Sekhmet
Freak
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No hablo por mí, amigos, yo todavía no tengo 20 años. Ni pienso cumplirlos.
Un mal día de mi vida decidí matricularme en la universidad. Podría haber escogido mil cosas. Derecho ya no tiene el prestigio de los 90 y las becas Erasmus han colapsado los niveles de zorrerío de las clases. Incluso a veces, rubias treinteañeras ociosas se matriculan para pillar a veinteañeros y gente del cine en general. Algunos otros hablan de cine como si supieran y otros pocos pagan matrículas de academias privadas de cine a tocateja, son tiempos difíciles para el rodaje. Y lo digo especialmente por mí, que ayer mis amigos y yo grabando nos cargamos una cámara que vale 60.000 euros y nos andan buscando. Y todo porque no pusimos el trípode bien, que ya ves tú qué despiste más tonto . Ahora la cámara ni se enciende. Fin del éxito de las ENG.
Pero no venía a hablar de eso. También son tiempos difíciles para el subforo ligue (nunca le llamaré rapiñas, me resisto). Ahora sólo hay lugar para las tordas del badoo y para fotos sin ladrillos. Sin ladrillos. El subforo se ha quedado parco en palabras. Igual que ILG al marcharse a Londres, que no ha vuelto a escribir tres frases seguidas. Donde quedaron los hilos repletos de tochos y de discusiones quedó el entretenimiento nocturno para gente como yo, gente del cine.
En mi paso por la facultad de ciencias de la información, conocí a un par de chicas de esas que parece que saben hablar de algo que no sea de ellas mismas. Es fácil reconocerlas. Las ves en cuanto al llegar a las 8 a clase no llevan unos moldeados espectaculares ni los labios pintados de rojo fuego. Y entonces fue cuando me equivoqué por vez decimosexta en mi paso por la universidad y conocí la terrible vida de las veinteañeras.
La primera de ellas tenía un amigo con el que iba a cenar los viernes al Mc Auto y demás gilipolleces. Luego se lo llevaba a su casa a dormir. A dormir bajo una tortura china, es decir, con unos pantalones ataviados de un cinturón como pijama. Para respetarla. Porque no es lo mismo follar que hacer el amor, decía ella. Y él lo aceptaba sin importarle que un tío quince días antes de conocerlo a él se la hubiera estado tirando. Pero un día el chaval se cansó y le dijo que qué pasaba aquí, que por qué aquél sí y él no, si él la trataba infinitamente mejor, y era atento e iba a buscarla a casa y la llevaba a comer hamburguesas siendo él celíaco y la llevaba de compras al Bershka y le aguantaba las bolsas. Y que aun así, él tenía que dormir con pantalones para no rozarla. Y que hasta aquí llegaba su paciencia. Que se levantaba de su cama y se iba, sin vestirse, claro, porque nunca se había desnudado. Y ella le pidió por favor no se fuera, y se bajó las bragas. Entonces el chaval bajó por primera vez la cremallera de su pantalón y dejó que mi amiga hiciera lo que tuviera que hacer. A los tres minutos se levanta y se va, sin decir nada, y dejando a mi amiga desconsolada a altas horas de la madrugada porque un tío la había rechazado. ¿No es divertida la vida, amigos?
La otra era totalmente al revés, pues se tiraba a uno pero no la dejaba dormir con ella porque eso era muy íntimo. Debe de ser algo así como las putas que no dan besos pero te la comen a dos tiempos ¿sabéis? Cosas inexplicables.
Y es que las tías, amigos, han perdido el norte y no saben qué cojones hacen. No tienen criterio, y eso me asusta mucho particularmente.
-Oye, Eva, que mi tía está muy enferma en el hospital y esta tarde al salir de clase me iré a verla.
- Pero tía, qué hago con el Sergio, que ayer se puso borde conmigo, ¿sabes? Y Zzzzzzzzzzzz.
No soy su amiga, soy su paño de lágrimas, nunca les hablo de mí, porque pai-mei me ha enseñado que mi mayor virtud es el silencio. Las escucho decir tonterías e intento decirles que lo que hacen no tiene sentido y que da mucho asco, que una tía decente llega a los 25 años habiéndose tirado a menos de 5, ¿verdad, chotoman?. Pero no me escuchan, se dedican a dar vueltas a su tanga de hilo y a quedarse pensando en cómo se tiende para secarlo. Esta es mi vida social. Y aun así las aguanto. Yo, que no tengo que tirármelas. Os compadezco.
Dice la leyenda que una vez, un hombre, harto de las mujeres, decidió cambiarlas metiéndose cosas por la puerta de atrás. Primero fueron inocentes dedos, luego consoladores. Pero el mundo se le quedaba pequeño y quiso probar con algo novedoso. Algún día os contaré toda la tragedia.
Un mal día de mi vida decidí matricularme en la universidad. Podría haber escogido mil cosas. Derecho ya no tiene el prestigio de los 90 y las becas Erasmus han colapsado los niveles de zorrerío de las clases. Incluso a veces, rubias treinteañeras ociosas se matriculan para pillar a veinteañeros y gente del cine en general. Algunos otros hablan de cine como si supieran y otros pocos pagan matrículas de academias privadas de cine a tocateja, son tiempos difíciles para el rodaje. Y lo digo especialmente por mí, que ayer mis amigos y yo grabando nos cargamos una cámara que vale 60.000 euros y nos andan buscando. Y todo porque no pusimos el trípode bien, que ya ves tú qué despiste más tonto . Ahora la cámara ni se enciende. Fin del éxito de las ENG.
Pero no venía a hablar de eso. También son tiempos difíciles para el subforo ligue (nunca le llamaré rapiñas, me resisto). Ahora sólo hay lugar para las tordas del badoo y para fotos sin ladrillos. Sin ladrillos. El subforo se ha quedado parco en palabras. Igual que ILG al marcharse a Londres, que no ha vuelto a escribir tres frases seguidas. Donde quedaron los hilos repletos de tochos y de discusiones quedó el entretenimiento nocturno para gente como yo, gente del cine.
En mi paso por la facultad de ciencias de la información, conocí a un par de chicas de esas que parece que saben hablar de algo que no sea de ellas mismas. Es fácil reconocerlas. Las ves en cuanto al llegar a las 8 a clase no llevan unos moldeados espectaculares ni los labios pintados de rojo fuego. Y entonces fue cuando me equivoqué por vez decimosexta en mi paso por la universidad y conocí la terrible vida de las veinteañeras.
La primera de ellas tenía un amigo con el que iba a cenar los viernes al Mc Auto y demás gilipolleces. Luego se lo llevaba a su casa a dormir. A dormir bajo una tortura china, es decir, con unos pantalones ataviados de un cinturón como pijama. Para respetarla. Porque no es lo mismo follar que hacer el amor, decía ella. Y él lo aceptaba sin importarle que un tío quince días antes de conocerlo a él se la hubiera estado tirando. Pero un día el chaval se cansó y le dijo que qué pasaba aquí, que por qué aquél sí y él no, si él la trataba infinitamente mejor, y era atento e iba a buscarla a casa y la llevaba a comer hamburguesas siendo él celíaco y la llevaba de compras al Bershka y le aguantaba las bolsas. Y que aun así, él tenía que dormir con pantalones para no rozarla. Y que hasta aquí llegaba su paciencia. Que se levantaba de su cama y se iba, sin vestirse, claro, porque nunca se había desnudado. Y ella le pidió por favor no se fuera, y se bajó las bragas. Entonces el chaval bajó por primera vez la cremallera de su pantalón y dejó que mi amiga hiciera lo que tuviera que hacer. A los tres minutos se levanta y se va, sin decir nada, y dejando a mi amiga desconsolada a altas horas de la madrugada porque un tío la había rechazado. ¿No es divertida la vida, amigos?
La otra era totalmente al revés, pues se tiraba a uno pero no la dejaba dormir con ella porque eso era muy íntimo. Debe de ser algo así como las putas que no dan besos pero te la comen a dos tiempos ¿sabéis? Cosas inexplicables.
Y es que las tías, amigos, han perdido el norte y no saben qué cojones hacen. No tienen criterio, y eso me asusta mucho particularmente.
-Oye, Eva, que mi tía está muy enferma en el hospital y esta tarde al salir de clase me iré a verla.
- Pero tía, qué hago con el Sergio, que ayer se puso borde conmigo, ¿sabes? Y Zzzzzzzzzzzz.
No soy su amiga, soy su paño de lágrimas, nunca les hablo de mí, porque pai-mei me ha enseñado que mi mayor virtud es el silencio. Las escucho decir tonterías e intento decirles que lo que hacen no tiene sentido y que da mucho asco, que una tía decente llega a los 25 años habiéndose tirado a menos de 5, ¿verdad, chotoman?. Pero no me escuchan, se dedican a dar vueltas a su tanga de hilo y a quedarse pensando en cómo se tiende para secarlo. Esta es mi vida social. Y aun así las aguanto. Yo, que no tengo que tirármelas. Os compadezco.
Dice la leyenda que una vez, un hombre, harto de las mujeres, decidió cambiarlas metiéndose cosas por la puerta de atrás. Primero fueron inocentes dedos, luego consoladores. Pero el mundo se le quedaba pequeño y quiso probar con algo novedoso. Algún día os contaré toda la tragedia.