La izquierda trató de politizar a la Selección española, y salió mal

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5 Feb 2024
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La izquierda española ha tratado de politizar y capitalizar el éxito de la Roja, en esta Euro 24. Pero les ha salido el tiro por la culata.

Todo empezó cuando la eurogarrula de Irene Montero, subió un vídeo que se viralizó en las redes, donde celebraba que España se hubiese clasificado para la final, con dos goles de dos personas "racializadas". Confundiendo a Dani Olmo con Nico Williams. Lo que demuestra que ni siquiera vio el partido, la subnormal de ella. Ella argumentaba que esta selección sí la representaba, porque era diversa, multicultural y maravillosa. Cuando se dio cuenta de su error, fue corriendo a borrar su vídeo. Pero ya era demasiado tarde.

Fueron muchos los artículos de prensa que vi, de diferentes medios, en los que hablaban de los orígenes de Lamine Yamal y Nico Williams, y de su historia familiar. Justo, en un momento en el que España sufre una crisis migratoria como pocas antes se habían visto, y donde el Gobierno socialista está realizando un efecto llamada, distribuyendo a todos estos ilegales por España, dándoles todo tipo de ayudas sociales y regularizando a 500 mil de los que ya estaban en el país. Sin hablar de todos a los cuales están regalándoles la nacionalidad. Esa gente ya puede votar.
No sólo eso, sino que también es común ver fotos, montajes o fan arts, en las redes, donde les dan mucho protagonismo a estos dos jugadores. Como si jugaran solos o fueran las máximas estrellas de nuestra selección. Olvidándose de Rodri, Fabián, Carvajal u Olmo, por ejemplo. Que también fueron cruciales en la consecución del título.

El mismo presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, trató de aparecer en las celebraciones junto a los jugadores, en la final, queriendo bajar al césped, junto con el rey Felipe VI y su hija, o entrando en el vestuario. Algo a lo que los capitanes (Morata y Carvajal) se negaron en rotundo.

En la celebración del título, se escuchó a unos jugadores diciendo que "España era el mejor país del mundo", y hasta cantaron que Gibraltar era español, en varias ocasiones. Durante la recepción del presidente del Gobierno, en el palacio de La Moncloa, muchos jugadores se mostraron a disgusto e incómodos frente a Pedro Sánchez. Incluso, Dani Carvajal le dio la mano sin ganas y mirando a otro lado, como señal de desprecio. Algo que fue muy sonado. Todo esto ha hecho que la izquierda mediática (relaciones públicas del Gobierno), y las redes sociales afines, comenzaran a atacar a los jugadores españoles. Especialmente, a Dani Carvajal, al que asocian con figuras y organizaciones que la izquierda desprecia, como al periodista antisanchista Vito Quiles, el activista y político Alvise Pérez o el partido político Vox. De hecho, se ha filtrado que el Gobierno ha ordenado a Hacienda que investigue a este jugador. Así se las gasta el poder. No tengáis ninguna duda. No es el primero ni el último al que han querido joder, con las herramientas del poder estatal. Encima, en su twitter ha puesto 4 imágenes y ha escrito "La Euro es nuestra. La unión hace la fuerza ¡Viva España!". Totalmente repudiable por cualquier traidor izquierdista español.

También tenemos a Luis de la Fuente. Un tipo que siempre ha hablado a favor de la meritocracia (algo que la izquierda odia) y que se ha declarado, abiertamente, cristiano católico.

Luego está Nico Williams, que nació en Pamplona (Navarra). Hijo de inmigrantes africanos. Su madre llegó a España en patera. Resulta que la televisión pública vasca le pregunta si sabe hablar en euskera, teniendo en cuenta que los nacionalistas vascos consideran que Navarra está en su "Euskal Herria", y él contesta que no. Además, hace no mucho, otro medio le preguntó qué le pediría a Pedro Sánchez, y él contestó "que bajara los impuestos". Planchazo TOTAL de la izquierda con la Selección española, que se lo puso muchísimo más difícil que la femenina, que entró totalmente en el juego de estos palurdos. Después de decir lo de los impuestos, la ultraizquierda ha ido a por Nico, llamándolo "privilegiado", por cobrar lo que cobra.

La izquierda no para de sembrar el odio y crear división en la sociedad. Figuras importantes de la izquierda política y mediática, como Juan Carlos Monedero, llamaba "bravucones, chulos y soberbios" a los jugadores españoles. Recordemos que esto lo dice un comunista defensor de dictaduras asesinas, que apoya que se queme la bandera, se insulte al rey o que justifica la violencia política contra el disidente.

La izquierda ha intentado crear una "Selección Woke", como hicieron con la Selección femenina, e infectar al deporte con su basura ideológica socialista y putrefacta. Pero se han dado cuenta de que el deporte sí representa a la verdadera España. A diferencia de lo que sucede con la Selección francesa, llena de hijos de inmigrantes extremadamente politizados.

La Selección española es un ejemplo de meritocracia, valor añadido, trabajo en equipo, esfuerzo y creatividad.

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Podéis criticar al mensajero, pero El Tormento lleva razón. Primero Yamal era "nuestros niños" y después del desprecio al perro, son turboderecha. Eso no lo podéis negar.
 
La izquierda española ha tratado de politizar y capitalizar el éxito de la Roja, en esta Euro 24. Pero les ha salido el tiro por la culata.

Todo empezó cuando la eurogarrula de Irene Montero, subió un vídeo que se viralizó en las redes, donde celebraba que España se hubiese clasificado para la final, con dos goles de dos personas "racializadas". Confundiendo a Dani Olmo con Nico Williams. Lo que demuestra que ni siquiera vio el partido, la subnormal de ella. Ella argumentaba que esta selección sí la representaba, porque era diversa, multicultural y maravillosa. Cuando se dio cuenta de su error, fue corriendo a borrar su vídeo. Pero ya era demasiado tarde.

Fueron muchos los artículos de prensa que vi, de diferentes medios, en los que hablaban de los orígenes de Lamine Yamal y Nico Williams, y de su historia familiar. Justo, en un momento en el que España sufre una crisis migratoria como pocas antes se habían visto, y donde el Gobierno socialista está realizando un efecto llamada, distribuyendo a todos estos ilegales por España, dándoles todo tipo de ayudas sociales y regularizando a 500 mil de los que ya estaban en el país. Sin hablar de todos a los cuales están regalándoles la nacionalidad. Esa gente ya puede votar.
No sólo eso, sino que también es común ver fotos, montajes o fan arts, en las redes, donde les dan mucho protagonismo a estos dos jugadores. Como si jugaran solos o fueran las máximas estrellas de nuestra selección. Olvidándose de Rodri, Fabián, Carvajal u Olmo, por ejemplo. Que también fueron cruciales en la consecución del título.

El mismo presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, trató de aparecer en las celebraciones junto a los jugadores, en la final, queriendo bajar al césped, junto con el rey Felipe VI y su hija, o entrando en el vestuario. Algo a lo que los capitanes (Morata y Carvajal) se negaron en rotundo.

En la celebración del título, se escuchó a unos jugadores diciendo que "España era el mejor país del mundo", y hasta cantaron que Gibraltar era español, en varias ocasiones. Durante la recepción del presidente del Gobierno, en el palacio de La Moncloa, muchos jugadores se mostraron a disgusto e incómodos frente a Pedro Sánchez. Incluso, Dani Carvajal le dio la mano sin ganas y mirando a otro lado, como señal de desprecio. Algo que fue muy sonado. Todo esto ha hecho que la izquierda mediática (relaciones públicas del Gobierno), y las redes sociales afines, comenzaran a atacar a los jugadores españoles. Especialmente, a Dani Carvajal, al que asocian con figuras y organizaciones que la izquierda desprecia, como al periodista antisanchista Vito Quiles, el activista y político Alvise Pérez o el partido político Vox. De hecho, se ha filtrado que el Gobierno ha ordenado a Hacienda que investigue a este jugador. Así se las gasta el poder. No tengáis ninguna duda. No es el primero ni el último al que han querido joder, con las herramientas del poder estatal. Encima, en su twitter ha puesto 4 imágenes y ha escrito "La Euro es nuestra. La unión hace la fuerza ¡Viva España!". Totalmente repudiable por cualquier traidor izquierdista español.

También tenemos a Luis de la Fuente. Un tipo que siempre ha hablado a favor de la meritocracia (algo que la izquierda odia) y que se ha declarado, abiertamente, cristiano católico.

Luego está Nico Williams, que nació en Pamplona (Navarra). Hijo de inmigrantes africanos. Su madre llegó a España en patera. Resulta que la televisión pública vasca le pregunta si sabe hablar en euskera, teniendo en cuenta que los nacionalistas vascos consideran que Navarra está en su "Euskal Herria", y él contesta que no. Además, hace no mucho, otro medio le preguntó qué le pediría a Pedro Sánchez, y él contestó "que bajara los impuestos". Planchazo TOTAL de la izquierda con la Selección española, que se lo puso muchísimo más difícil que la femenina, que entró totalmente en el juego de estos palurdos. Después de decir lo de los impuestos, la ultraizquierda ha ido a por Nico, llamándolo "privilegiado", por cobrar lo que cobra.

La izquierda no para de sembrar el odio y crear división en la sociedad. Figuras importantes de la izquierda política y mediática, como Juan Carlos Monedero, llamaba "bravucones, chulos y soberbios" a los jugadores españoles. Recordemos que esto lo dice un comunista defensor de dictaduras asesinas, que apoya que se queme la bandera, se insulte al rey o que justifica la violencia política contra el disidente.

La izquierda ha intentado crear una "Selección Woke", como hicieron con la Selección femenina, e infectar al deporte con su basura ideológica socialista y putrefacta. Pero se han dado cuenta de que el deporte sí representa a la verdadera España. A diferencia de lo que sucede con la Selección francesa, llena de hijos de inmigrantes extremadamente politizados.

La Selección española es un ejemplo de meritocracia, valor añadido, trabajo en equipo, esfuerzo y creatividad.

Ver el archivos adjunto 166842
Realmente si lo ha conseguido. En el momento que el mensaje cala entre la borregada que les vota ya tienen el trabajo echo
 
Poco se habla del padre de Lamine Yamal, que habla español mejor que muchos españoles y que a la vez transmite una sensación de asco inigualable.
Prueba de que se ha integrado plenamente.

Probablemente no lo podremos diferenciar ya de un cuñao andalu.
 
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GALEANAEDURNE URIARTE

De rojo a facha​

La Selección nacional de fútbol ha fundido todos los plomos de la extrema izquierda y del nacionalismo esta semana​


La Selección nacional de fútbol ha fundido todos los plomos de la extrema izquierda y del nacionalismo esta semana. Y eso que en su día ya le cambiaron algunos el nombre y le pusieron eso de La Roja, para no molestarles precisamente a ellos, a los que no quieren que hablemos de la nación española. Pues ni así. Y eso que han intentado también convertirla en símbolo de una España supuestamente rechazada por la derecha, por su diversidad y multiculturalidad.

Pero he aquí que justamente después de sus grandes elogios a Mbappé por su compromiso, por pronunciarse «contra los extremismos», pensando naturalmente que eso no iba con ellos, llegó Carvajal y mostró su crítica gestual al presidente más radical y mentiroso de nuestra democracia. Y ahí se les fundió el primer plomo. Porque si el compromiso de Mbappé era progresista, éste tenía que ser facha. Con los más descerebrados atacando salvajemente a Carvajal varios días en las redes sociales, mientras los más ilustrados no saben dónde meterse.

Pero la cosa ha sido peor. Con lo de Lamine Yamal, que les ha fundido el segundo plomo. He aquí al chico que habían convertido en símbolo de la España de izquierdas haciendo exactamente la misma crítica gestual que Carvajal a Pedro Sánchez. Y qué decir del resto de la selección, con las caras más agrias que se han visto en mucho tiempo en una celebración institucional de un triunfo deportivo. Tercer plomo fundido para quienes habían rebautizado como La Roja a la selección nacional de fútbol. Y mira tú cómo nos lo agradecen, deben de estar pensando.

Pero todo puede ser peor, y lo fue. Faltaba la celebración, y cuarto plomo fundido. Marea de banderas nacionales, vivas a España de los jugadores y gritos de «Gibraltar es español», el colmo de lo facha. Hasta salió el feminismo más ultra criticando a Carvajal por quitarse la camiseta y calificándolo de «masculinidad frágil», inconscientes las pobres mujeres de que estaban llamando feminidad frágil a una buena parte de la estética femenina.

Y luego están los plomos fundidos de los nacionalistas, que han sido brutales. Los primeros, por las celebraciones en Cataluña y País Vasco, impresionantes si tenemos en cuenta la censura y persecución a la que siguen siendo sometidas. Y por el entusiasmo con los jugadores vascos y catalanes, que han sido, además, protagonistas en la Eurocopa. Cómo será la cosa que un grupo numeroso de jóvenes ha respondido en Eibar a las pintadas del nacionalismo extremista contra Oyarzabal, celebrando públicamente al jugador. Y eso es muy significativo, como bien sabe quien conoce el opresivo ambiente político de los pueblos vascos.

Y luego está lo de la diversidad según los nacionalistas. Ahí, el fundido es completo. Primero, sus supuestos símbolos contra la derecha, Nico y Lamine, les salen ranas. El primero ya dijo hace no mucho que su nivel de euskera era «cero», y ahora el segundo les hace un Carvajal saludando a Sánchez. Pero es peor cuando pretenden cuadrar su apoyo a Nico y Lamine con su abierto rechazo al resto de españoles. O eso de que queremos mucho a Nico y Lamine, vean qué progres somos, pero rechazamos al resto de españoles.

La quemada de fusibles ha afectado tanto a Rufián que soltó en el Congreso esta semana que la selección son «catalanes y vascos creando y rematando y españoles aprovechando». O sea, xenofobia antiespañola al cubo. No fue ni consciente de la barbaridad. Están a un paso de llamar facha a la roja.

 
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Un ejemplo de lo que vengo diciendo está en esta basura de artículo de elDiario.es. Donde la izquierda deja claro qué esperaba de esta Selección. Y, como no lo han obtenido, se disponen a atacarla:

Odiar el fútbol​

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Uno de los problemas que seguimos sin solucionar es este de que España nunca sea del todo un país y mucho menos una nación. ¿Qué es entonces? Es sobre todo una ideología: llamémosla “España”. Pese a los muchos cambios experimentados en las últimas décadas, su nombre no es fácilmente separable, en efecto, de una cierta visión del mundo, no mayoritaria, que penetra y se apropia todas las palabras y todos los símbolos, incluida la bandera. No importa lo que realmente ocurra en las calles y en las casas, cuánta diversidad abriguen nuestras lenguas y nuestros cuerpos, “España” sigue catalizando una visión particular, interesada y excluyente, del mundo. “España”, quiero decir, se enorgullece de su pasado imperial, maltrata a los inmigrantes, odia a los más débiles, se burla del feminismo, rechaza la democracia; vota a Vox o a Alvise o, en todo caso, a la derecha. Ni siquiera un triunfo deportivo, como el que se acaba de vivir, consigue reunir “España” y los españoles; enseguida hay un grupúsculo sectario y viril que deja fuera de “España” a buena parte de sus habitantes.

Frente a esa ideología (que se muestra de nuevo pujante), la respuesta de la izquierda radical solo puede ser igualmente ideológica. Si Alvise, Vito Quiles, Abascal son los españoles, nosotros no queremos serlo, de manera que reivindicamos con orgullo la condición de Anti-España y de anti-españoles que el discurso histórico de las derechas excluyentes ha forjado contra la realidad misma de nuestro país. Durante unos días, salvo para unos cuantos fanáticos desinhibidos y unos cuantos independentistas rezongones, en la alegría pura de un vasco negro y un catalán moro, que metían goles con la camiseta roja, pareció caber mucha gente. La izquierda habló de la España real, de la España diversa, de la España plurinacional con un entusiasmo ingenuo que olvidaba que la “diversidad” no es una ideología sino un hecho y que ese hecho incluía, desde luego, a Nico Williams y Lamine Yamal, pero también a los que la niegan ideológicamente. Parte de la decepción posterior, frente a las imágenes de la celebración, tiene que ver con esta idea de que la diversidad es “de izquierdas”: de que constituye el triunfo de una ideología mejor: de que confirma la superioridad por fin de la Anti-España. No es así. Es solo un hecho que se hace visible pocas veces y de cuya visibilidad excepcional debemos alegrarnos sin exaltarnos.

Esa es la peligrosa confusión. ¿Creíamos que siete partidos de fútbol y dos chavales ejemplares iban a hacer la revolución pendiente? ¿Que un gol de ensueño y una sonrisa gigante iban a acabar con el racismo? ¿Que esa reunión fugaz de España y los españoles iba a deshacer el empate político a nuestro favor? El juego y el equipo de la selección española representaban, sí, la diversidad; es decir, la normalidad no ideológica; la celebración posterior, en cambio, ha restablecido, de manera también normal, la ideología “España” y sus cochambres: el gesto descortés de Carvajal, los insultos a Lamine, la reivindicación de Gibraltar.

Podríamos decir que la victoria en la Eurocopa ha sido de los españoles y la celebración, de “España”. Parte de la izquierda se complace ahora en este regreso para recordarnos –a los que nos hemos dejado llevar por la belleza de los partidos y la alegría inocente de Nico y de Lamine– que no hay más España que “España” y que no se puede resignificar; que España es un lodazal fascista; que está perdida para siempre. Pero si no se puede resignificar, ¿por qué luchamos los españoles de izquierdas? ¿Por la independencia de Euskadi y Catalunya? ¿Por la democracia en Colombia? ¿Por la soberanía económica de los brasileños? ¿Por la justicia social en Chile? ¿Por los derechos de los inmigrantes en EEUU? ¿Abandonamos entonces a los españoles en manos de la derecha matona, los jueces prevaricadores, los periodistas trileros y los ricos que defraudan a Hacienda? ¿Entregamos a Nico y a Lamine, alegres españoles, a los racistas?

Nos gusta mucho eso de “dar por perdida España”; es muy de izquierdas y, aún más, es la forma izquierdista de ser “español”. Nos produce un oscuro deleite de fatal confirmación el hecho de que la torpeza de la celebración haya venido a desmentir la belleza de la victoria: “ya os lo había dicho yo”. Ahora bien, si no se debe exagerar su valor político, el éxito de España en la Eurocopa tampoco es baladí. Al igual que en las vacunas, parasitadas por el capitalismo, también hay algo objetivamente bueno, bello y verdadero en el fútbol que hemos visto estos días, en el placer desinteresado de los jugadores, en la imagen de Lamine sentado en el cesped con su hermanito en los brazos, en la rara correspondencia, por una vez, entre el juego y los resultados.


Durante años me alejé del fútbol por razones ideológicas; reprimí mi deseo de ver partidos o los vi solo de manera clandestina y casi adúltera, como ese personaje de Alejandro Zambra que no se atrevía a contarle a su novia, activista comunista, su pasión por el estadio. El fútbol, digamos, reúne dos vertientes que lo hacen virtualmente universal. Una es objetiva: la conexión entre la geometría y la carne, la revelación de los límites en el espacio, la colectivización de una pequeña esfera en movimiento, el descubrimiento pasmoso de la inteligencia de los pies. Contiene además una vertiente subjetiva: el placer de la filiación adventicia, de la identidad provisional y de la disputa autosatisfecha; la tensión de una rivalidad que, como la de los buenos chistes y los buenos poemas, se resuelve (o debería resolverse) en los límites del campo. Una, la vertiente objetiva, es parasitada y corrompida por el capitalismo, que sustituye el juego por el espectáculo y el mito por el negocio; la otra, la subjetiva, es parasitada y corrompida por pasiones supremacistas y frustraciones sublimadas; en nuestro caso, por la ideología “España”, que se filtra en los estadios como se filtra en las escuelas, en las instituciones y en las redes.


Al día siguiente del gol inolvidable de Lamine contra Francia, estuve tentado de escribir un artículo para aconsejarle que se retirara antes de que fuese demasiado tarde, que aprovechara “la plenitud del ser” (esa que, según Schelling, capturó para siempre el discóbolo de Mirón) para ponerse a cubierto de la corrupción asociada a las estrellas esclavas (la de la Fifa, la de la RFEF, la de los países del Golfo) y protegerse del regreso inevitable de “España”, que no le perdonará que un día falle un gol cantado y que le echará la culpa, si así ocurre, de la derrota en el próximo Mundial. “España” no sabe ni ganar ni perder; si gana, es un imperio en el que no se pone el sol, arrogante y machirulo; si pierde, el hazmerreír del mundo, merecedor de todas las humillaciones y todas las bofetadas. Mientras gane, “España” se sentirá orgullosa de su “diversidad”. Cuando pierda, a “España” le gustará tener a mano un negro vasco y un moro catalán a los que echar la culpa de su “decadencia”. “España” odia el fútbol y ama a “España”, en la que no caben ni la belleza ni la pluralidad ni la propia España.


El mundo es horrible; el fútbol, una fosa séptica. La guerra lame Europa; el genocidio israelí sigue dejando caer sus bombas sobre niños que admiran a Lamine; el cambio climático voltea las estaciones y derrite el Ártico. ¿Tendremos que sentirnos culpables o avergonzados por gozar de un momento de objetiva belleza colectivizada? El mundo no cambia por eso; no se transforma “España” después de eso. ¿Habrá que claudicar entonces y limitarse a enunciar grandes verdades en habitaciones pequeñas? No me parece una buena idea. A veces con pereza, a veces con asco, a veces también con placer, habrá que disputar todos los conceptos y todos los fenómenos compatibles con los Derechos Humanos (o que los refuercen) en los que quepa mucha gente: la patria, la democracia, la libertad; la calle, las instituciones, las redes. También el fútbol, que siguen millones de personas a las que no podemos reprochar sus emociones objetivas y subjetivas. Y también habrá que disputar, sí, las celebraciones, porque la risa, el baile y el canto no son ni de izquierdas ni de derechas; son tan universales como el pan que se niega a los más pobres o el agua que embotella la casa Coca-Cola. El placer y la belleza de la victoria de España no puede ser desmentida por la cochambrosa celebración de “España”, pero no cambia nada o casi nada. ¿Es eso cierto? No cambia nada o casi nada, salvo porque hace deseable, para muchos españoles sin patria, esa España rara y compleja, republicana y federal, integradora y justa, que no debemos entregar, cargados de razón, a la “españolez” y sus delirios excluyentes.

 
El padre de Yamal no se ha integrado en España, ya que su madre lo trajo a Cataluña cuando tenía 7 u 8 años. Se ha criado y crecido en Mataró.

Normal que hable tan bien español. Es que lleva casi toda su vida aquí.
 
Opinión de Juan Ramón Rallo, sobre la hipocresía de la izquierda política y mediática, y sobre su carácter autoritario.

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Odiar el fútbol​

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Uno de los problemas que seguimos sin solucionar es este de que España nunca sea del todo un país y mucho menos una nación. ¿Qué es entonces? Es sobre todo una ideología: llamémosla “España”. Pese a los muchos cambios experimentados en las últimas décadas, su nombre no es fácilmente separable, en efecto, de una cierta visión del mundo, no mayoritaria, que penetra y se apropia todas las palabras y todos los símbolos, incluida la bandera. No importa lo que realmente ocurra en las calles y en las casas, cuánta diversidad abriguen nuestras lenguas y nuestros cuerpos, “España” sigue catalizando una visión particular, interesada y excluyente, del mundo. “España”, quiero decir, se enorgullece de su pasado imperial, maltrata a los inmigrantes, odia a los más débiles, se burla del feminismo, rechaza la democracia; vota a Vox o a Alvise o, en todo caso, a la derecha. Ni siquiera un triunfo deportivo, como el que se acaba de vivir, consigue reunir “España” y los españoles; enseguida hay un grupúsculo sectario y viril que deja fuera de “España” a buena parte de sus habitantes.

Frente a esa ideología (que se muestra de nuevo pujante), la respuesta de la izquierda radical solo puede ser igualmente ideológica. Si Alvise, Vito Quiles, Abascal son los españoles, nosotros no queremos serlo, de manera que reivindicamos con orgullo la condición de Anti-España y de anti-españoles que el discurso histórico de las derechas excluyentes ha forjado contra la realidad misma de nuestro país. Durante unos días, salvo para unos cuantos fanáticos desinhibidos y unos cuantos independentistas rezongones, en la alegría pura de un vasco negro y un catalán moro, que metían goles con la camiseta roja, pareció caber mucha gente. La izquierda habló de la España real, de la España diversa, de la España plurinacional con un entusiasmo ingenuo que olvidaba que la “diversidad” no es una ideología sino un hecho y que ese hecho incluía, desde luego, a Nico Williams y Lamine Yamal, pero también a los que la niegan ideológicamente. Parte de la decepción posterior, frente a las imágenes de la celebración, tiene que ver con esta idea de que la diversidad es “de izquierdas”: de que constituye el triunfo de una ideología mejor: de que confirma la superioridad por fin de la Anti-España. No es así. Es solo un hecho que se hace visible pocas veces y de cuya visibilidad excepcional debemos alegrarnos sin exaltarnos.

Esa es la peligrosa confusión. ¿Creíamos que siete partidos de fútbol y dos chavales ejemplares iban a hacer la revolución pendiente? ¿Que un gol de ensueño y una sonrisa gigante iban a acabar con el racismo? ¿Que esa reunión fugaz de España y los españoles iba a deshacer el empate político a nuestro favor? El juego y el equipo de la selección española representaban, sí, la diversidad; es decir, la normalidad no ideológica; la celebración posterior, en cambio, ha restablecido, de manera también normal, la ideología “España” y sus cochambres: el gesto descortés de Carvajal, los insultos a Lamine, la reivindicación de Gibraltar.

Podríamos decir que la victoria en la Eurocopa ha sido de los españoles y la celebración, de “España”. Parte de la izquierda se complace ahora en este regreso para recordarnos –a los que nos hemos dejado llevar por la belleza de los partidos y la alegría inocente de Nico y de Lamine– que no hay más España que “España” y que no se puede resignificar; que España es un lodazal fascista; que está perdida para siempre. Pero si no se puede resignificar, ¿por qué luchamos los españoles de izquierdas? ¿Por la independencia de Euskadi y Catalunya? ¿Por la democracia en Colombia? ¿Por la soberanía económica de los brasileños? ¿Por la justicia social en Chile? ¿Por los derechos de los inmigrantes en EEUU? ¿Abandonamos entonces a los españoles en manos de la derecha matona, los jueces prevaricadores, los periodistas trileros y los ricos que defraudan a Hacienda? ¿Entregamos a Nico y a Lamine, alegres españoles, a los racistas?

Nos gusta mucho eso de “dar por perdida España”; es muy de izquierdas y, aún más, es la forma izquierdista de ser “español”. Nos produce un oscuro deleite de fatal confirmación el hecho de que la torpeza de la celebración haya venido a desmentir la belleza de la victoria: “ya os lo había dicho yo”. Ahora bien, si no se debe exagerar su valor político, el éxito de España en la Eurocopa tampoco es baladí. Al igual que en las vacunas, parasitadas por el capitalismo, también hay algo objetivamente bueno, bello y verdadero en el fútbol que hemos visto estos días, en el placer desinteresado de los jugadores, en la imagen de Lamine sentado en el cesped con su hermanito en los brazos, en la rara correspondencia, por una vez, entre el juego y los resultados.


Durante años me alejé del fútbol por razones ideológicas; reprimí mi deseo de ver partidos o los vi solo de manera clandestina y casi adúltera, como ese personaje de Alejandro Zambra que no se atrevía a contarle a su novia, activista comunista, su pasión por el estadio. El fútbol, digamos, reúne dos vertientes que lo hacen virtualmente universal. Una es objetiva: la conexión entre la geometría y la carne, la revelación de los límites en el espacio, la colectivización de una pequeña esfera en movimiento, el descubrimiento pasmoso de la inteligencia de los pies. Contiene además una vertiente subjetiva: el placer de la filiación adventicia, de la identidad provisional y de la disputa autosatisfecha; la tensión de una rivalidad que, como la de los buenos chistes y los buenos poemas, se resuelve (o debería resolverse) en los límites del campo. Una, la vertiente objetiva, es parasitada y corrompida por el capitalismo, que sustituye el juego por el espectáculo y el mito por el negocio; la otra, la subjetiva, es parasitada y corrompida por pasiones supremacistas y frustraciones sublimadas; en nuestro caso, por la ideología “España”, que se filtra en los estadios como se filtra en las escuelas, en las instituciones y en las redes.


Al día siguiente del gol inolvidable de Lamine contra Francia, estuve tentado de escribir un artículo para aconsejarle que se retirara antes de que fuese demasiado tarde, que aprovechara “la plenitud del ser” (esa que, según Schelling, capturó para siempre el discóbolo de Mirón) para ponerse a cubierto de la corrupción asociada a las estrellas esclavas (la de la Fifa, la de la RFEF, la de los países del Golfo) y protegerse del regreso inevitable de “España”, que no le perdonará que un día falle un gol cantado y que le echará la culpa, si así ocurre, de la derrota en el próximo Mundial. “España” no sabe ni ganar ni perder; si gana, es un imperio en el que no se pone el sol, arrogante y machirulo; si pierde, el hazmerreír del mundo, merecedor de todas las humillaciones y todas las bofetadas. Mientras gane, “España” se sentirá orgullosa de su “diversidad”. Cuando pierda, a “España” le gustará tener a mano un negro vasco y un moro catalán a los que echar la culpa de su “decadencia”. “España” odia el fútbol y ama a “España”, en la que no caben ni la belleza ni la pluralidad ni la propia España.


El mundo es horrible; el fútbol, una fosa séptica. La guerra lame Europa; el genocidio israelí sigue dejando caer sus bombas sobre niños que admiran a Lamine; el cambio climático voltea las estaciones y derrite el Ártico. ¿Tendremos que sentirnos culpables o avergonzados por gozar de un momento de objetiva belleza colectivizada? El mundo no cambia por eso; no se transforma “España” después de eso. ¿Habrá que claudicar entonces y limitarse a enunciar grandes verdades en habitaciones pequeñas? No me parece una buena idea. A veces con pereza, a veces con asco, a veces también con placer, habrá que disputar todos los conceptos y todos los fenómenos compatibles con los Derechos Humanos (o que los refuercen) en los que quepa mucha gente: la patria, la democracia, la libertad; la calle, las instituciones, las redes. También el fútbol, que siguen millones de personas a las que no podemos reprochar sus emociones objetivas y subjetivas. Y también habrá que disputar, sí, las celebraciones, porque la risa, el baile y el canto no son ni de izquierdas ni de derechas; son tan universales como el pan que se niega a los más pobres o el agua que embotella la casa Coca-Cola. El placer y la belleza de la victoria de España no puede ser desmentida por la cochambrosa celebración de “España”, pero no cambia nada o casi nada. ¿Es eso cierto? No cambia nada o casi nada, salvo porque hace deseable, para muchos españoles sin patria, esa España rara y compleja, republicana y federal, integradora y justa, que no debemos entregar, cargados de razón, a la “españolez” y sus delirios excluyentes.

Menudo cacao mental tiene el imbécil que escribe esto.
 
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