Amigo Truja, me parece bien este hilo y que intentes elevar la dignidad de los foreros, que estamos muy falticos de ella, y del mundo en general.
Pero tu discurso se está volviendo de un puritano y de un críptico artificioso que tira p'atrás.
Relájate, edúcanos, firme en tus convicciones pero comprensivo de la naturaleza y de las debilidades humanas; intenta guiar al rebaño, pero no le des demasiado la barrila, que puedes espantarlo...
Amigo Truja, me parece bien este hilo y que intentes elevar la dignidad de los foreros, que estamos muy falticos de ella, y del mundo en general.
Pero tu discurso se está volviendo de un puritano y de un críptico artificioso que tira p'atrás.
Relájate, edúcanos, firme en tus convicciones pero comprensivo de la naturaleza y de las debilidades humanas; intenta guiar al rebaño, pero no le des demasiado la barrila, que puedes espantarlo...
Queridos hermanos conforeros:
El Señor nos recuerda hoy que fuimos creados para amar y ser amados, no para ser usados ni para usar a los demás. Sin embargo, vivimos en un mundo donde tantas veces se confunde el amor con el consumo, y la dignidad con el deseo pasajero. La prostitución y la pornografía aparecen como ofertas fáciles, como promesas de alivio para la soledad o el cansancio del corazón. Pero, al final, dejan siempre un vacío mayor: “El que beba de esta agua volverá a tener sed” (Jn 4,13).
No se trata de juzgar a nadie. Todos conocemos nuestra fragilidad, y todos hemos sentido la tentación de buscar consuelo en lo inmediato. Pero el Señor nos dice: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?” (1 Co 6,19). Eso significa que cada uno de nosotros tiene un valor infinito, un valor que no se compra ni se vende.
La prostitución hiere a quienes son obligados a ofrecerse y también a quienes buscan allí un remedio rápido. La pornografía adormece el corazón, lo acostumbra a mirar al otro como objeto, y poco a poco debilita la capacidad de amar de verdad. “Todo me está permitido, pero no todo me conviene” (1 Co 6,12). Son cadenas que atan la libertad.
Pero hermanos, la buena noticia es que siempre hay un camino de vuelta. Nuestro Dios no se cansa de perdonar: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). Él nos llama a descubrir la belleza de relaciones limpias, de amistades sinceras, de un amor que no humilla sino que engrandece.
Por eso, no tengamos miedo. Si hemos caído, confiemos en la misericordia: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia” (Sal 103,8). Si estamos tentados, recordemos que no estamos solos: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
El rebaño camina junto, y el Buen Pastor nunca abandona a sus ovejas. Sigamos caminando, paso a paso, hacia ese amor que no se compra, hacia esa libertad que sólo Cristo puede dar: “Para ser libres nos liberó Cristo” (Ga 5,1).
Señor Jesús, Buen Pastor, enséñanos a ver con tus ojos, a amar con tu corazón y a respetar la dignidad de cada hermano. Libéranos de todo lo que oscurece el amor verdadero y haznos testigos de tu misericordia. Amén.