sólo te dejan entrar en un recuadro de cristal) y la biblioteca de Don Miguel de Unamuno que sí era estupenda.

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En Salamanca hay mucha cultura de exposición, por eso hay tanto cateto por metro cuadrado porque tienen los libros en vitrinas.

Pero bueno, tienes las conchas, con sus homeless que huelen a tiros viendo películas infumables jejeje.
 
jacarandoso

Soy un apasionado de las bibliotecas, he vivido en varias ciudades dentro y fuera de España y en todas ellas he buscado siempre una biblioteca de la que hacerme socio. Voy allí con una frecuencia que roza la adicción, en muchas ocasiones saco libros que sé que no voy a leer pero me gusta tenerlos en casa, hoejarlos y volverlos a devolver.

El gran problema de las bibliotecas públicas es que las habiliten como salas de estudio y estén continuamente llenas de gente (presumiblemente) estudiando. Se prestan al infantilismo estudiantil más absoluto y a que a la puerta haya siempre una horda de adolescentes (mentales, que no de edad) fumando y hablando a grito pelado a la par que perdiendo el tiempo. Me sorprende que haya tanta gente que vive en casas con peores condiciones para estudiar que esas salas donde hay un ruido infernal y un infinito trasiego de gente. Con todo eso, han logrado que las bibliotecas públicas pierdan su encanto y se conviertan en prolongaciones de nuestras facultades (con todo lo que eso implica, más para mal que para bien).

Por lo general, las bibliotecas públicas españolas son bastante deficientes. Nada que ver con las que eh tenido la ocasión de ver en países como Francia y Bélgica. Es deprimente el escasísismo número de libros en otros idiomas.

Por lo que se refiere a las bibliotecas privadas, es algo en lo que siempre me fijo al entrar en una casa. Sé que es un prejuicio pero en más de una ocasión alguna chica ha dejado de interesarme cuando he llegado a su casa y no he visto una estantería en condiciones con un buen repertorio de libros.

Odio las bibliotecas que crea la gente que se compra los libros de los que regalan semanalmente los periódicos, en plan "Obras maestras de la literatura universal", y los ponen ordenaditos para que se vean bien en el comedor.

Y por último, mi sueño: poder tener una casa en la que una habitación tenga el uso exclusivo de biblioteca...
 
Jacarandoso rebuznó:
Por lo que se refiere a las bibliotecas privadas, es algo en lo que siempre me fijo al entrar en una casa. Sé que es un prejuicio pero en más de una ocasión alguna chica ha dejado de interesarme cuando he llegado a su casa y no he visto una estantería en condiciones con un buen repertorio de libros.

Pues a mí me parece un prejuicio de lo más juicioso. Para mí es conditio sine qua non que una chica con la que quiera tener algo más que cama lea y posea una biblioteca propia. Llamadme lo que queráis, pero de este burro no me bajo.

Jacarandoso rebuznó:
Odio las bibliotecas que crea la gente que se compra los libros de los que regalan semanalmente los periódicos, en plan "Obras maestras de la literatura universal", y los ponen ordenaditos para que se vean bien en el comedor.

Y por último, mi sueño: poder tener una casa en la que una habitación tenga el uso exclusivo de biblioteca...

Coincido también. Lo primero es bastante cateto, lo segundo el sueño de todo bibliófilo, aunque sólo sea para que haga bonito, porque pocas cosas tan bonitas como una biblioteca privada en casa.
 
Bueno y siguiendo con los temas escatológicos, ¿qué me decis de las personas que cuando pasan página tienen que mojarse el dedito en saliva? para más inri esto lo suelen hacer abuelitos con una dentadura que deja que desear y una higiene bucal más que dudosa y por desgracia, también es una costumbre de mi "queridísimo" jefe :30 .......................puajjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj. Hay libros que no los tocaría ni por prescripción médica.
 
Danita rebuznó:
A mí me gusta la biblioteca pero la mía propia, las demás, ni con un palo y todo empezó cuando un tío que me consta que se lleva los libros al váter y es un cerdo de aúpa, me contó que es asiduo de varias de estas hermosas instituciones y se lleva muchos libros prestados a casa :30.
Asco puro, señores, asco puro.

Joder cariño, que cosas piensas .... pues nada si en tu cuidad tienes metro, o mismamente el bus ten cuidado lávate las manos según bajes, que hay mucho pajero mañanero y te pueden pegar el sidra

La afoto de la biblio de Calcuta es un LoL y otras son magicas.
Siempre he querido leerme un librejo en una biblioteca de esas que salen en los castillos de las pelis de miedo, en un sofa enorme verde de cuero,en el que me quede hundido en el más puro silencio con un escoces y un malporro a cada mano
 
Danita rebuznó:
Bueno y siguiendo con los temas escatológicos, ¿qué me decis de las personas que cuando pasan página tienen que mojarse el dedito en saliva? para más inri esto lo suelen hacer abuelitos con una dentadura que deja que desear y una higiene bucal más que dudosa y por desgracia, también es una costumbre de mi "queridísimo" jefe :30 .......................puajjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj. Hay libros que no los tocaría ni por prescripción médica.

Ahí tienes toda la puta razón, me revuelven las tripas cada vez que lo veo hacer, y lo peor es que no le encuentro sentido y alguno se cree por hacerlo le da un halo mas intelectual .... Les cortaba la legua con las hojas de un panfleto de un bar de carretera
 
DeaD PooL rebuznó:
Joder cariño, que cosas piensas .... pues nada si en tu cuidad tienes metro, o mismamente el bus ten cuidado lávate las manos según bajes, que hay mucho pajero mañanero y te pueden pegar el sidra

La afoto de la biblio de Calcuta es un LoL y otras son magicas.
Siempre he querido leerme un librejo en una biblioteca de esas que salen en los castillos de las pelis de miedo, en un sofa enorme verde de cuero,en el que me quede hundido en el más puro silencio con un escoces y un malporro a cada mano
Queridísimo, la próxima vez que veas una mancha de color marroncito en tu librillo recién sacado de la biblio, acuérdate de lo que ha dicho la "moi", hay gente muy cerda por este mundo de Dios....:lol::lol:
 
en principio el contacto con el oxigeno mata algunos bacterios y virus(contacto directo)o los oxida ,en resumidas cuenras da asco pero no mata.
totalmente de acuerdo con ilovegintonic pero desde el punto de vista femenino(el mio)
 
A mí me mola la Biblioteca Rafael Alberti, le de mi barrio, vallekas. Sacas los libros que te da la gana y a leer, y cuando se acaban vas a por más. Hasta los cojones de pagar por mierdas de libros o por tapas cutres, cutres.
Cultura gratuita YA!!
 
Hubo una temporada en que me gustaba sacar libros que hacía mucho tiempo que nadie sacaba. Consultaba la ficha que tienen en el interior, con las fechas de retirada y entrega y siempre me llevaba algun libro con un año como mínimo de estancia en el "limbo bibliotecario". De los tres libros que retiraba, uno de ellos siempre era un "olvidado". Así he descubierto verdaderas joyas y autenticos bodrios, todo hay que decirlo. Por poneros un ejemplo de joya olvidada "La isla de la imprudencias" de Robert Graves, con casi dos años en "la nevera" .Lo hacía como una especie de justicia poética, un gesto de complicidad, una forma de solidarizarme con todos los escritores que tienen su obra agonizando lentamente en medio de best sellers, libros de autoayuda, libros de cocina .. etc.. etc. Estoy seguro de que si alguno de estos escritores levantara la cabeza, se dedicaría a otra cosa.
 
La temporada que pase en Colombia, me dejo impresionado Medellin por la cantidad y diseño de las nuevas bibliotecas de los barrios, he aqui unos ejemplos:
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