Jose David
Clásico
- Registro
- 2 Jul 2006
- Mensajes
- 2.486
- Reacciones
- 18
Este relato NO es ficticio. Los personajes y lugares son totalmente reales...
Viernes noche, nueva discoteca en la ciudad y amigos que llaman para dar una vuelta. Que si Jose David, que sal esta noche y deja en paz el puto ordenador. Venga coño, QUE VA A HABER MUCHAS TIAS.
El caso es que si, que es viernes noche, que estoy hasta los cojones del ordenador y que tengo ganas de comprobar cómo ha cambiado la cosa después de años sin salir por esos sitios de perdición emocional y sufrimiento desgarrador que son las discos.
Mis amigos se preparan de antemano, su armadura formada por pantalones de pinzas, camisas metrosexuales y pelos engominados. Joder tíos, que tenéis treinta tacos, cojones.
Yo, para variar, me pongo los putos pantalones vaqueros mas viejos que tengo, creo que tienen quince años, pero están lavados así que no huelen mal… creo. De camisas rosas nada, me pongo lo de toda la vida, una chaqueta de cuero estilo gay de puta madre, y debajo una camiseta que pone “no me provoques, PUTA” (me la serigrafió un amigo y no, no la vendo).
Sus armas, el alcohol. Las mías, mis cojones y mi palabra. Su objetivo: follar. El mío: sobrevivir.
Tras beber a saco en varios pubs, vamos a la disco y hay como quinientas personas esperando, haciendo cola en la puerta para entrar. Me temo que todo ha sido en balde, no me dejan pasar ni de coña. Pero lo hacen, el portero negro me mira, sonríe y le falta hacerme una reverencia, no doy crédito y acompaño a mis amigos al interior.
Joder, cuanta baby suelta, veo a "Striactella" por ahí… ni caso. No ha cambiado nada, cuanta puta… y yo que viejo.
Me pido un café solo, no tienen, me pido un Redbull y me ponen un Burn. No me quejo, es la misma mierda con otro envoltorio, así que empiezo a beberlo directamente de la lata mientras miro a mis amigos, que a su vez miran a las zorras, que a su vez nos ignoran a todos.
Me río en voz alta, ahora no por favor, otro ataque homicida aquí podría ser fatal, aguanta un poco, Jose David.
Así que voy al servicio y vomito la puta ensalada china que he comido hace dos horas, mientras me enjuago la boca con Red Bull. Es la quinta vez en dos días que me pasa. Debo estar embarazado.
Tras constatar que no me huele mal el aliento y que mis amigos siguen borrachos, pero vivos, me dirijo a una gorda que hay en la esquina, apoyada en la barra y con una cara de mala hostia que no veas.
Le entro. Si, LE ENTRO, le sonrío y le digo, con una sonrisa jovial y una cara supuestamente amigable, con buenas maneras “¿a ti que coño te pasa?”. Lee mi camiseta, constata que no estoy borracho pero que seguramente estoy loco, y no me hace ni caso. Le miro esas enormes tetas. Creo que voy a vomitar otra vez, pero el espectáculo podría ser dantesco, me doy la vuelta y les grito a mis amigos. ¡Eh, mamones, vámonos de aquí, esto ES EL INFIERNO, podéis mirar, oler, incluso hasta tocar, pero NUNCA FOLLAREIS. Me miran como si el borracho fuera yo, pero me entienden, y nos vamos cabizbajos y avergonzados.
Conduzco yo, me gusta conducir, como en el anuncio, y los llevo al lugar donde siempre se liga, al S’candalo. Allí follamos, TODOS, subimos con hembras divinas, con trocitos de cielo, nos sacan el jugo, y el dinero. Volvemos follados, pero no contentos. Aquí pasa algo, ¿somos Machos Beta o qué?. Y entonces me doy cuenta. Estamos malditos, somos los desheredados de esta sociedad de culto al cuerpo y al dinero. Y aceptando esta maldición, al bajar del coche en ese parque desierto, los cinco nos miramos y nos abrazamos. Y os juro que lloramos, lloramos curando esa herida profunda que esta puta y miserable vida nos causa una y otra y otra vez.
Y sin vergüenza ninguna cuento como nosotros, los malditos, estamos aquí, construyendo vuestras casas, sirviendo vuestra copas, transportando vuestras mercancías, concediendo vuestros préstamos y curando vuestras enfermedades. Nosotros somos la base del pilar, la fuerza sobre la que descansáis, y vosotros, pijos bendecidos con el don de la belleza, seguís viviendo en el Elíseo de Metrópolis, ajenos al sufrimiento y al dolor.
Pero vosotros, ¡vosotros!, también sufrís una maldición. Se llama TIEMPO, y acabará con vuestros sueños. A la vejez os espero a todos.
Viernes noche, nueva discoteca en la ciudad y amigos que llaman para dar una vuelta. Que si Jose David, que sal esta noche y deja en paz el puto ordenador. Venga coño, QUE VA A HABER MUCHAS TIAS.
El caso es que si, que es viernes noche, que estoy hasta los cojones del ordenador y que tengo ganas de comprobar cómo ha cambiado la cosa después de años sin salir por esos sitios de perdición emocional y sufrimiento desgarrador que son las discos.
Mis amigos se preparan de antemano, su armadura formada por pantalones de pinzas, camisas metrosexuales y pelos engominados. Joder tíos, que tenéis treinta tacos, cojones.
Yo, para variar, me pongo los putos pantalones vaqueros mas viejos que tengo, creo que tienen quince años, pero están lavados así que no huelen mal… creo. De camisas rosas nada, me pongo lo de toda la vida, una chaqueta de cuero estilo gay de puta madre, y debajo una camiseta que pone “no me provoques, PUTA” (me la serigrafió un amigo y no, no la vendo).
Sus armas, el alcohol. Las mías, mis cojones y mi palabra. Su objetivo: follar. El mío: sobrevivir.
Tras beber a saco en varios pubs, vamos a la disco y hay como quinientas personas esperando, haciendo cola en la puerta para entrar. Me temo que todo ha sido en balde, no me dejan pasar ni de coña. Pero lo hacen, el portero negro me mira, sonríe y le falta hacerme una reverencia, no doy crédito y acompaño a mis amigos al interior.
Joder, cuanta baby suelta, veo a "Striactella" por ahí… ni caso. No ha cambiado nada, cuanta puta… y yo que viejo.
Me pido un café solo, no tienen, me pido un Redbull y me ponen un Burn. No me quejo, es la misma mierda con otro envoltorio, así que empiezo a beberlo directamente de la lata mientras miro a mis amigos, que a su vez miran a las zorras, que a su vez nos ignoran a todos.
Me río en voz alta, ahora no por favor, otro ataque homicida aquí podría ser fatal, aguanta un poco, Jose David.
Así que voy al servicio y vomito la puta ensalada china que he comido hace dos horas, mientras me enjuago la boca con Red Bull. Es la quinta vez en dos días que me pasa. Debo estar embarazado.
Tras constatar que no me huele mal el aliento y que mis amigos siguen borrachos, pero vivos, me dirijo a una gorda que hay en la esquina, apoyada en la barra y con una cara de mala hostia que no veas.
Le entro. Si, LE ENTRO, le sonrío y le digo, con una sonrisa jovial y una cara supuestamente amigable, con buenas maneras “¿a ti que coño te pasa?”. Lee mi camiseta, constata que no estoy borracho pero que seguramente estoy loco, y no me hace ni caso. Le miro esas enormes tetas. Creo que voy a vomitar otra vez, pero el espectáculo podría ser dantesco, me doy la vuelta y les grito a mis amigos. ¡Eh, mamones, vámonos de aquí, esto ES EL INFIERNO, podéis mirar, oler, incluso hasta tocar, pero NUNCA FOLLAREIS. Me miran como si el borracho fuera yo, pero me entienden, y nos vamos cabizbajos y avergonzados.
Conduzco yo, me gusta conducir, como en el anuncio, y los llevo al lugar donde siempre se liga, al S’candalo. Allí follamos, TODOS, subimos con hembras divinas, con trocitos de cielo, nos sacan el jugo, y el dinero. Volvemos follados, pero no contentos. Aquí pasa algo, ¿somos Machos Beta o qué?. Y entonces me doy cuenta. Estamos malditos, somos los desheredados de esta sociedad de culto al cuerpo y al dinero. Y aceptando esta maldición, al bajar del coche en ese parque desierto, los cinco nos miramos y nos abrazamos. Y os juro que lloramos, lloramos curando esa herida profunda que esta puta y miserable vida nos causa una y otra y otra vez.
Y sin vergüenza ninguna cuento como nosotros, los malditos, estamos aquí, construyendo vuestras casas, sirviendo vuestra copas, transportando vuestras mercancías, concediendo vuestros préstamos y curando vuestras enfermedades. Nosotros somos la base del pilar, la fuerza sobre la que descansáis, y vosotros, pijos bendecidos con el don de la belleza, seguís viviendo en el Elíseo de Metrópolis, ajenos al sufrimiento y al dolor.
Pero vosotros, ¡vosotros!, también sufrís una maldición. Se llama TIEMPO, y acabará con vuestros sueños. A la vejez os espero a todos.