Concuerdo. Además, el puto automóvil parece un invento del demoño porque hace sacar lo peor de cada uno.
Yo tuve una parecida con una tía de esas de más de cincuenta que piensan que ponerse el mundo por montera es pintarse el pelo de rojo y llevar transparencias.
Estaba en un atasco de tras pares en la Castellana, de esos de arranca-para, arranca-para que ya no se ven desde la crisis, cuando la muy zorra quiere cambiar de carril al estilo fémina: sin mirar y por cojones. Evidentemente, no la quería dejar; mi hombría no me lo permitía. La tía que sí y yo que no. El caso es que empezó a empujar mi forfiesta y yo me mantenía firme, no dejándole entrar al carril. La chapa sonaba, se arrugaba cada vez más tras cada envite. Hasta que llegó un momento que se me fue la pinza, me bajé del coche, le arranqué el retrovisor de los de bola que había antes y le reventé la ventanilla con él. Me quedé con las ganas de sacarla de los pelos cortos de bollera y apalearla en medio de la calzada. No lo hice y cuando me tranquilicé me sentí mejor. A los quince días le rajé las ruedas de su twingo.