Quien nunca haya sido rechazado por una paticorta bigotuda estándar es que ya no es que no tenga vida social, es que probablemente vive en un zulo, cual deforme, custodiado por una madre autoritaria y fanática, que lo encula con un dildo gigante de goma.
Todos, absolutamente todos, hemos sido más rechazados que aceptados en cuestiones copulatorias. Todos nos hemos agarrado a un clavo ardiendo porque teníamos ganas de follar y nuestra decencia y alto sentido de la dignidad nos impedían contratar los servicios de una fulana. Además del asco que suscita el desovar donde lo han hecho 30 borrachos, anormales y subseres de diverso pelaje esa misma noche.
La follaina es una historia de frustraciones y rechazos continuos, y más hoy día con la hipergamia de las mogeras, que andan todas desatadas, con unas exigencias desproporcionadas, mientras que lo que ofrecen es un culo deforme enfundado en unos leggins a prueba de presión, las tetas equiparables a un gordo con ginecomastia y una puta cara de choni-cerda, además del característico aliento de mofeta. Me he cruzado con este perfil muchísimas veces, y con decepciones con tipas de mayor nivel a patadas, e incluso cuando tipas teóricamente guapas y bien pertrechadas en su físico te hacían sentir como un necrófilo en la follada, con nulo compromiso o que le olían fuertecito los bajos.
Por eso digo, el apasionante mundo de meter la pilila en la cuevecita de una fémina, es toda una odisea cuando quieres practicarlo con cierta regularidad, y más cuando tienes que aguantar ciertas cosas, o se te exigen cosas que no son de tu agrado y, como en mi caso, no pasas por el aro. Hasta que encuentras a una guarra que satisface tus expectativas, lo puedes haber intentado con decenas de petardas, incluso con algunas que harían vomitar las entrañas a una rata del Ganges.