Hulkita ha estado muy atareada esta mañana escaneando para ofrecerles este nuevo articulo en su semana pro-femina. Tambien ha cambiado su aspecto avataresco.
Trata sobre la violencia doméstica y la influencia de los mass media que tiene sobre ella, una vez mas, el debate inteligente y libre de insultos y ataques personales es bienvenido.
"Como probablemente sepan, en inglés se les llama palabras de cuatro letras a los tacos más bestias (y no los escribo aquí por respeto al respetable, valga la redundancia, pero les confirmo que en ese idioma tienen cuatro letras). Y de ahí viene la famosa broma de que el amor es una palabra de cuatro letras, tanto en inglés como en español. Y se diría que la afirmación tiene su fundamento: a juzgar por el torrente de reportajes informativos sobre violencia doméstica, bien parece que el matrimonio fuera camino de convertirse en una de nuestras instituciones más peligrosas.
La violencia doméstica se ha convertido en la causa principal de agresiones a mujeres entre quince y cuarenta años. Pero el aparente incremento de las resoluciones violentas e incluso letales del conflicto conyugal forma sólo parte de una historia más larga, puesto que las conductas privadas no pueden abstraerse del ambiente cultural que impregna todas nuestras relaciones.
Y es que el deseo y el amor, amén de conductas instintivas, también son construcciones sociales, moldeadas por la imaginación colectiva de una sociedad. Los medios de comunicación poseen un poder incalculable para influir en el modo en que los individuos perciben, piensan, sienten y actúan.
De modo que decir que la violencia se ha convertido en el eje central de nuestra cultura implica afirmar que existe un cambio en nuestra conducta íntima, a partir de una actitud, una sensibilidad, un modelo de expectativas y razones creado por los medios de comunicación.
Y con esto quiero contar que si bien me parece necesario que se informe sobre las cifras reales de abuso, maltratro, violación, etc., me parece detestable la manera en que estas noticias se tratan desde una vertiente sensacionalista francamente peligrosa. Cada vez hay más noticias, por ejemplo, sobre señores que se cargan a sus legítimas. Y las seguirá habiendo, creo, si esas noticias no empiezan a redactarse de una forma menos escabrosa.
En una reseña sobre el asesinato de una niña de ocho años por parte de un vecino de catorce, en un periódico pretendidamente serio de difusión nacional, la noticia estaba tratada con una mezcla de morbo y fascinación que podría inducir a cualquier chalado a repetir el numerito. Y encima, para colmo, en la misma página, el redactor escribía: «La horrorizada sociedad se pregunta qué es lo que falla, qué ha hecho mal».
Sin comentarios.
La tesis del macho agresivo y violador por naturaleza ha sido severamente criticada por antropólogos, sociólogos y pedagogos.
La propensión a la violencia masculina varía considerablemente entre unas sociedades y otras como demostró en su día Margaret Mead en su ensayo Masculino y femenino, y como vinieron a confirmar diferentes antropólogas feministas como Peggy Reeves Sanday. La tesis según la cual la violencia es inherente a la sexualidad masculina no ha sido convenientemente demostrada, aparte de perjudicar claramente al género masculino. La agresividad pertenece a los dos sexos, puesto que, como ya he dicho, ambos sexos segregamos testosterona y adrenalina. Bien entendida, la agresividad es sinonimo de supervivencia, de acción y de procreación.
El perfil psicológico del maltratador no puede extenderse de ninguna manera a todos los hombres. La violencia doméstica es una condición aprendida que aparece como consecuencia de un fracaso en la identificación masculina derivada de un rechazo a la feminidad.
Esto es, los hombres pegan a las mujeres por dos razones que vienen a ser la misma: porque lo han visto en su propia casa y porque les han enseñado que las mujeres son distintas a ellos, y por ende inferiores y despreciables.
Nuestro viejo ideal masculino -el hombre duro, recio y viril, que nunca llora y que siempre está dispuesto a defender por la fuerza sus ideales y convicciones- es fatal para las mujeres, pero lo es también para el hombre mismo.
Repito que la violencia doméstica no es una condición inherente a la familia. La violencia doméstica se aprende en casa, se imita a partir de comportamientos que se ven en las películas y en los periódicos, y se utiliza como válvula de escape para dar rienda suelta a las frustraciones masculinas en una sociedad que le exige al hombre un comportamiento que no puede, naturalmente, sostener. Porque los hombres, como seres humanos que son, poseen las mismas necesidades psicológicas que las mujeres (y por qué no decirlo, que los animales en general): amar y ser amado, comunicar emociones y sentimientos, ser afectivamente activos y pasivos. Pero el ideal masculino prohíbe a los hombres satisfacer estas necesidades y genera una frustración que inevitablemente degenera en violencia. Es por eso que los símbolos de virilidad suelen ser violentos: fútbol, toros, boxeo, porque pareciera que algunos hombres inseguros sólo saben encontrar la confirmación de su virilidad ejerciendo la violencia, personal o colectivamente, porque los esfuerzos que se les exigen a los hombres para que se conformen al ideal masculino más tradicional provocan angustia, dificultades afectivas y miedo al fracaso, y, como consecuencia de los factores anteriores, comportamientos compensatorios violentos. Por lo tanto la masculinidad se paga a un alto precio. El Ministerio de Sanidad debería advertir que el uso del ideal tradicional de masculinidad puede acabar resultando nocivo para la salud"
L.Etxebarria (omitid los juicios de valor sobre esta escritora, estamos opinando sobre su ensayo no sobre su persona)
Trata sobre la violencia doméstica y la influencia de los mass media que tiene sobre ella, una vez mas, el debate inteligente y libre de insultos y ataques personales es bienvenido.
"Como probablemente sepan, en inglés se les llama palabras de cuatro letras a los tacos más bestias (y no los escribo aquí por respeto al respetable, valga la redundancia, pero les confirmo que en ese idioma tienen cuatro letras). Y de ahí viene la famosa broma de que el amor es una palabra de cuatro letras, tanto en inglés como en español. Y se diría que la afirmación tiene su fundamento: a juzgar por el torrente de reportajes informativos sobre violencia doméstica, bien parece que el matrimonio fuera camino de convertirse en una de nuestras instituciones más peligrosas.
La violencia doméstica se ha convertido en la causa principal de agresiones a mujeres entre quince y cuarenta años. Pero el aparente incremento de las resoluciones violentas e incluso letales del conflicto conyugal forma sólo parte de una historia más larga, puesto que las conductas privadas no pueden abstraerse del ambiente cultural que impregna todas nuestras relaciones.
Y es que el deseo y el amor, amén de conductas instintivas, también son construcciones sociales, moldeadas por la imaginación colectiva de una sociedad. Los medios de comunicación poseen un poder incalculable para influir en el modo en que los individuos perciben, piensan, sienten y actúan.
De modo que decir que la violencia se ha convertido en el eje central de nuestra cultura implica afirmar que existe un cambio en nuestra conducta íntima, a partir de una actitud, una sensibilidad, un modelo de expectativas y razones creado por los medios de comunicación.
Y con esto quiero contar que si bien me parece necesario que se informe sobre las cifras reales de abuso, maltratro, violación, etc., me parece detestable la manera en que estas noticias se tratan desde una vertiente sensacionalista francamente peligrosa. Cada vez hay más noticias, por ejemplo, sobre señores que se cargan a sus legítimas. Y las seguirá habiendo, creo, si esas noticias no empiezan a redactarse de una forma menos escabrosa.
En una reseña sobre el asesinato de una niña de ocho años por parte de un vecino de catorce, en un periódico pretendidamente serio de difusión nacional, la noticia estaba tratada con una mezcla de morbo y fascinación que podría inducir a cualquier chalado a repetir el numerito. Y encima, para colmo, en la misma página, el redactor escribía: «La horrorizada sociedad se pregunta qué es lo que falla, qué ha hecho mal».
Sin comentarios.
La tesis del macho agresivo y violador por naturaleza ha sido severamente criticada por antropólogos, sociólogos y pedagogos.
La propensión a la violencia masculina varía considerablemente entre unas sociedades y otras como demostró en su día Margaret Mead en su ensayo Masculino y femenino, y como vinieron a confirmar diferentes antropólogas feministas como Peggy Reeves Sanday. La tesis según la cual la violencia es inherente a la sexualidad masculina no ha sido convenientemente demostrada, aparte de perjudicar claramente al género masculino. La agresividad pertenece a los dos sexos, puesto que, como ya he dicho, ambos sexos segregamos testosterona y adrenalina. Bien entendida, la agresividad es sinonimo de supervivencia, de acción y de procreación.
El perfil psicológico del maltratador no puede extenderse de ninguna manera a todos los hombres. La violencia doméstica es una condición aprendida que aparece como consecuencia de un fracaso en la identificación masculina derivada de un rechazo a la feminidad.
Esto es, los hombres pegan a las mujeres por dos razones que vienen a ser la misma: porque lo han visto en su propia casa y porque les han enseñado que las mujeres son distintas a ellos, y por ende inferiores y despreciables.
Nuestro viejo ideal masculino -el hombre duro, recio y viril, que nunca llora y que siempre está dispuesto a defender por la fuerza sus ideales y convicciones- es fatal para las mujeres, pero lo es también para el hombre mismo.
Repito que la violencia doméstica no es una condición inherente a la familia. La violencia doméstica se aprende en casa, se imita a partir de comportamientos que se ven en las películas y en los periódicos, y se utiliza como válvula de escape para dar rienda suelta a las frustraciones masculinas en una sociedad que le exige al hombre un comportamiento que no puede, naturalmente, sostener. Porque los hombres, como seres humanos que son, poseen las mismas necesidades psicológicas que las mujeres (y por qué no decirlo, que los animales en general): amar y ser amado, comunicar emociones y sentimientos, ser afectivamente activos y pasivos. Pero el ideal masculino prohíbe a los hombres satisfacer estas necesidades y genera una frustración que inevitablemente degenera en violencia. Es por eso que los símbolos de virilidad suelen ser violentos: fútbol, toros, boxeo, porque pareciera que algunos hombres inseguros sólo saben encontrar la confirmación de su virilidad ejerciendo la violencia, personal o colectivamente, porque los esfuerzos que se les exigen a los hombres para que se conformen al ideal masculino más tradicional provocan angustia, dificultades afectivas y miedo al fracaso, y, como consecuencia de los factores anteriores, comportamientos compensatorios violentos. Por lo tanto la masculinidad se paga a un alto precio. El Ministerio de Sanidad debería advertir que el uso del ideal tradicional de masculinidad puede acabar resultando nocivo para la salud"
L.Etxebarria (omitid los juicios de valor sobre esta escritora, estamos opinando sobre su ensayo no sobre su persona)
