stavroguin 11
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Navegación de cabotaje por los mares virtuales en una tarde aburrida, sin buscar nada en concreto y dejándome llevar por la corriente caprichosa. Aparece un fondeadero, en forma de blog: el de Salvador Sostres.
Un somero repaso basta para percatarse de la calaña moral del individuo y de la calidad de sus ideas: clasimo derechista ensimismado en servidumbres, domésticas, criadas, clubs privados y restaurantes lujosos, urbanitismo pijotero despectivo con lo rural, loas babosas a Rajoy y Esperanza Aguirre, desprecio rayano en la burla a inmigrantes ahogados en pateras y al sufrimiento animal. En fin, nada de interés, salvo el gusto de la provocación en sí misma, que aburre a los 10 minutos.
Pero en un momento dado me encuentro con un artículo que habla de las mujeres. Más adelante otro, y varios más. Y ahí el hijoputa lo borda. Desnuda con precisión y sin piedad la hipocresía femenina, sus lloriqueos, sus puteríos, su falta innata de talento, su capacidad de amargar las alegrías de la vida. Su condición de beta feo y gordo casado con una mujer que lo desprecia y que probablemente solo lo tolere por la pasta le da una atalaya privilegiada desde la que disertar con conocimiento de causa. En algún caso concreto el pulido alcanza calidades de orfebre:
Erasmus | Guantánamo | Blogs | elmundo.es
Tirando muy para arriba en nivel tenemos el caso de Vargas Llosa: uno puede emborracharse de vida y buena literatura con todas y cada una de sus novelas, pero cuando se pone a disertar de política se convierte en un ultraliberal monomaníaco cuyo mayor pecado no es la imbecilidad de las cosas que dice, sino el hecho de que siempre diga las mismas. Ni el discurso de aceptación del Nobel se libró de esa patética fijación con ideas de baratillo de suplemento dominical para marujas de misa de doce.
Siempre me han fascinado estos contrastes entre la brillantez absoluta de las mentes de determinados individuos para aptitudes concretas con su estulticia en otras disciplinas que deberían estar muy por debajo de sus capacidades. Hablo, obviamente, de cuestiones intelectuales, científicas o artísticas. A nadie le sorprende que un chimpancé brasileño o un nigga useño, millonarios por dar patadas a un trozo esférico de cuero o meterlo por un aro, respectivamente, luego firmen con el dedo, se arruinen con negocios estúpidos o regalen Rolex de oro sin medida.
Pienso en Dostoiewski, escribiendo una obra genial tras otra y arruinándose en los casinos con un método científico de jugar a la ruleta ideado por él mismo. A Balzac, recorriendo tiendas de anticuarios y pagando millonadas por objetos que no valían 5 míseros duros. En Cervantes ya famoso y reconocido que escribía poesías que no valían una mierda. En Lovecraft, incapaz de encontrar un empleo útil en toda su puta vida. Y en Maitena y en todos los bobos que van a citarla en este hilo en el dudoso caso de que tenga un mínimo recorrido.
Así que les animo a que cuenten historias de las personas que han conocido con esta peculiaridad tan curiosa de mezclar brillantez con imbecilidad.
Un somero repaso basta para percatarse de la calaña moral del individuo y de la calidad de sus ideas: clasimo derechista ensimismado en servidumbres, domésticas, criadas, clubs privados y restaurantes lujosos, urbanitismo pijotero despectivo con lo rural, loas babosas a Rajoy y Esperanza Aguirre, desprecio rayano en la burla a inmigrantes ahogados en pateras y al sufrimiento animal. En fin, nada de interés, salvo el gusto de la provocación en sí misma, que aburre a los 10 minutos.
Pero en un momento dado me encuentro con un artículo que habla de las mujeres. Más adelante otro, y varios más. Y ahí el hijoputa lo borda. Desnuda con precisión y sin piedad la hipocresía femenina, sus lloriqueos, sus puteríos, su falta innata de talento, su capacidad de amargar las alegrías de la vida. Su condición de beta feo y gordo casado con una mujer que lo desprecia y que probablemente solo lo tolere por la pasta le da una atalaya privilegiada desde la que disertar con conocimiento de causa. En algún caso concreto el pulido alcanza calidades de orfebre:
Erasmus | Guantánamo | Blogs | elmundo.es
Tirando muy para arriba en nivel tenemos el caso de Vargas Llosa: uno puede emborracharse de vida y buena literatura con todas y cada una de sus novelas, pero cuando se pone a disertar de política se convierte en un ultraliberal monomaníaco cuyo mayor pecado no es la imbecilidad de las cosas que dice, sino el hecho de que siempre diga las mismas. Ni el discurso de aceptación del Nobel se libró de esa patética fijación con ideas de baratillo de suplemento dominical para marujas de misa de doce.
Siempre me han fascinado estos contrastes entre la brillantez absoluta de las mentes de determinados individuos para aptitudes concretas con su estulticia en otras disciplinas que deberían estar muy por debajo de sus capacidades. Hablo, obviamente, de cuestiones intelectuales, científicas o artísticas. A nadie le sorprende que un chimpancé brasileño o un nigga useño, millonarios por dar patadas a un trozo esférico de cuero o meterlo por un aro, respectivamente, luego firmen con el dedo, se arruinen con negocios estúpidos o regalen Rolex de oro sin medida.
Pienso en Dostoiewski, escribiendo una obra genial tras otra y arruinándose en los casinos con un método científico de jugar a la ruleta ideado por él mismo. A Balzac, recorriendo tiendas de anticuarios y pagando millonadas por objetos que no valían 5 míseros duros. En Cervantes ya famoso y reconocido que escribía poesías que no valían una mierda. En Lovecraft, incapaz de encontrar un empleo útil en toda su puta vida. Y en Maitena y en todos los bobos que van a citarla en este hilo en el dudoso caso de que tenga un mínimo recorrido.
Así que les animo a que cuenten historias de las personas que han conocido con esta peculiaridad tan curiosa de mezclar brillantez con imbecilidad.
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