Todo depende de la relación entre lo que hay y lo que esperas.
No se trata tampoco de que con la mujer en cuestión puedas hablar de literatura rusa, de filosofía, de la segunda guerra mundial o de por qué los videojuegos de antes masmolaban. Se trata simplemente de que detrás del cacho de carne haya una persona que merezca la pena descubrir y que te pueda entender. Que no te sientas todo el tiempo como si estuvieras con un niño, porque así me he sentido yo a veces. El amor, por supuesto, se contenta con hablar de tonterías, con miradas, carantoñas, etc. No necesita más. Pero esta fase no dura para siempre -me refiero a la fase en que ni siquiera caes en la cuenta de que existe otra cosa que conversaciones banales y el contacto físico.
Con varias novietas/novias, he terminado dándome cuenta más pronto que tarde, y con bastante espanto, de que con ellas yo me transformaba en una persona diferente. Transformaba mi modo de hablar, evitaba ciertas palabras, evitaba como la peste ciertos temas de conversación. Lo que al principio me salía de natural (la imitación de aquellas personas a las que queremos/admiramos es una pauta universal), pasado el tiempo se me presentaba como un impedimento. Tener a un amigo de por medio con quien poder charlar, conversar, partirme el ojete o qué sé yo, llegaba a ser todo un alivio.
La mujer, en palabras del gran Josep Pla, es un ser tremendamente vulgar. Richard Dawkins justifica esto incluso desde el punto de vista genético en The Selfish Gene. El hombre toma riesgos, el hombre es capaz de soñar. La mujer es un ser del aquí y el ahora, de mi casa, mi novio, la cartera de mi novio, mis hijos, y lo que hace fulanito y menganito. Si estas cosas no están aseguradas se desestabiliza completamente. La mujer española lleva este tópico a tal extremo que con ella no hay nada de que hablar. Yo jamás, y lo digo con tremenda pena, jamás he oído de boca de una mujer una opinión sobre nada que me haya impresionado, o que me haya parecido otra cosa que un pastiche de lugares comunes o una vulgaridad. No quiere decir esto que todos los hombres lean a Tolstoi cuando van al váter, y menos los hombres españoles. Pero creo que entre el hombre y la mujer de hoy existe una diferencia que se puede aplicar a la mayoría de ellos.
Entre mis amigos y hamijos, quien no es un músico de talento te puede hablar de Dostoievski, quien no es un friki de los coches teledirigidos de gasolina es una máquina de los ordenadores, quien no te nombra todos los Super Mario que han existido desde el primerísimo y es un experto en videojuegos es aficionado al ciclismo de montaña, a viajar y lo que a uno se le ocurra. Estas no son necesariamente virtudes, joder. No son cosas que lo hagan a uno mejor. Pero si lo hacen interesante. Añaden dimensiones a la persona. Se trata de personas curiosas, de personas con inquietudes, de personas capaces de hablar de otras cosas que no sea el puto cotilleo de siempre. Esto es lo que echo de menos en las mujeres, y lo que me temo que, por una cuestión de naturaleza, nunca podrán tener, al menos en su mayoría.
Las que están buenas y de virtudes tienen principalmente un agujero caliente y dos buenas tetas, cuando llegan a los treinta se ven condenadas a parecer lo que antes eran a escondidas: seres insulsos y planos, copias en serie de un patrón común.