Juvenal
Clásico
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- 23 Ago 2004
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En rigor, lo siguiente no tendría que publicarse en el hilo de las anécdotas desastrosas al ligar, pues en la noche de sábado de ayer no había en mí la más mínima intención de lanzar la caña...
A mi lado, el grupo de zagalas que celebraban la despedida de soltera agitaba sus caderas a ritmo, ritmo de la noche; más allá, el informático gordo de "Parque Jurásico" (ya saben, el del escupitajo) permanecía inmóvil, cubata en mano; aquí, un par de turistas amarillos se retorcían como poseídos por el mal de san Vito; allí, se encontraban un par de señoras que sumaban tantos años como desvergüenza, sin que ello fuera óbice para que las rondaran dos o tres pretendientes por cada una mientras ellos se miraban con cara de perro a punto de quitarse el hueso; acullá, las nínfulas del podio, princesas de mírame y no me toques, se cimbreaban juncales...
No, no miraba a mi alrededor con deseo contenido ni con mis movimientos iniciaba ninguna maniobra de aproximación. Todos los humores que me corroían por dentro se habían expulsado; hallábame totalmente relajado y en completo arrobamiento, podía pintárseme un brillo en los ojos y en mi rostro se dibujaba una estúpida y beatífica sonrisilla cada vez que rememoraba (y lo hacía cada pocos segundos) aquel particular exorcismo en que los níveos demonios habían abandonado mi cuerpo...
Me encontraba en el séptimo cielo, en un calmado paraíso, en una nirvánica placidez... en la gloria, como vulgarmente se dice.
Y si uno piensa que ya ha tocado fondo y no puede ir más abajo, la caprichosa realidad, empero, se encarga de desmentirlo.
¡Me cago en mi puta calavera!
Danzaba tranquilo en la pista, disfrutando de la música cuando noto una inquietante mirada de incontenido deseo que me taladra a capite ad calcem y observo aterrado cómo un sonriente manflorita moro con ojos de cordero degollado poco a poco se me acerca...
Estoy más que acostumbrado al desdén de las mujeres, casi tanto como a que invertidos de toda clase y condición me tiren los trastos periódicamente; sin embargo, que un hijo sodomita de Hassan II desee ownearme el tájana o quiera comprobar si es cierto que soy el conejito de duracell pespunteando ya pasa de castaño oscuro.
Tuve que emplear todo mi repertorio de maniobras evasivas (de algo tenía que servir tanto tiempo perdido viendo "Star Trek") y finalmente recurrir a Acero Ful, la célebre mirada que tanto éxito me ha proporcionado en el trabajo, compuesta a partes iguales de repugnancia, asco y mala hostia concentrada, para finalmente lograr que corriera el aire.
¡Vaish, vaish!
P'habernos matao, oiga. Fue un desagradable episodio que me pareció interminable y que me ha servido para sufrir en carnes propias el mal trago a que se exponen ellas en cada noche de fiesta. Pude experimentar mi lado mujeril sin necesidad de hojear la Cosmo o leer foros femeninos.
No, hijos de la gran Bretaña, no estaba en ningún local de ambiente, que les veo venir. :x
Agh, no somos nadie.
Menos mal que de vez en cuando aparece alguna bruja que con sus rituales hace que echemos aquello que nos atormenta.
A mi lado, el grupo de zagalas que celebraban la despedida de soltera agitaba sus caderas a ritmo, ritmo de la noche; más allá, el informático gordo de "Parque Jurásico" (ya saben, el del escupitajo) permanecía inmóvil, cubata en mano; aquí, un par de turistas amarillos se retorcían como poseídos por el mal de san Vito; allí, se encontraban un par de señoras que sumaban tantos años como desvergüenza, sin que ello fuera óbice para que las rondaran dos o tres pretendientes por cada una mientras ellos se miraban con cara de perro a punto de quitarse el hueso; acullá, las nínfulas del podio, princesas de mírame y no me toques, se cimbreaban juncales...
No, no miraba a mi alrededor con deseo contenido ni con mis movimientos iniciaba ninguna maniobra de aproximación. Todos los humores que me corroían por dentro se habían expulsado; hallábame totalmente relajado y en completo arrobamiento, podía pintárseme un brillo en los ojos y en mi rostro se dibujaba una estúpida y beatífica sonrisilla cada vez que rememoraba (y lo hacía cada pocos segundos) aquel particular exorcismo en que los níveos demonios habían abandonado mi cuerpo...
Me encontraba en el séptimo cielo, en un calmado paraíso, en una nirvánica placidez... en la gloria, como vulgarmente se dice.
Y si uno piensa que ya ha tocado fondo y no puede ir más abajo, la caprichosa realidad, empero, se encarga de desmentirlo.
¡Me cago en mi puta calavera!
Danzaba tranquilo en la pista, disfrutando de la música cuando noto una inquietante mirada de incontenido deseo que me taladra a capite ad calcem y observo aterrado cómo un sonriente manflorita moro con ojos de cordero degollado poco a poco se me acerca...
Estoy más que acostumbrado al desdén de las mujeres, casi tanto como a que invertidos de toda clase y condición me tiren los trastos periódicamente; sin embargo, que un hijo sodomita de Hassan II desee ownearme el tájana o quiera comprobar si es cierto que soy el conejito de duracell pespunteando ya pasa de castaño oscuro.
Tuve que emplear todo mi repertorio de maniobras evasivas (de algo tenía que servir tanto tiempo perdido viendo "Star Trek") y finalmente recurrir a Acero Ful, la célebre mirada que tanto éxito me ha proporcionado en el trabajo, compuesta a partes iguales de repugnancia, asco y mala hostia concentrada, para finalmente lograr que corriera el aire.
¡Vaish, vaish!
P'habernos matao, oiga. Fue un desagradable episodio que me pareció interminable y que me ha servido para sufrir en carnes propias el mal trago a que se exponen ellas en cada noche de fiesta. Pude experimentar mi lado mujeril sin necesidad de hojear la Cosmo o leer foros femeninos.
No, hijos de la gran Bretaña, no estaba en ningún local de ambiente, que les veo venir. :x
Agh, no somos nadie.
Menos mal que de vez en cuando aparece alguna bruja que con sus rituales hace que echemos aquello que nos atormenta.