stavroguin 11
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- 14 Oct 2010
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Sí. Habéis leído bien.
Compasión y puta locura es un oxímoron. Y si además se refiere a las mujeres por parte de uno de los misóginos de guardia, la contradictio in terminis (oig) sería cuádruple.
Hace no mucho se me autorreveló esa curiosa característica, con una banal experiencia que me trajo a la memoria otras muchas similares repetidas a través de los años.
Estaba fotografiando un edificio que en el país en el que me encontraba podría pasar por histórico (aquí no valdría ni como perrera municipal), en una bonita ciudad costera, cuando me fijé en una mujer sentada en el banco delante del mismo.
Su mirada y disposición corporal revelaba las ganas de iniciar una conversación conmigo. Era una señora de unos 60 años, bien vestida y de expresión afable. Como siempre me gusta practicar un poco mi oxidado y rudimentario inglés, le di un poco de cháchara.
Era una nativa del país, recién desembarcada de un crucero que hacía unas horas de escala. Se interesó por mi origen y circunstancias, tenía una buena conversación acerca de arte e historia. Nos despedimos cordialmente en un rato. No le pregunté por esa brutal soledad de preancianidad en una plaza cutre de una ciudad extraña, sin pareja, familia ni compañeros eventuales de viaje. Y de repente sentí una enorme pena hacia ella y su circunstancia.
Ello me trajo a la memoria a otras mujeres semiolvidadas del pasado: aquella alemana divorciada que me regaló un pase de bus de una semana que me permitió recorrer su ciudad, aquella madura centroeuropea que hablaba 5 idiomas, con la que casi no pude entenderme y que tres meses más tarde me escribió en un español perfecto, aquella nórdica que mientas me acompañaba para mostrarme una dirección me hablaba de Sorolla y Falla, la rusa entrada en años que me abordó desbordante de alegría cuando me vio comprar un libro de Dostoiewski...
Todas eran centro-norteeuropeas o anglosajonas. Nnguna española, mediterránea o sudaca, supongo que por ignorancia y yolovalguismo en los dos primeros casos y por tercermundismo cultural las últimas. Ninguna era joven o atractiva, lo que excluía cualquier tensión sexual por mi parte. Todas eran maduras, cultas, amables, elegantes y solitarias. Algunas me hablaron de su viudez o sus divorcios, en otras me pareció adivinar historias profundamente infelices. Pero todas tenían un bagaje cultural, una educación y manera de comportarse que excluía un pasado de comedora del mejor rabo de la discoteca sábado tras sábado. Algo que desactivaba mi misoginia, mi afán de venganza, mi deseo de pisotear ángeles caídos en el tobogán de descenso al puto infierno...
Compasión y puta locura es un oxímoron. Y si además se refiere a las mujeres por parte de uno de los misóginos de guardia, la contradictio in terminis (oig) sería cuádruple.
Hace no mucho se me autorreveló esa curiosa característica, con una banal experiencia que me trajo a la memoria otras muchas similares repetidas a través de los años.
Estaba fotografiando un edificio que en el país en el que me encontraba podría pasar por histórico (aquí no valdría ni como perrera municipal), en una bonita ciudad costera, cuando me fijé en una mujer sentada en el banco delante del mismo.
Su mirada y disposición corporal revelaba las ganas de iniciar una conversación conmigo. Era una señora de unos 60 años, bien vestida y de expresión afable. Como siempre me gusta practicar un poco mi oxidado y rudimentario inglés, le di un poco de cháchara.
Era una nativa del país, recién desembarcada de un crucero que hacía unas horas de escala. Se interesó por mi origen y circunstancias, tenía una buena conversación acerca de arte e historia. Nos despedimos cordialmente en un rato. No le pregunté por esa brutal soledad de preancianidad en una plaza cutre de una ciudad extraña, sin pareja, familia ni compañeros eventuales de viaje. Y de repente sentí una enorme pena hacia ella y su circunstancia.
Ello me trajo a la memoria a otras mujeres semiolvidadas del pasado: aquella alemana divorciada que me regaló un pase de bus de una semana que me permitió recorrer su ciudad, aquella madura centroeuropea que hablaba 5 idiomas, con la que casi no pude entenderme y que tres meses más tarde me escribió en un español perfecto, aquella nórdica que mientas me acompañaba para mostrarme una dirección me hablaba de Sorolla y Falla, la rusa entrada en años que me abordó desbordante de alegría cuando me vio comprar un libro de Dostoiewski...
Todas eran centro-norteeuropeas o anglosajonas. Nnguna española, mediterránea o sudaca, supongo que por ignorancia y yolovalguismo en los dos primeros casos y por tercermundismo cultural las últimas. Ninguna era joven o atractiva, lo que excluía cualquier tensión sexual por mi parte. Todas eran maduras, cultas, amables, elegantes y solitarias. Algunas me hablaron de su viudez o sus divorcios, en otras me pareció adivinar historias profundamente infelices. Pero todas tenían un bagaje cultural, una educación y manera de comportarse que excluía un pasado de comedora del mejor rabo de la discoteca sábado tras sábado. Algo que desactivaba mi misoginia, mi afán de venganza, mi deseo de pisotear ángeles caídos en el tobogán de descenso al puto infierno...