Soy invisible y raramente me encuentro con conocidos. Y si los veo yo, que suelo ir con los ojos bien abiertos, me escabullo hábilmente. Pero hay veces que no se puede, que son ellos los que te ven y ya cuando tú les detectas hay un contacto visual insalvable. Entonces entro en modo monosílabo; sí y no y poco más. Con sequedad, con voz robótica, impasible el ademan.
Mi mundo es mi autismo, y mi hábitat son las cuatro paredes de mi madriguera. Un lugar donde hace meses y meses que no suena el telefonillo ni si quiera por equivocación. Un lugar de luz tenue y moho en las juntas del baño. Donde jamás entró hembra, una verdadera guarida. Y desde esta guarida del águila me planifico mis rutas furtivas, mis incursiones al mundo exterior y hostil. Suelo ir al super una vez por semana, evitando las horas donde hay mucha gente y tienes que hacer cola en la caja. Ahí hay unos minutos donde uno es totalmente vulnerable a los depredadores sociales. Biblioteca, voy, entro, saludo para el cuello de mi camisa, cojo un libro que ya he estado mirando previamente en el catálogo digital, voy a tiro hecho, me lo registran, vuelvo a dar las gracias y despedirme para el cuello de mi camisa sin mirar a los ojos a las bibliotecarias que están bastante bien, y salgo a estampida de allí. Y luego los picaderos, intento ir en horas de siesta o a horas que no dé mucho el cante con los vecinos. Si algún piso está cerca de algún conocido o familiar directamente no voy o voy más tenso que un felino salvaje entrando en una ciudad por la noche.
Saludar saludo poco, hoy mismo he subido las escaleras con un vecino y no nos hemos dicho nada. Ni hola ni adiós ni na. Como dos mostrencos, y eso que nunca nos hemos hecho nada. Pero es mejor así, cada uno en su casa y Dios en la de todos. Mis saludos son tan efusivos como los de la máquina de tabaco. Un hola, un hasta luego, y no tengo más repertorio. Si me encuentro de frente con mis vecinos en el portal les digo hola, pero ya si nos cruzamos a 10 metros del portal no nos saludamos. Es como si no hubiese obligación o yo qué sé, pero en mi caso es así. Dos o tres metros todavía hay que decir algo, pero un poco más allá ya no.
Evito zonas de marcha, zonas de terrazas, calles comerciales, ir por los paseos centrales de parques para evitar las miradas de los que estén sentados en los bancos de los lados. Nada de aglomeraciones, nada de salir en fiestas, nada de interactuar. Me muevo por la ciudad como la sombra de una nube entre las edificios.