[GILIJUEGO] Concurso de relatos dementes con IA (curraos el promt, salen cosas guapas)

Alcaudon

RangoFreak
Puto asco de tío
Registro
18 Abr 2005
Mensajes
6.009
Reacciones
6.041
He escrito uno en el hilo de @Yo tt (ya borrado), pero veo que no encaja, que necesita su propio hilo y concurso.
Se pueden poner varios relatos, imagen opcional (no cuenta para concurso, pero se agradece).

Que @Rhodium y @mundele elijan los premios.
Fecha límite: viernes 12 de septiembre.
Votaciones: del sábado al domingo (13-14).
 
Editado cobardemente:
Prompt: Escribe un relato erótico-pornográfico grotesco con tono extremadamente escatológico y mugroso, como escrito por un demente, protagonizado por un orco y una drow (elfa oscura), ambientado en las cloacas de Baldur (Baldur's Gate III). Usa muchos tacos y sé descriptiva con palabras muy desagradables.
Modelo: GPT-5 Thinking

file_0000000041b061f4a9a0192decd727bf.webp


Magreo pestilente en las tripas de Baldur

Los túneles de Puerta de Baldur eran la garganta podrida de la ciudad. El aire estaba tan denso que cada respiración era como tragar mierda líquida: olor a cadáver reblandecido, vino vomitado, ratas abiertas en canal con los gusanos saliendo a pasear. Las paredes eran costras vivas, sudaban humedad amarillenta que chorreaba en hilos pegajosos. Cada charco del suelo parecía un caldo de meados con aceite rancio flotando.

En medio de ese estercolero, dos almas degeneradas se encontraron: un orco con cara de bulldog sifilítico, colmillos marrones de sarro y barriga cubierta de cicatrices y hongos; y una elfa oscura con pelo apelmazado de grasa, ojos encendidos de mala leche y unas bragas negras húmedas de flujo tan espeso que parecía mermelada podrida.

Se miraron con hambre, como dos perros famélicos a punto de arrancarse la piel o follarse hasta romperse.
—Ven aquí, puta —gruñó él, rascándose un sobaco cubierto de costras purulentas y chupándose la uña ennegrecida.
—Rómpeme el culo, bastardo —le contestó ella, sonriendo con los dientes negros de tabaco de mascar, mientras se subía la falda mugrienta.

Y se lanzaron como dos pacientes de frenopático. Él la estampó contra una pared llena de moho, la cara de ella hundida en un charco de agua marrón que olía a mierda rancia y sangre seca. Le arrancó la ropa a tirones, dejando sus tetas sudadas y manchadas de hollín, con los pezones endurecidos que sangraron cuando él los mordió a lo bestia. El sabor metálico de la sangre se mezcló con pus de un grano reventado y él sonrió como un cerdo tragando sobras.

Se bajó los harapos y su polla salió como un tronco enfermo, cubierta de verrugas moradas y olor a cuero podrido. Se la metió en el coño de golpe, y un chorro de flujo viscoso salió disparado, pringando a una cucaracha que corría por el suelo. Cada embestida era un ruido húmedo, como hundir una bota en mierda blanda de vaca. Ella gemía como una posesa, arañándole la espalda hasta sacarle tiras de carne.

Se giró, ofreciéndole el culo con restos de diarrea, temblando de ansia. El orco escupió un gargajo verdoso con sangre, se lo untó a la polla y la sodomizó de golpe, desgarrándola mientras le agarraba del pelo. El eco del túnel lo amplificaba todo: los jadeos, los gritos, los tacos, el sonido asqueroso de piel chocando contra piel sudada y pringosa.

El suelo era un lodazal: sudor, sangre, saliva, mocos pegados, cucarachas aplastadas bajo las rodillas. Ella se chupaba los sobacos llenos de pelo mojado en sudor rancio, mientras él le metía los dedos en la boca hasta casi ahogarla con su saliva. Cada segundo era más sucio, más bestia, más repugnante.

El orgasmo llegó como un derrame de cloaca. El orco rugió, echando chorros espesos y calientes que olían a leche mal fermentada, chorreándole por las piernas. Ella convulsionaba, orinándose de placer, empapando todo el suelo. Quedaron tirados, jadeando, en un charco de semen, sudor y mierda sobre la piedra mohosa.

Con la respiración rota, la elfa sacó de entre sus harapos un paquete de tabaco de mascar, empapado en humedad de túnel. El orco sacó un cigarro del taparrabos. Fumó en silencio, el humo mezclándose con el hedor insoportable de fluidos y podredumbre. Sonreían como dos dementes satisfechos, como si hubieran encontrado en ese polvo grotesco y pestilente la única verdad de su existencia.
 
Editado cobardemente:
@Yo tt, pídele un buen relato.

El subnormal supremo. La leyenda negra de Mundele

Mundele siempre había sido un hijo de puta nato, pero nadie sospechaba que su verdadera misión era más oscura de lo que parecía.
Llegó a Putalocura con la sonrisa de un retrasado y la mente de un genio del caos, dispuesto a sembrar discordia y memes mortales.
Cada hilo que tocaba se convertía en un campo de batalla: insultos, gifs infectos, respuestas sin sentido… un hijo de puta tras otro que dejaba al foro temblando.
Se hizo pasar por subnormal, pero en secreto recopilaba información de todos los usuarios, midiendo sus reacciones y catalogando cada idiotez para un plan desconocido.
Los veteranos del foro empezaron a sospechar, pero no podían demostrar nada: Mundele era un fantasma, un hijo de puta invisible que dominaba desde las sombras.
El clímax llegó cuando un hilo entero explotó en memes apocalípticos y acusaciones cruzadas, y Mundele apareció para observar su obra, riéndose de cada subnormal que mordía el anzuelo.
Al final, se retiró a sus dominios, dejando tras de sí caos, risas y un legado de hijo de puta legendario; el foro entero sabía que aquel subnormal había redefinido la palabra destrucción.
 
Editado cobardemente:
Donde se cuenta cómo el Caballero de la Triste Figura y su escudero hallaron reposo en la noche, y otras menudencias no menos sabrosas.

Cuenta la historia que, habiendo caminado don Quijote y Sancho Panza más de lo que las piernas de Rocinante y del rucio podían sufrir, llegaron a un claro donde la luna, cual dama curiosa, asomaba su rostro para ser testigo de lo que allí habría de acontecer.

—Sancho —dijo don Quijote, apeándose con la gravedad de un emperador cansado—, esta noche me parece más propicia para meditar en las finezas del amor que para enhebrar nuevas empresas de caballería.

—Señor —respondió Sancho, dejando escapar un bostezo tan ancho como su barriga—, más que meditar en amores, lo que me pide el cuerpo es cenar un pedazo de queso y tumbarme a roncar, que filosofar en ayunas no es cosa de cristianos.

Don Quijote, sonriéndose con gravedad fingida, replicó:

—No seas, Sancho, como esos que confunden la gloria con el estómago. Mas diréte verdad: que tu compañía me es manjar más sabroso que todos los quesos de La Mancha.

Sancho, rascándose la cabeza, miró a su señor con picardía:

—¡Vive Dios, señor! Que si yo le sirvo de pan y queso, vuesa merced me sirve de odre de vino, porque cada palabra suya me emborracha el seso.

A estas razones, don Quijote alzó la voz con tono grave, aunque los ojos le chispeaban:

—Sancho, no ignores que los caballeros andantes hallamos alivio en la amistad verdadera. Y si otros buscan damas de mármol en palacios encantados, yo hallo consuelo en la risa de mi escudero y en el calor que presta cuando la noche es fría.

Sancho, viendo que el aire soplaba gélido y que no había manta que bastase, se arrimó a su amo diciendo entre dientes:

—Pues si es de calor de lo que hablamos, juntemos las carnes, que el frío no perdona ni a caballeros ni a escuderos. Y si la luna se ríe, que ría; más gana de carcajadas tendrá cuando amanezca y nos vea despiertos y vivos.

Así, entre palabras medio serias y medio de burla, se tendieron al pie de un olmo viejo. Y si don Quijote soñó aquella noche con Dulcinea del Toboso, bien pudo suceder que el rostro de la dama tuviese un bigote de escudero y un aliento de vino rancio.

Mas sea lo que fuere, el autor desta historia afirma que ninguno de los dos se quejó del frío en toda la noche, y que por la mañana, al levantarse, Sancho traía en los ojos un brillo más pícaro que de costumbre, y don Quijote, en el corazón, un secreto tan dulce como caballeresco.
 
Hola, dejo aquí la continuación de esta especie de saga de Mundele. Asi, sii muero, cualquiera puede continuar el "trabajo". De hecho aunque no muera, yo creo que ya paso. Quedaría retroceder en el tiempo hasta su infancia 😁


De Subnormal a Mundele: la Leyenda
Antes de convertirse en el subnormal moderno que hoy conocemos, Mundele ya era un hijo de puta en potencia.
En sus comienzos deambulaba por foros de tercera, cazando tildes mal puestas como si fueran Pokémon, convencido de que su destino era salvar internet de la ignorancia gramatical.
Soñaba con llegar a Forocoches, aquel Olimpo digital donde solo entraban los elegidos con invitación, y donde él fantaseaba con ser recordado como el guardián supremo de las comas.
Pero nadie lo quería allí: lo poco que consiguió fue un par de mensajes en hilos random, donde lo mandaron a tomar por culo al descubrir que solo entraba a corregir “haber” y “a ver”.
Fue entonces cuando topó con Torbe, aquel degenerado visionario que le dijo: “Tú no vales para enseñar ni para follar, pero en Putalocura siempre hay hueco para un subnormal como tú”.
Y así, olvidando su pasado de corrector frustrado, Mundele se dedicó en Putalocura a lo único que le salía natural: desvariar sin freno, soltar paridas y alimentar la hoguera del caos digital.
Así nació su leyenda: mitad bufón oscuro, mitad mártir, y desde entonces Putalocura lo recuerda como el hijo de puta que convirtió el foro en su reino de caos absoluto.


---

Mundele llegó a Putalocura y saltó directo al hilo de presentación de novatos.
Un gif con un mensaje que decía “hijo de puta” reventó la conversación: tres usuarios se fueron del foro, dos llorando y uno bloqueando notificaciones.
Un veterano intentó corregirlo; Mundele le respondió con un meme que resumía su vida sexual: la pantalla del subnormal tembló antes de cerrar sesión.
A partir de ese día, cada hilo que tocaba se convertía en una zona de guerra digital y todos empezaron a aprender lo que significaba enfrentarse a él.


---

Un grupo de trolls intentó atraparlo en un subforo “seguro”.
Mundele contestó con tres gifs consecutivos, insultos personales y referencias imposibles; los hilos colapsaron, los subnormales se peleaban entre ellos y los trolls desaparecieron.
Incluso su “aliado” Torbe terminó atrapado en su propio bucle de memes y amenazas absurdas.
Putalocura ya no era un foro: era su campo de batalla personal.


---

Un usuario osó abrir un hilo llamándolo “subnormal legendario”.
Mundele no respondió con palabras: posteó un gif que borró tres días de hilos enteros y acompañó con un meme que ridiculizaba la cara y la vida sexual del susodicho.
Los trolls intentaron formar alianza; él los atrapó en un bucle de insultos imposibles y gifs explosivos que los dejaron bloqueando cuentas como ratas.
Putalocura se inundó de caos: gritos digitales, peleas simultáneas y memes que explotaban como bombas.
Mundele rió, y su risa se mezcló con el llanto y la desesperación de todos: el hijo de puta gobernaba sin oposición.


---

Mundele cerró sesión y dejó el PC encendido, mientras Putalocura seguía en llamas.
Nadie sabía que, en la vida real, él había sido expulsado de un torneo de parchís por hacer trampas usando notas escondidas.
Sus enemigos digitales no eran más que un ensayo: su verdadera maestría estaba en arruinar juegos y vidas a escondidas, siempre con una sonrisa de hijo de puta.
Y así, mientras el foro ardía sin su presencia, Mundele se convirtió en leyenda: un subnormal supremo que mezclaba caos virtual y locura real con precisión quirúrgica.
 
Donde se cuenta cómo el Caballero de la Triste Figura y su escudero hallaron reposo en la noche, y otras menudencias no menos sabrosas.

Cuenta la historia que, habiendo caminado don Quijote y Sancho Panza más de lo que las piernas de Rocinante y del rucio podían sufrir, llegaron a un claro donde la luna, cual dama curiosa, asomaba su rostro para ser testigo de lo que allí habría de acontecer.

—Sancho —dijo don Quijote, apeándose con la gravedad de un emperador cansado—, esta noche me parece más propicia para meditar en las finezas del amor que para enhebrar nuevas empresas de caballería.

—Señor —respondió Sancho, dejando escapar un bostezo tan ancho como su barriga—, más que meditar en amores, lo que me pide el cuerpo es cenar un pedazo de queso y tumbarme a roncar, que filosofar en ayunas no es cosa de cristianos.

Don Quijote, sonriéndose con gravedad fingida, replicó:

—No seas, Sancho, como esos que confunden la gloria con el estómago. Mas diréte verdad: que tu compañía me es manjar más sabroso que todos los quesos de La Mancha.

Sancho, rascándose la cabeza, miró a su señor con picardía:

—¡Vive Dios, señor! Que si yo le sirvo de pan y queso, vuesa merced me sirve de odre de vino, porque cada palabra suya me emborracha el seso.

A estas razones, don Quijote alzó la voz con tono grave, aunque los ojos le chispeaban:

—Sancho, no ignores que los caballeros andantes hallamos alivio en la amistad verdadera. Y si otros buscan damas de mármol en palacios encantados, yo hallo consuelo en la risa de mi escudero y en el calor que presta cuando la noche es fría.

Sancho, viendo que el aire soplaba gélido y que no había manta que bastase, se arrimó a su amo diciendo entre dientes:

—Pues si es de calor de lo que hablamos, juntemos las carnes, que el frío no perdona ni a caballeros ni a escuderos. Y si la luna se ríe, que ría; más gana de carcajadas tendrá cuando amanezca y nos vea despiertos y vivos.

Así, entre palabras medio serias y medio de burla, se tendieron al pie de un olmo viejo. Y si don Quijote soñó aquella noche con Dulcinea del Toboso, bien pudo suceder que el rostro de la dama tuviese un bigote de escudero y un aliento de vino rancio.

Mas sea lo que fuere, el autor desta historia afirma que ninguno de los dos se quejó del frío en toda la noche, y que por la mañana, al levantarse, Sancho traía en los ojos un brillo más pícaro que de costumbre, y don Quijote, en el corazón, un secreto tan dulce como caballeresco.
Pero qué es esta maravilla que ha pasado desapercibida.

Ya pueden cerrar esta mierda de jilo.
 
Capítulo censurado de Moby Dick.

La noche caía sobre el Pequod. La cubierta, bañada de luna, parecía flotar en un silencio distinto, casi irreal. El viento marino, más suave que de costumbre, acariciaba las jarcias como si quisiera arrullarlas.

Los hombres se habían reunido en un círculo disperso, compartiendo historias y canciones que nacían de todos los puertos y lenguas. El ron corría de mano en mano, y con él la risa, los gestos cómplices, las miradas que se prolongaban más de lo habitual.



Starbuck, reservado, dejó que su mano rozara por un instante la de Queequeg, que le devolvió el contacto con esa serenidad de quien conoce la fuerza de la ternura. Ishmael, más joven, observaba todo con asombro, sintiendo cómo el mar parecía alentar una intimidad desconocida entre los cuerpos fatigados del trabajo y la soledad.

Incluso Stubb, siempre jocoso, suavizó su voz, cantando un estribillo casi melancólico, mientras los hombros se rozaban en la penumbra y el calor compartido suplía el frío del océano.

No hubo palabras que nombraran lo que ocurría, ni falta hacían: los marineros sabían que aquella fraternidad iba más allá del deber, más allá de la caza, más allá de los sueños de Ahab. Por una noche, la cubierta del Pequod fue un refugio donde la piel y la mirada eran lenguaje suficiente.

El mar, en silencio, guardó el secreto.

La luna, inmensa y redonda, se erguía sobre el océano como un ojo blanco que todo lo veía. En la cubierta del Pequod, los marineros parecían moverse no como hombres, sino como astros que orbitan, atraídos por una fuerza invisible.

Queequeg, tatuado como un mapa sagrado, dejó caer su brazo sobre el hombro de Ishmael. El contacto no era gesto casual, sino un puente: las líneas en su piel parecían encenderse a la luz de la luna, como si en ellas se dibujara un lenguaje antiguo, ilegible y eterno.

Starbuck, hombre de fe severa, sintió cómo la rigidez de su espíritu se ablandaba. En el roce de sus compañeros descubría no la tentación, sino un rito: un llamado a reconocerse frágil y humano, a compartir el fuego secreto que la soledad del mar avivaba.

El viento, al pasar entre las velas, sonaba como un canto coral. Y en ese coro sin palabras, los cuerpos se acercaban, se tocaban, se mezclaban, como olas que no conocen frontera entre sí.

Por un instante, la cubierta dejó de ser madera y hierro, y se transformó en altar. Allí no había pecado ni condena, sólo un misterio compartido: la certeza de que en medio del océano, bajo la mirada infinita del cielo, los hombres podían entrelazar sus almas y sus sombras sin temor.

Cuando la madrugada asomó, ninguno habló de lo ocurrido. Pero el mar lo había registrado en su memoria insondable, como un himno secreto que aún resuena en su oleaje.
 
En la penumbra del gabinete, las velas oscilaban como si se rindiesen ante un viento invisible. Fausto, fatigado de palabras y promesas, se sentó junto al fuego. Mefistófeles, con esa sonrisa ambigua que nunca revelaba del todo burla ni ternura, se inclinó hacia él.

—¿No te cansas de buscar afuera lo que quizá ya late en ti? —susurró el demonio, rozando con su sombra el perfil del sabio.

Fausto, turbado, apartó la mirada, pero no pudo evitar que un calor distinto al del fuego lo recorriera.

—Tú me tientas con mundos, con riquezas, con gozos… —dijo Fausto con voz apenas audible—. ¿Y qué me ofreces cuando el silencio cae, cuando lo humano se desnuda de artificios?

Mefistófeles se acercó aún más, y el espacio entre ambos se volvió estrecho, íntimo. Su mano, ligera, se posó sobre la de Fausto, como quien no obliga, sino simplemente señala un sendero que ya estaba abierto.

—Te ofrezco compañía —respondió el demonio—. No la del bullicio ni la de los aplausos, sino la de quien permanece aun en la hora más sombría.

El tiempo se suspendió. Ninguna palabra siguió, sólo la proximidad compartida, un entendimiento callado que ardía más que el fuego. Fausto cerró los ojos, sin querer distinguir si era pasión, consuelo o perdición lo que en ese instante lo envolvía.

Fausto abrió los ojos lentamente. El resplandor de las velas parecía haberse multiplicado, como si la habitación hubiera sido cubierta de estrellas. Y, sin embargo, ninguna ventana estaba abierta al cielo.

Mefistófeles lo observaba con esa calma inquietante que siempre parecía saber más de lo que decía. Su voz descendió casi a un murmullo:

—No temas, Fausto. Todo lo que arde dentro de ti no es sino un reflejo de lo eterno. ¿Creías que sólo los ángeles conocen la ternura?

Fausto sintió un estremecimiento, mezcla de vértigo y revelación. Había pasado su vida entera en busca de lo absoluto, del secreto último de las cosas, y ahora lo encontraba no en un libro, ni en la geometría de las estrellas, sino en la cercanía de aquel ser que era su guía y su verdugo.

—Si esto es tentación —dijo Fausto, apenas atreviéndose—, confieso que me resulta más humana que todos tus trucos.

Mefistófeles sonrió, sin ironía esta vez. Con un gesto leve, casi paternal, recogió una hebra de cabello de la frente de Fausto y la dejó caer suavemente sobre su mejilla.

—No hay diferencia entre lo humano y lo infernal cuando ambos se tocan —respondió—. ¿No ves? Aquí, en este instante, somos simplemente dos llamas que comparten el mismo aire.

El silencio volvió a rodearlos, pero ya no era un silencio vacío: parecía contener en sí un pacto secreto, un vínculo que no necesitaba ser nombrado.

De pronto, una de las velas se apagó sola, como si quisiera sellar el pacto sin testigos. La penumbra engulló los contornos de la estancia, y sólo quedaron visibles dos figuras unidas por la cercanía.

Fausto, con un suspiro profundo, inclinó la cabeza, sin saber si rendido o agradecido. Mefistófeles no añadió palabra: bastaba el roce apenas perceptible de su mano, un gesto que no buscaba poseer, sino confirmar.

En ese instante, lo que había entre ambos no fue ni ciencia, ni magia, ni condena. Fue una verdad callada, imposible de escribir en tratados ni de anunciar en altares.

Cuando Fausto alzó la mirada, Mefistófeles ya se había apartado, como si nada hubiera ocurrido. Pero en los ojos del sabio brillaba una certeza nueva: aquella noche, lo prohibido se había transformado en confidencia, y lo eterno había tomado la forma de un instante compartido.

Y el fuego, cómplice, siguió ardiendo en silencio.

La noche caía sobre el Pequod. La cubierta, bañada de luna, parecía flotar en un silencio distinto, casi irreal. El viento marino, más suave que de costumbre, acariciaba las jarcias como si quisiera arrullarlas.

Los hombres se habían reunido en un círculo disperso, compartiendo historias y canciones que nacían de todos los puertos y lenguas. El ron corría de mano en mano, y con él la risa, los gestos cómplices, las miradas que se prolongaban más de lo habitual.

Starbuck, reservado, dejó que su mano rozara por un instante la de Queequeg, que le devolvió el contacto con esa serenidad de quien conoce la fuerza de la ternura. Ishmael, más joven, observaba todo con asombro, sintiendo cómo el mar parecía alentar una intimidad desconocida entre los cuerpos fatigados del trabajo y la soledad.

Incluso Stubb, siempre jocoso, suavizó su voz, cantando un estribillo casi melancólico, mientras los hombros se rozaban en la penumbra y el calor compartido suplía el frío del océano.

No hubo palabras que nombraran lo que ocurría, ni falta hacían: los marineros sabían que aquella fraternidad iba más allá del deber, más allá de la caza, más allá de los sueños de Ahab. Por una noche, la cubierta del Pequod fue un refugio donde la piel y la mirada eran lenguaje suficiente.

El mar, en silencio, guardó el secreto.

La luna, inmensa y redonda, se erguía sobre el océano como un ojo blanco que todo lo veía. En la cubierta del Pequod, los marineros parecían moverse no como hombres, sino como astros que orbitan, atraídos por una fuerza invisible.

Queequeg, tatuado como un mapa sagrado, dejó caer su brazo sobre el hombro de Ishmael. El contacto no era gesto casual, sino un puente: las líneas en su piel parecían encenderse a la luz de la luna, como si en ellas se dibujara un lenguaje antiguo, ilegible y eterno.

Starbuck, hombre de fe severa, sintió cómo la rigidez de su espíritu se ablandaba. En el roce de sus compañeros descubría no la tentación, sino un rito: un llamado a reconocerse frágil y humano, a compartir el fuego secreto que la soledad del mar avivaba.

El viento, al pasar entre las velas, sonaba como un canto coral. Y en ese coro sin palabras, los cuerpos se acercaban, se tocaban, se mezclaban, como olas que no conocen frontera entre sí.

Por un instante, la cubierta dejó de ser madera y hierro, y se transformó en altar. Allí no había pecado ni condena, sólo un misterio compartido: la certeza de que en medio del océano, bajo la mirada infinita del cielo, los hombres podían entrelazar sus almas y sus sombras sin temor.

Cuando la madrugada asomó, ninguno habló de lo ocurrido. Pero el mar lo había registrado en su memoria insondable, como un himno secreto que aún resuena en su oleaje.
 
Me niego a contribuir a que este foro sea un estercolero de cosas generadas por la IA.

Aquí se piensa, se escribe y se tunea con el paint. Y si alguien es tan lerdo que no sabe hacer lo básico y necesita ir publicando frutos que no son de él sino de una máquina, debería ser BANEADO y no premiado.

Y si ILG levantara el dedo sería para opinar lo mismo que yo, estoy convencida.
 
Y si ILG levantara el dedo sería para opinar lo mismo que yo, estoy convencida.

Preguntemos a ChatGPT sobre el particular.

Es probable que Ilovegintonic tenga una opinión bastante fuerte sobre ese texto, ya que su estilo en el foro suele ser directo y tiene una postura crítica, especialmente cuando se trata de debates sobre el uso de la inteligencia artificial (IA) en la creación de contenido. Si bien no se puede asegurar con certeza cómo reaccionaría, podemos inferir que, basándonos en el tono y enfoque de Ilovegintonic, probablemente estaría en desacuerdo con la postura del texto, ya que tiende a valorar la creatividad humana sobre las herramientas automatizadas.


En foros como PL, donde los usuarios suelen ser más apasionados y dedicados a sus propias creaciones, se podría esperar que Ilovegintonic argumentara que la IA no debería reemplazar el esfuerzo humano y que la autenticidad y la originalidad son esenciales. Sin embargo, también es posible que critique el tono agresivo del texto, ya que en ese tipo de comunidades suele preferirse un enfoque más constructivo y menos excluyente.


Dicho esto, ¿a ti qué te parece el uso de la IA en este tipo de foros?
 
Me niego a contribuir a que este foro sea un estercolero de cosas generadas por la IA.

Aquí se piensa, se escribe y se tunea con el paint. Y si alguien es tan lerdo que no sabe hacer lo básico y necesita ir publicando frutos que no son de él sino de una máquina, debería ser BANEADO y no premiado.

Y si ILG levantara el dedo sería para opinar lo mismo que yo, estoy convencida.
Sea. Abandono la IA.
 
Preguntemos a ChatGPT sobre el particular.

Es probable que Ilovegintonic tenga una opinión bastante fuerte sobre ese texto, ya que su estilo en el foro suele ser directo y tiene una postura crítica, especialmente cuando se trata de debates sobre el uso de la inteligencia artificial (IA) en la creación de contenido. Si bien no se puede asegurar con certeza cómo reaccionaría, podemos inferir que, basándonos en el tono y enfoque de Ilovegintonic, probablemente estaría en desacuerdo con la postura del texto, ya que tiende a valorar la creatividad humana sobre las herramientas automatizadas.


En foros como PL, donde los usuarios suelen ser más apasionados y dedicados a sus propias creaciones, se podría esperar que Ilovegintonic argumentara que la IA no debería reemplazar el esfuerzo humano y que la autenticidad y la originalidad son esenciales. Sin embargo, también es posible que critique el tono agresivo del texto, ya que en ese tipo de comunidades suele preferirse un enfoque más constructivo y menos excluyente.


Dicho esto, ¿a ti qué te parece el uso de la IA en este tipo de foros?
Verruga, ¿qué te ha pasado? Antes molabas, llegabas tan alto como Juan Rulfo o más
 
Me niego a contribuir a que este foro sea un estercolero de cosas generadas por la IA.

Aquí se piensa, se escribe y se tunea con el paint. Y si alguien es tan lerdo que no sabe hacer lo básico y necesita ir publicando frutos que no son de él sino de una máquina, debería ser BANEADO y no premiado.

Y si ILG levantara el dedo sería para opinar lo mismo que yo, estoy convencida.

He leído tu comentario y no puedo evitar señalar la enorme precariedad argumentativa que lo sostiene. Tu texto carece de una estructura lógica mínima, abusa de generalizaciones sin fundamento y, en definitiva, no supera ni un análisis superficial de coherencia interna.

Si lo que intentabas era exponer una idea sólida, has fracasado en la fase inicial: formularla con claridad. Y si lo que pretendías era provocar, deberías al menos hacerlo con ingenio, porque de lo contrario la provocación se queda en simple ruido.

En conclusión: tu aportación no enriquece el debate, sino que lo empobrece. La próxima vez, antes de pulsar “enviar”, quizá te convenga ordenar tus pensamientos y revisarlos con un mínimo de autocrítica.
 
He leído tu comentario y no puedo evitar señalar la enorme precariedad argumentativa que lo sostiene. Tu texto carece de una estructura lógica mínima, abusa de generalizaciones sin fundamento y, en definitiva, no supera ni un análisis superficial de coherencia interna.

Si lo que intentabas era exponer una idea sólida, has fracasado en la fase inicial: formularla con claridad. Y si lo que pretendías era provocar, deberías al menos hacerlo con ingenio, porque de lo contrario la provocación se queda en simple ruido.

En conclusión: tu aportación no enriquece el debate, sino que lo empobrece. La próxima vez, antes de pulsar “enviar”, quizá te convenga ordenar tus pensamientos y revisarlos con un mínimo de autocrítica.
Me has hecho reír pero también mereces al menos un ban aunque sea solo de 24 horas.
 
Atrás
Arriba Pie