Helena

Juvenal

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23 Ago 2004
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HELENA

Safo rebuznó:
... Como la manzana más dulce se vuelve roja en la rama,
alta sobre la más alta y olvidada de los que cosechan
—pero no la han dejado por olvido: es que no la pudieron
alcanzar...—

Sobre el nacimiento de Helena hay diversas tradiciones. La más extendida la hace hija de Leda, esposa del rey espartano Tindáreo. En un mismo día se habrían unido a ella su marido y Zeus, su amante, metamorfoseado en cisne; y como consecuencia, Leda puso un huevo (o dos, según otros) del que nacieron sus cuatro hijos: Pólux y Helena, cuyo padre era el dios, y Cástor y Clitemnestra, vástagos del rey.

Otra versión dice que la madre fue Némesis. Acosada ésta por Zeus, huyó convertida en cisne, y como cisne también la alcanzó el Cronida. Némesis puso un huevo y lo entregó a Leda, ésta lo colocó en un cesto, le dio calor y tras nacer la niña la crió como hija propia. Así, Helena sería hija de la Venganza y nieta de la Noche en esta variante.

El héroe ateniense Teseo era un anciano de cincuenta años cuando contempló el baile de Helena, que por aquel entonces contaría con unos diez. Fascinado por su belleza, decidió raptarla y ocultarla en Afidnas, en espera de que la niña alcanzara la edad núbil. Cástor y Pólux, sin embargo, lograron rescatarla. Así se produjo una de las primeras guerras entre Atenas y Esparta.

Pasaron los años y Helena creció. Su padre decidió desposarla y acudieron a su llamada príncipes de toda Grecia: Áyax, Teucro, Menelao, Patroclo, Filoctetes... Tindáreo estaba abrumado: fuera cual fuese su decisión, le acarrearía poderosas enemistades.

El astuto Odiseo le ofreció la solución, brindándole un consejo: Helena debería escoger a su marido y el resto de pretendientes, mediante juramento, debería respetar la decisión y acudir en ayuda del esposo si este la pedía.

Hace tres mil años tampoco la gente daba puntada sin hilo: como pago del favor, Tindáreo debería usar sus influencias y apoyos para que el de Ítaca consiguiera a cierta Penélope de la que andaba enamorado.

El elegido por la princesa espartana fue Menelao, doblemente afortunado (pues así alcanzó el trono lacedemonio). Ambos tuvieron una hija: Hermíone. Algunos mitógrafos añaden más hijos al matrimonio: Etiolao, Nicóstrato, Plístenes y Tronío.

Eris (la Discordia), furiosa por no haber sido invitada a las bodas entre Tetis y Peleo, se coló en la celebración de éstas y arrojó una manzana de oro con la siguiente inscripción: “Tómela la más bella”. Hera, Atenea y Afrodita charlaban entre ellas y la manzana, rodando, llegó hasta sus pies.

Tal fue la trifulca que montaron intentando cogerla que el mismo Zeus tuvo que separarlas y para evitar males mayores decidió nombrar un juez imparcial que asignaría la manzana como premio a la diosa más bella. El encargado de dirimir la disputa fue el príncipe troyano Paris.


Atenea, a cambio de ser elegida, ofreció a Paris no conocer jamás la derrota en combate y la mayor de las sabidurías; Hera le susurró al oído: “Dame el premio y tuyo será todo el imperio de Asia”; Afrodita simplemente se le mostró desnuda y le prometió el amor de la mujer más hermosa del mundo: Helena.

Y así fue como la diosa de Pafos ganó el certamen. Paris llegó hasta Esparta, sedujo a la reina y regresó a Troya con ella (y con el tesoro, pues hace tres mil años la gente...). Menelao, loco de furor, invocó el juramento prestado por el resto de caudillos griegos y pidió auxilio a su hermano Agamenón, rey de Argos.

"Paris y Helena" (1788) por Jacques-Louis David
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De todos los rincones de la Hélade llegaron hombres dispuestos a ejecutar la venganza del Atrida y héroes decididos a obtener la gloria (y su parte del botín). Así formaron su ejército los argivos y así partieron mil naves hacia la ciudad regida por Príamo.

Cunnus causa tanti belli fuit. Una mujer fue la causa de tan gran guerra.

Pero... ¿y si Helena no hubiera estado jamás en Troya?

Hera, irritada por haber perdido en el juicio, y con tal de impedir que el mortal Paris la tomase por el pito del sereno y se creyera más listo que toda una diosa, había fabricado ella misma un simulacro con el que pensaba suplantar a la verdadera Helena, una réplica exacta y animada. La réplica más hermosa del mundo, evidentemente.

Y mientras Hera llevaba a la doble al palacio, sin que nadie, ni siquiera Menelao o Paris se dieran cuenta jamás del engaño, la diosa ordenó a Hermes que transportara a la auténtica desde Grecia hasta Egipto, donde Helena quedaría custodiada por el rey Proteo.

No deja de ser irónico que los aqueos soportaran durante diez años el que tantos perecieran a los pies de Ilión a manos de Héctor el Domador de Caballos y su sangriento frenesí, las calamidades de la peste, el azote del hambre y los estragos de la guerra por algo que sólo era una representación que se habían forjado (aunque, ¿quién no hubiera sucumbido al hechizo?).

Tantos cadáveres, tantas viudas, huérfanos y madres enlutadas por un mero fantasma, una apariencia, una imagen ideal... Cuanto menos, curioso. Pero, ¿cómo saber que no es la real? Imposible. Los dioses juegan como quieren con los hombres.

Una vez arrasada Troya hasta los cimientos, regresaba Menelao con la que creía su mujer. Mas la nave, sacudida por las tormentas y las tempestades, fue desviada hasta Egipto. Allí Helena, fiel al recuerdo de su marido, había rechazado a todos los que la pretendían, incluso a Teoclímeno, hijo de Proteo. Los esposos se reconocieron y, en ese momento, el fantasma creado por Hera se desvaneció como humo.

Regresaron, vivieron felices, comieron perdices y fueron divinizados.

Ésta es la leyenda que contaba el poeta Estesícoro. Anteriormente había compuesto versos en los que reprochaba su conducta a Helena. Es mal asunto decir según qué cosas a alguien que ya recibe culto propio y tiene santuarios dedicados. Estesícoro perdió la vista. Sólo cuando cantó esta palinodia a modo de retractación, curó de su ceguera.

Y es que ya lo narraba Gorgias, exonerando de toda responsabilidad a la espartana, en su “Elogio de Helena”: las palabras son el instrumento más poderoso con el que cuentan los hombres. Su poder de doble filo es infinito para aquel que sabe usarlas, y pueden persuadir de cualquier cosa. Incluso de abandonarlo todo y marchar a Troya.

La etimología de “Helena” es incierta. Las conjeturas más aceptadas la entroncan con una antigua raíz indoeuropea (¿pero hay alguna raíz indoeuropea que no sea antigua?, me pregunto) relacionada con el resplandor, la brillantez, la luz. En ese sentido, la emparentan con “heláne”, antorcha.

Un origen oscuro para una palabra luminosa.

Cuanto menos, curioso.

"Helena de Troya" (1898) por Evelyn de Morgan
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Anexo

Gorgias es el sofista más escéptico y nihilista. Su filosofía está expresada en tres proposiciones: nada existe; si algo existe, no puede ser conocido; si algo existe y puede ser conocido, no puede ser comunicado.

Además de negar toda clase de verdades objetivas, Gorgias rechaza la universalidad de las normas morales, que varían de un pueblo a otro, de una época a otra e incluso a lo largo de la vida de las personas. Por esa razón Gorgias da tanta importancia al manejo de las palabras y al arte de la retórica. El lenguaje es la única forma de realidad, la única instancia capaz de expresar, modificar y comunicar el mundo.

Emilia Pardo Bazán rebuznó:
La palinodia




El cuento que voy a referir no es mío, ni de nadie, aunque corre impreso; y puedo decir ahora lo que Apuleyo en su Asno de oro: Fabulam groecanica incipimus: es el relato de una fábula griega. Pero esa fábula griega, no de las más populares, tiene el sentido profundo y el sabor a miel de todas sus hermanas; es una flor del humano entendimiento, en aquel tiempo feliz en que no se había divorciado la razón y la fantasía, y de su consorcio nacían las alegorías risueñas y los mitos expresivos y arcanos.

Acaeció, pues, que el poeta Estesícoro, pulsando la cuerda de hierro de su lira heptacorde y haciendo antes una libación a las Euménides con agua de pantano en que se habían macerado amargos ajenjos y ponzoñosa cicuta, entonó una sátira desolladora y feroz contra Helena, esposa de Menelao y causa de la guerra de Troya. Describía el vate con una prolijidad de detalles que después imitó en la Odisea el divino Homero, las tribulaciones y desventuras acarreadas por la fatal belleza de la Tindárida: los reinos privados de sus reyes, las esposas sin esposos, las doncellas entregadas a la esclavitud, los hijos huérfanos, los guerreros que en el verdor de sus años habían descendido a la región de las sombras, y cuyo cuerpo ensangrentado ni aun lograra los honores de la pira fúnebre; y trazado este cuadro de desolación, vaciaba el carcaj de sus agudas flechas, acribillando a Helena de invectivas y maldiciones, cubriéndola de ignominia y vergüenza a la faz de Grecia toda.

Con gran asombro de Estesícoro, los griegos, conformes en lamentar la funesta influencia de Helena, no aprobaron, sin embargo, la sátira. Acaso su misma virulencia desagradó a aquel pueblo instintivamente delicado y culto; acaso la piedad que infunde toda mujer habló en favor de la culpable hija de Tíndaro. Su detractor se ganó fama de procaz, lengüilargo y desvergonzado; Helena, algunas simpatías y mucha lástima. En vista de este resultado, Estesícoro, con las orejas gachas, como suele decirse, se encerró en su casa, donde permaneció atacado de misantropía y abrazado a su fea y adusta musa vengadora.

El sueño había cerrado sus párpados una noche, cuando a deshora creyó sentir que una diestra fría y pesada como el mármol se posaba en su mejilla. Despertó sobresaltado y, a la claridad de la estrella que refulgía en la frente de la aparición, reconoció nada menos que al divino Pólux, medio hermano de Helena. Un estremecimiento de terror serpeó por las venas del satírico, que adivinó que Pólux venía a pedirle estrecha cuenta del insulto.

-¿Qué me quieres? -exclamó alarmadísimo.

-Castigarte -declaró Pólux-; pero antes hablemos. Dime por qué has lanzado contra Helena esa sátira insolente; y sé veraz, pues de nada te serviría mentir.

-¡Es cierto! -respondió Estesícoro-. ¡En vano trataría un mortal de esconder a los inmortales lo que lleva en su corazón! Como tú puedes leer en él, sabes de sobra que la indignación por los males que ocasionó tu hermana y el dolor de ver a la patria afligida, me dictaron ese canto.

-Porque leo en lo oculto sé que pretendes engañarme -murmuró con desprecio Pólux-. Y sin poseer mi perspicacia divina, los griegos, han sabido también conocer tus móviles y tus intenciones. No existe ejemplo, ¡oh poeta!, de satírico que tenga por musa el bien general: siempre esta hipócrita apariencia oculta miras personales y egoístas. Tú viste la belleza de mi hermana; tú la codiciaste, y no pudiste sufrir que otro cogiese las rosas cuyo aroma te enloquecía.

-Tu hermana ha ultrajado a la santa virtud -declaró enfáticamente Estesícoro.

-Mi hermana no recibió de los dioses el encargo de representar la virtud, sino la hermosura -replicó Pólux, enojado-. Si hubiese un mortal en quien se encarnasen a un mismo tiempo la virtud, la hermosura y la sabiduría, ése sería igual a los inmortales. ¿Qué digo? Sería igual al mismo Jove, padre de los dioses y los hombres; porque entre los demás que se nutren de la ambrosía, los hay, como la sacra Venus, en quienes sólo se cifra la belleza, y otros, como la blanca Diana, en quienes se diviniza la castidad. Si tanto te reconcomía el deseo de zaherir a los malos, debiste hacer blanco de tu sátira a algunas de las infinitas mujeres que en Grecia, sin poder alardear de la integridad y pureza de Diana, carecen de las gracias y atractivos de Venus. La hermosura merece veneración; la hermosura ha tenido y tendrá siempre altares entre nosotros; por la hermosura, Grecia será celebrada en los venideros siglos. Ya que has perdido el respeto a la hermosura, pierde el uso de los sentidos, que no sirven para recrearte en ella por la contemplación estética.

Y vibrando un rayo del astro resplandeciente que coronaba su cabeza, Pólux reventó el ojo derecho de Estesícoro. Aún no se había extinguido el ¡ay! que arrancó al poeta el agudo dolor, y apenas había desaparecido Pólux, cuando apareció el otro Dióscuro, Cástor, medio hermano también de Helena, hijo de Leda y del sagrado cisne; y pronunciando palabras de reprobación contra el ofensor de su hermana, con una chispa desprendida de la estrella que lucía sobre sus cabellos, quemó el ojo izquierdo del satírico, dejándole ciego. Alboreó poco después el día, mas no para el malaventurado Estesícoro, sepultado en eterna y negra noche. Levantándose como pudo, buscó a tientas un báculo, y pidiendo por compasión a los que cruzaban la calle que le guiasen, fue a llamar a la puerta de su amigo el filósofo Artemidoro, y derramando un torrente de lágrimas, se arrojó en sus brazos, clamando, entre gemidos desgarradores:

-¡Oh Artemidoro! ¡Desdichado de mí! ¡Ya no la veré más! ¡Ya no volveré a disfrutar de su dulce vista!

-¿A quién dices que no verás más? -interrogó sorprendido el filósofo.

-¡A Helena, a Helena, la más hermosa de las mujeres! -gritó el satírico llorando a moco y baba.

-¿A Helena? ¿Pues no la has rebajado tú en tus versos? -pronunció Artemidoro, más atónito cada vez-. ¿No la has estigmatizado y flagelado en una sátira quemante?

-¡Ay! ¡Por lo mismo! -sollozó Estesícoro, dejándose caer al suelo y revolcándose en él-. Ahora comprendo que mi sátira era un himno a su hermosura... un himno vuelto del revés, pero al fin un himno. Los celestes gemelos me han castigado privándome de la vista, y las tinieblas en que he de vivir son más densas, porque no veré a la encarnación humana de la forma divina, al ideal realizado en la tierra.

-No te aflijas y espera -dijo Artemidoro-; tal vez consiga yo salvarte.

Cuando la incomparable Helena supo de Artemidoro que su detractor Estesícoro sólo lamentaba estar ciego por no poder admirar sus hechizos, sonrió, halagada la insaciable vanidad femenil, y murmuró con deliciosa coquetería:

-Realmente, Artemidoro, ese vate es un infeliz, un ser inofensivo; nadie le hace caso en Grecia y yo, menos que nadie. No merece tanto rigor y tanta desventura. Anúnciale que voy a sanarle los ojos.

Y tomando en sus manos ebúrneas una copa llena de agua de la fuente Castalia, bañó con su linfa las pupilas hueras del satírico, que al punto recobró la luz. Como el primer objeto que vio fue Helena, se arrodilló transportado prorrumpiendo en una oda sublime de gratitud y arrepentimiento, que se llamó Palinodia.
 
No me extraña ni un poco que fuera un chulo, era practicamente invulnerable... Aunque mis simpatias se decantan por Ulises, que mentía y era tramposo.
 
Así os quedéis ciegos como Estesícoro, gañanes, si mancilláis este hilo con vuestras viles miserias.
 
Señor Calvo rebuznó:
No me extraña ni un poco que fuera un chulo, era practicamente invulnerable... Aunque mis simpatias se decantan por Ulises, que mentía y era tramposo.

Si, ademas el unico que vivio una vida larga puesto q el resto de supervivientes q fueron pocos cayeron al poco tiempo, q astuto q era el muy perro.
 
A mi me cuesta mucho leer mitología en la pantalla. En resumen, me cuesta mucho leer tochos más o menos ilustrados en la pantalla. Les presto menos atención que si estuviera impreso, y aparte me resulta más fiable un libro, sin quitar mérito o credibilidad al post de Juvenal
 
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