¿Qué le debemos al fútbol femenino?
Las futbolistas españolas han dilapidado una oportunidad excepcional de hacer crecer su competición
La jugadora española Irene Paredes muestra su alegría. (EFE/Pablo García)
Por
Alberto Olmos
20/09/2023 - 05:00
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No tengo tan claro que
ganar el Mundial de Fútbol Femenino sea algo importante o, al menos,
más importante que ganar el campeonato mundial de voleibol, béisbol, bádminton o curling (que no sé lo que es). Ante esta frase usted puede haberse indignado, lo cual indica que desprecia el
curling, ese deporte desconocido pero honorable; y que desprecia el voleibol y el béisbol y el bádminton. Si un equipo nacional, ya fuera masculino o femenino, se alzara con el primer puesto planetario en el juego del béisbol,
nos daría completamente igual y nadie llenaría las calles con banderas ni, de hecho, bates. Ser campeón del mundo no es relevante; lo relevante es que
ganamos nosotros.
Ahora que se habla mucho de
fútbol femenino, conviene recordar que el deporte es un espectáculo no por lo que hacen los deportistas, sino
por lo que sienten los aficionados. No hay gran deporte sin grandes masas de gente enganchadas a su devenir. Esto no se consigue de un día para otro, sino con mucha épica, mucho márketing y, sobre todo,
un buen puñado de mitos.
La mayoría de nosotros
sólo es capaz de nombrar a una jugadora de la selección española femenina de fútbol:
Jenni Hermoso. Sabemos su nombre no porque metiera el gol de la final o porque sus regates sean increíbles, sino por
el lance besucón vivido en la entrega de medallas. Usted no sabe ni qué posición ocupa en el campo Jenni.
Jenni Hermoso en un partido del Pachuca mexicano. (Reuters/Daniel Becerril)
El fútbol femenino se erige hoy en día como la paradoja de nuestro tiempo, sumado, bien es verdad, a otras paradojas similares. Tenemos, por un lado, que
el fútbol siempre fue horrible, opio del pueblo, máquina de embrutecer varones. En los años 90, aún había un sesgo intelectual propio de las personas cultas: despreciar abiertamente el fútbol. En España quizá fue
Jorge Valdano el que reconcilió el deporte soberano con buena parte de los que leen y escriben libros y piensan cosas. Pero, aún así, el fútbol no era algo que un ciudadano informado y progresista viera con total magnanimidad.
El fútbol es control, pan y circo, abusos, obscenidad salarial y corrupción generalizada. Luego hay goles muy bonitos, pero eso no limpia lo anterior.
Así, una primera arista de la paradoja es
haber pasado de despreciar el fútbol a
necesitar por todos los medios que las mujeres jueguen y vean partidos de fútbol.
En los años 90, aún había un sesgo intelectual propio de las personas cultas: despreciar abiertamente el fútbol
Este contrasentido (parecido a estigmatizar a los hombres que recurren a la prostitución y que, no acabando con ella, en 2050 se empezará a empujar a las mujeres a recurrir a la prostitución masculina, y que eso se considerara un avance; que no les digo yo que no vaya a suceder, por cierto), esto, digo, tiene su ironía monumental. Como ahora
queremos fútbol femenino a todas horas, bien pagado y con portadas, se da a entender que
alguien no quería antes fútbol femenino. La FIFA, por ejemplo. Es decir, debemos creernos que
la FIFA no quería doblar su negocio, pasar de los 4000 millones de aficionados que se dice que tiene el balompié a 6000 o 7000, y consecuentemente vender más camisetas, más entradas, más patrocinios, y que
el Mundial (h/m), esa mina de oro, se produzca, no cada cuatro años, sino cada dos.
El otro sindiós del fútbol femenino es que
valida la masculinidad tradicional, dándole la razón de forma desconcertante. Hay un cierto feminismo (que no sé muy bien cómo interpretar) que parece mirar la vida de los hombres y decirse: "¿Qué les gusta, qué les hace felices, qué da sentido a sus días sobre el mundo?". Y,
después de localizar esos espacios de placer y pasión, concluye: "
Pues nosotras también queremos eso".