ruben_clv
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- 5 Sep 2005
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Me gustaría que la vida se limitara a estar tumbado sobre la yerba, sintiendo el calor de la luz del sol en mis mejillas mientras el viento juega con tu pelo, dulce brisa que acaricia nuestra piel y que nos recuerda que, aun tumbados, siempre estamos en movimiento; siempre hacia adelante Cecilia.
Me gustaría también que tus labios no volviesen a temblar jamás, que no volviesen las lágrimas a encharcar tus ojos para hacer tinieblas en mi pecho, que tu pensamiento no estuviera siempre un paso por delante de tu sonrisa; que no sintieras miedo cuando me abrazas. Me gustaría tener el valor suficiente para quitarme la vida si me lo pidieras, para vendarme los ojos y marchar con paso decidido, estirar los brazos y tender un puente firme que pudiera soportar el peso de tu pena, de costa a costa.
Me gustaría que nuestra historia no tuviera fecha de caducidad, que tu partida no fuera un final, que la esperanza no se me agote, que las despedidas no sean tristes nunca más. Que siempre fuera feria en mi dormitorio...
Y, así, tumbado sobre la cama, viéndote dormir, pensar, soñar; se me atenaza la garganta pensando en que la muerte, seguro, ha de llegar a nosotros, que me has llegado como un regalo envenenado, como una carcoma que se ha instalado en mi corazón y me consume poco a poco. Y, así, mirándote con desesperada ternura, te veo abrir los ojos, despacio, sonríes y tus labios se llenan de vida cuando me abrazas y me susurras..."¿Mi bebé?
En seis meses se pira a Argentina y no creo que vuelva jamás. Dios me está poniendo a prueba últimamente. Me gustaría decir que es sencillo dejarlo ahora y olvidarme de todo, pero no lo es, ni para mí ni para ella, porque ayer estuvimos hablando de eso toda la tarde y no puede ser...de ninguna forma. Hemos decidido seguir y ver qué pasa, con la sana vanidad de que ella se enamore de mí y no quiera marcharse cuando llegue el momento, renunciando a su familia y sus amistades. Pero sé que me estoy equivocando, que debería huir hacia un sitio más seguro. Porque, para empezar, me da miedo no estar a la altura.
"Haz lo que quieras", decíamos ayer. Eso hago, nada más que eso.
Me gustaría también que tus labios no volviesen a temblar jamás, que no volviesen las lágrimas a encharcar tus ojos para hacer tinieblas en mi pecho, que tu pensamiento no estuviera siempre un paso por delante de tu sonrisa; que no sintieras miedo cuando me abrazas. Me gustaría tener el valor suficiente para quitarme la vida si me lo pidieras, para vendarme los ojos y marchar con paso decidido, estirar los brazos y tender un puente firme que pudiera soportar el peso de tu pena, de costa a costa.
Me gustaría que nuestra historia no tuviera fecha de caducidad, que tu partida no fuera un final, que la esperanza no se me agote, que las despedidas no sean tristes nunca más. Que siempre fuera feria en mi dormitorio...
Y, así, tumbado sobre la cama, viéndote dormir, pensar, soñar; se me atenaza la garganta pensando en que la muerte, seguro, ha de llegar a nosotros, que me has llegado como un regalo envenenado, como una carcoma que se ha instalado en mi corazón y me consume poco a poco. Y, así, mirándote con desesperada ternura, te veo abrir los ojos, despacio, sonríes y tus labios se llenan de vida cuando me abrazas y me susurras..."¿Mi bebé?
En seis meses se pira a Argentina y no creo que vuelva jamás. Dios me está poniendo a prueba últimamente. Me gustaría decir que es sencillo dejarlo ahora y olvidarme de todo, pero no lo es, ni para mí ni para ella, porque ayer estuvimos hablando de eso toda la tarde y no puede ser...de ninguna forma. Hemos decidido seguir y ver qué pasa, con la sana vanidad de que ella se enamore de mí y no quiera marcharse cuando llegue el momento, renunciando a su familia y sus amistades. Pero sé que me estoy equivocando, que debería huir hacia un sitio más seguro. Porque, para empezar, me da miedo no estar a la altura.
"Haz lo que quieras", decíamos ayer. Eso hago, nada más que eso.