Creo que no me he disfrazado desde que tenía 12 años, aunque anteriormente cuando en clase de 3º de EGB nos hicimos unos disfraces del maricón de Carlos Chaplin en el que colaboraron nuestras progenitoras. Se decidió, como se hacía muy típicamente en la época, elegir un disfraz común para toda la clase. Recuerdo que llevé un bombín ridículo de plástico con unos pelos en forma de hilos de lana adheridos a los bordes, y el traje entallado de mi tío, el mismo que utilizó en su boda para casarse con la gorda de su mujer (mi tía política) allá por el año 80. Como el traje era el de un hombre adulto y yo era un chiquillo, pues me quedaba como un puto saco, era algo bastante grotesco, y yo con mi cabeza pequeña, infantil, en un traje que parecía el cuerpo de un gordo seboso pero con microcefalia, una puta risión.
Cuando tenía 12 años me disfracé de mujer, aunque en una versión bastante charificada, con los faldones de mi tía (la gorda) y una de sus pelucas de los años 70, especialmente ridícula, junto a una chaqueta de lana y una blusa. Y fui de esa guisa al colegio, para la risión de mis compañeros. Al salir de clase ese mismo día me encontré con mi abuelo, que estaba sentado en un banco y decidí sentarme disimuladamente, entonces comencé a acariciarle la pierna y vi como se le salieron los ojos de las órbitas, pensando que iba a poder mojar el churro después de haber enviudado décadas atrás y no gastarse ni un mísero shekel en darse un garbeo por los lupanares. Pero al mirar mi cara y como me partía de risa, me reconoció enseguida. Pero en un primer instante estoy seguro de que si todavía le quedaba algo de vida en el entrepierno, su maltrecho miembro se trempó.
Después nunca más me he vuelto a disfrazar, un poco porque me la sudan los carnavales, por vagancia y porque prefiero que sean los demás los que hagan el ridículo. Todavía recuerdo el año en el que zarandeé y le di un par de guantazos durante las navidades a un niño algo más pequeño que yo, que al parecer me conocía (me llamó por mi nombre) y se negaba a revelar su verdadera identidad tras un disfraz de papá noel. Acabó llorando el hijo de puta, con la intervención de un gordo bizco que estaba al frente de un puesto de chucherías, y nunca más supe de quien se trataba.