Para que se comprenda la gran desproporción que siempre hubo en la nueva sociedad formada por indígenas y europeos, basta decir que medio siglo después de conquistadas las cuatro islas menores, según Azurara, existían los siguientes hombres de los segundos, es decir, españoles: 60 en Lanzarote, 80 en Fuerteventura y 12 en El Hierro; no computando ninguno a La Gomera porque probablemente no los habría, pues en rigor no estaba conquistada. En 1455, ya en tiempos de Diego de Herrera, visitó las mismas islas Cadamosto que declara «se componían en su mayor parte de indígenas»; y esto debió saberlo Viera y Clavijo puesto que cita al viajero y tanto en las islas de señorío como en las realengas, se conoce por los cronistas que celebraron tratados de paz con los conquistadores, que los naturales nobles recibieron repartimientos y todos se equiparon a la europea al extremo de contribuir y cada isla reducida a la conquista de las otras.
Salvo los muertos en los combates que fueron menos de lo que presumen los ponderativos, entre guerreros, mujeres, viejos, muchachos y niños acogidos a los convenios, puede asegurarse sin pecar de exagerado, que constituyeron las nueve décimas partes de la nueva población con relación a los españoles; y como de este asunto hemos de ocuparnos con mayor amplitud al tratar de la conquista de Tenerife, lo tomamos por ahora de ejemplo y aplazamos para entonces las razones en que apoyamos nuestros asertos.
Al celebrarse la paz de Taoro o de los Realejos y hablando en cifras redondas, existían en Tenerife 20.000 guanches de todas edades y sexos aunque predominando las mujeres y niños, de los cuales unos 5.000 continuaron rebelados en medio de los montes sin querer darse a partido, y los otros 15.000 se mezclaron con un millar entré conquistadores y pobladores formando los núcleos de veinte y tantas de las poblaciones actuales. Cuanto a mujeres europeas, como aconteció en las demás islas, eran contadas.
De los 1.000 entre conquistadores y pobladores que se avecindaron durante los primeros lustros, salvo unos cuantos extranjeros que por su escaso número nada significan, unas pocas docenas eran portugueses, como 200 indígenas isleños en su mayoría de Canaria y el resto de españoles<<la mayoría de ellos canarios castellanizados de incursiones posteriores y afincados en la peninsula>>, que siendo casi en la totalidad solteros se casaron con las guanchas.
Aparte de que esto era natural, sábese por tradición, por lo que arrojan los archivos y sobre todo por el testimonio nada sospechoso de un comisionado inquisidor de aquella época, que hizo un padrón secreto de todas las islas, y sacó a luz el erudito Sr. Millares.
En lo esencial los hechos expuestos son exactos y solo falta aplicarles las conocidas leyes de la herencia y de cruzamiento; con la circunstancia en esta ocasión de hallarse favorecido el coeficiente o grado de afinidad sexual, por estar comprendido en el grupo llamado por Mr. Broca de homogenesia eugenésica o absoluta, puesto que tanto los naturales de las otras islas, portugueses y españoles como1os guanches de Tenerife, proceden del mismo manantial íbero-libio.
Siguiendo con el ejemplo de los 1.000 conquistadores y pobladores casados con otras tantas guanchas, pues los pocos que ya lo estaban para el caso es lo mismo porque se amancebaron, resultó:
1.0 Hijos mestizos de primera sangre.
2.0 Simplificando el ejemplo para la más fácil comprensión, mestizos de segunda sangre (que es el primer grado de retorno), que comprende a los vástagos del cruzamiento de los mestizos anteriores con guanchas, que eran las que abundaban.
3.0 Mestizos de tercera sangre (segundo grado de retorno) o sea los, nacidos de los de segunda sangre casados con guanchas de pura raza y así sucesivamente hasta que en el quinto o sexto cruzamiento de retorno, como la población no era alimentada con elementos de fuera sino de la tierra, desapareció por lo general todo vestigio de mesticismo (mestizaje) y reapareció el tipo de la raza de la madre o séase del guanche con todos sus caracteres.
Tenemos una prueba decisiva de que las cosas debieron acontecer así, en la igualdad de los caracteres osteométricos que ofrecen los osarios de las iglesias y cementerios de los pueblos y los recogidos en los antiguos panteones guanches.
(Juan Bethencourt Alfonso)