Error de syntaxis
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- 10 Jun 2006
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Mirándolo todo desde la perspectiva que me ofrece el estar en un país cuyo mayor problema son un par de gitanos revolucionados, los dramas del subdesarrollo vividos durante la inocencia de la infancia se convierten en un pasado brutal, despiadado y deshumanizado que, a pesar de ser súmamente próximo desde un punto de vista cronológico, se encuentra a decenas de leguas simbólicas del presente. Es este tiempo virtual, estirado entre otras cosas por una adolescencia traumática, el causante de que ahora, con diecisiete años, mire mis doce con una lástima casi paternal, como cuando ves a los negros en los banners de hotmail y te dicen "se llama Bartolo, ahora sabes su nombre, no tienes excusas". Yo, hace sólo cinco años, era uno de esos negros.
Mario Handler, autor del documental "Aparte" acerca de la vida en el submundo marginal montevideano. Tristemente célebre por su frase "si te cortás las venas frente a la cámara te doy veinte pesos".
Ahora, años después, pienso en La Pelada y veo las últimas consecuencias de la corrupción que ha llevado a un país ya de por sí pobre a la más inmunda de las miserias. Veo también la injusticia de un sistema económico insolidario con aquellos que no son capaces de seguirle el ritmo. Veo la mano negra del poder y su capacidad para infectar de forma vil a aquellos débiles de voluntad incluso actuando en dosis ínfimas. Pero en ese entonces, teniendo doce años, lo que veía al pensar en La Pelada era a una tía más o menos petable que te la chupaba por tres canicas pequeñas y te quitaba el virgo por dos grandes.
La Pelada (desconozco su nombre real), era una chica cuya edad oscilaba entre los catorce y los quince años. Hay un cuantos detalles de su aspecto físico que mi mente ha preferido olvidar, pero, en líneas generales, se trataba de una chica alta, esquelética por el hambre y los parásitos intestinales y con el pelo enchumbado en mugre, liendres y piojos. De pequeña solía bañarse en la solución de fango y agua estancada que se pudría en las canaletas, un mal sustituto de un sistema de alcantarillado que era demasiado caro para instalarse allí donde yo vivía. Al cumplir los doce años empezó a hacer la calle, y cuando yo la conocí, como puede deducirse, ya llevaba un par de años en el negocio.
Imagen del documental "Aparte". Los protagonistas, la mayoría niños y adolescentes de barrios chabolistas, además de cortarse las venas por veinte pesos realizaron todo tipo de actividades criminales para que Mario pudiera grabarlas y presentarlas al mundo. Héroes modernos.
No era ningún secreto que a aquella niña le daba igual cobrar en dinero que hacer un trueque con algún objeto equivalente a su dignidad femenina (prácticamente cualquier cosa valía), así que, después de ganar unas cuantas canicas en el colegio entre mis amigos y yo, decidimos contratarla para que pasara una tarde en mi casa, aprovechando que mis padres no estarían.
Cuando, estando ella al otro lado de la puerta, pude percibir el olor a sudor, semen, orina y otras sustancias igualmente descompuestas y repugnantes, comencé a pensar que aquellos podía incluso ser peligroso. Mi reacción, por ser sólo un niño, fue el miedo, pero más me aterrorizaba la idea de haberle hecho perder el tiempo: su hermano, un delincuente que ya había estado en un centro de menores un par de veces era su proxeneta, y si le quitaba horas de trabajo a su empleada para nada igual me prendía fuego la casa o me robaba la piscina inflable para venderla en el mercadillo (delito que de todas formas acabaría cometiendo sin motivo que lo justificase unos meses más tarde).
Su mera presencia en el umbral de la puerta ya fue suficiente para que decidiéramos no perder la virginidad con ella. Meter la polla en ese saco de parásitos y mierda sólo podía acabar llevándonos a la tumba. Así que, viendo que era imposible echarse atrás, nos conformomamos con la oferta especial de felaciones por siete canicas pequeñas con un plus de peep show si agregábamos al pago una barra de pan y un brik de leche. Decidió motivarnos antes de las mamadas. Tras quitarse la camiseta de Mexico '78 con lamparones de chorizo y lefa, separó las piernas frente a nosotros revelando una desnudez que, al menos en mi mente, invocó la imagen de las puertas del Averno abriéndose para revelar el más nauseabundo y horripilante de los espectáculos que prepara el demonio para torturar a los pecadores durante toda la eternidad: el olor que despedía aquella cloaca infecta era sólo comparable al que podía llegar a producir una fosa común llena a tope de caca, negros de Senegal, hectolitros de amoníaco concentrado y el cuerpo de Martha Castlecomer juntos. Tras unos labios mayores que se resistían a despegarse debido a unas finas hebras de un moco blanco y gelatinoso que los unían, los labios inferiores se mostraban al mundo con un color extrañamente blanquecino debido a las cantidades industriales de esmegma producidas en los alrededores del clítoris de aquella bestia. La uretra y la vagina se perdían en un mar de motas verdeazuladas probablemente producidas por los cientocatorce tipos de hongos diferentes que habitaban allí, algunos de ellos seguro que desconocidos por la comunidad científica.
Aquella visión ya era suficiente para que la polla de cualquier hombre se escindiera del resto del cuerpo horrorizada por lo que acababa de presenciar, pero ver tanta porquería e inmundicia concentradas en un solo punto producía en todos nosotros una fascinación que vencía nuestras ganas de salir corriendo, hasta el punto de tenernos hipnotizados mirando aquel fenómeno irrepetible de la naturaleza.
Como esto pero multiplicado por mil y en un coño en lugar de en una polla.
Entonces procedió a chupárnosla. Su boca parecía sacada de un catálogo de sonrisas británicas: las encías eran de un color rojo chillón, fuertemente inflamadas y con tejido en necrosis donde deberían haber nacido unos dientes que brillaban por su ausencia. En su lugar, sólo quedaban un par de piedras negras a las que se les podía encontrar muchas formas, como a las nubes cuando uno se detiene a mirarlas, pero ni siquiera alguien con mucha imaginación podría llegar a concluir que se trataba de dientes si la imagen de estos fuera sacada de contexto. Yo fui el primero y el único en meter la polla en aquel sitio. Me obligué a verlo directamente en lugar de cerrar los ojos porque, harto ya de que mi abuelo me repitiera aquello de "a tu generación lo que le hace falta es una guerra civil", quería sufrir en carne propia una experiencia equivalente a ver morir a un amigo o matar de un disparo a un compatriota. La lengua no era más que un músculo descolorido con un montón de pequeñas partículas sobre su superficie, posiblemente comida. Tras una tibia y húmeda lamida, se metió mi polla en la boca y apretó las mandíbulas, masturbándome con la extraña y placentera sensación que proporcionaba el roce de la pulpa de sus encías desdentadas contra mi glande. El horror y el placer se mezclaban a partes iguales, teniendo como resultado que, en el momento de llenarle boca de esperma a La Pelada, no pudiera contener un espasmo involuntario en el estómago y acabar vomitándole encima toda la comida que anteriormente había revuelto en mis tripas la visión de su entrepierna.
Limpiándose el vómito de encima como si aquello le pasara a diario, cobró su tarifa a mis otros dos amigos que, en un éxtasis de asco, estaban a punto de perder el conocimiento y se marchó de mi casa dejando tras de si un reguero de salchichas con puré de patatas mezcladas con mis jugos gástricos.
¿Alguien más ha sufrido en carne propia alguna experiencia similar?
![th_mario_handler.jpg](https://www.sobrarbe.com/fotosmem/th_mario_handler.jpg)
Mario Handler, autor del documental "Aparte" acerca de la vida en el submundo marginal montevideano. Tristemente célebre por su frase "si te cortás las venas frente a la cámara te doy veinte pesos".
Ahora, años después, pienso en La Pelada y veo las últimas consecuencias de la corrupción que ha llevado a un país ya de por sí pobre a la más inmunda de las miserias. Veo también la injusticia de un sistema económico insolidario con aquellos que no son capaces de seguirle el ritmo. Veo la mano negra del poder y su capacidad para infectar de forma vil a aquellos débiles de voluntad incluso actuando en dosis ínfimas. Pero en ese entonces, teniendo doce años, lo que veía al pensar en La Pelada era a una tía más o menos petable que te la chupaba por tres canicas pequeñas y te quitaba el virgo por dos grandes.
La Pelada (desconozco su nombre real), era una chica cuya edad oscilaba entre los catorce y los quince años. Hay un cuantos detalles de su aspecto físico que mi mente ha preferido olvidar, pero, en líneas generales, se trataba de una chica alta, esquelética por el hambre y los parásitos intestinales y con el pelo enchumbado en mugre, liendres y piojos. De pequeña solía bañarse en la solución de fango y agua estancada que se pudría en las canaletas, un mal sustituto de un sistema de alcantarillado que era demasiado caro para instalarse allí donde yo vivía. Al cumplir los doce años empezó a hacer la calle, y cuando yo la conocí, como puede deducirse, ya llevaba un par de años en el negocio.
![63.jpg](https://www.macuarium.com/actual/img/2003/05/09_mariohandler_1/63.jpg)
Imagen del documental "Aparte". Los protagonistas, la mayoría niños y adolescentes de barrios chabolistas, además de cortarse las venas por veinte pesos realizaron todo tipo de actividades criminales para que Mario pudiera grabarlas y presentarlas al mundo. Héroes modernos.
No era ningún secreto que a aquella niña le daba igual cobrar en dinero que hacer un trueque con algún objeto equivalente a su dignidad femenina (prácticamente cualquier cosa valía), así que, después de ganar unas cuantas canicas en el colegio entre mis amigos y yo, decidimos contratarla para que pasara una tarde en mi casa, aprovechando que mis padres no estarían.
Cuando, estando ella al otro lado de la puerta, pude percibir el olor a sudor, semen, orina y otras sustancias igualmente descompuestas y repugnantes, comencé a pensar que aquellos podía incluso ser peligroso. Mi reacción, por ser sólo un niño, fue el miedo, pero más me aterrorizaba la idea de haberle hecho perder el tiempo: su hermano, un delincuente que ya había estado en un centro de menores un par de veces era su proxeneta, y si le quitaba horas de trabajo a su empleada para nada igual me prendía fuego la casa o me robaba la piscina inflable para venderla en el mercadillo (delito que de todas formas acabaría cometiendo sin motivo que lo justificase unos meses más tarde).
Su mera presencia en el umbral de la puerta ya fue suficiente para que decidiéramos no perder la virginidad con ella. Meter la polla en ese saco de parásitos y mierda sólo podía acabar llevándonos a la tumba. Así que, viendo que era imposible echarse atrás, nos conformomamos con la oferta especial de felaciones por siete canicas pequeñas con un plus de peep show si agregábamos al pago una barra de pan y un brik de leche. Decidió motivarnos antes de las mamadas. Tras quitarse la camiseta de Mexico '78 con lamparones de chorizo y lefa, separó las piernas frente a nosotros revelando una desnudez que, al menos en mi mente, invocó la imagen de las puertas del Averno abriéndose para revelar el más nauseabundo y horripilante de los espectáculos que prepara el demonio para torturar a los pecadores durante toda la eternidad: el olor que despedía aquella cloaca infecta era sólo comparable al que podía llegar a producir una fosa común llena a tope de caca, negros de Senegal, hectolitros de amoníaco concentrado y el cuerpo de Martha Castlecomer juntos. Tras unos labios mayores que se resistían a despegarse debido a unas finas hebras de un moco blanco y gelatinoso que los unían, los labios inferiores se mostraban al mundo con un color extrañamente blanquecino debido a las cantidades industriales de esmegma producidas en los alrededores del clítoris de aquella bestia. La uretra y la vagina se perdían en un mar de motas verdeazuladas probablemente producidas por los cientocatorce tipos de hongos diferentes que habitaban allí, algunos de ellos seguro que desconocidos por la comunidad científica.
Aquella visión ya era suficiente para que la polla de cualquier hombre se escindiera del resto del cuerpo horrorizada por lo que acababa de presenciar, pero ver tanta porquería e inmundicia concentradas en un solo punto producía en todos nosotros una fascinación que vencía nuestras ganas de salir corriendo, hasta el punto de tenernos hipnotizados mirando aquel fenómeno irrepetible de la naturaleza.
![Smegma_Penis_Cropped.jpg](https://4.bp.blogspot.com/_4AywFPVJHUk/Rr0aPhm6GTI/AAAAAAAAAEM/sAOik_gySJM/s320/Smegma_Penis_Cropped.jpg)
Como esto pero multiplicado por mil y en un coño en lugar de en una polla.
Entonces procedió a chupárnosla. Su boca parecía sacada de un catálogo de sonrisas británicas: las encías eran de un color rojo chillón, fuertemente inflamadas y con tejido en necrosis donde deberían haber nacido unos dientes que brillaban por su ausencia. En su lugar, sólo quedaban un par de piedras negras a las que se les podía encontrar muchas formas, como a las nubes cuando uno se detiene a mirarlas, pero ni siquiera alguien con mucha imaginación podría llegar a concluir que se trataba de dientes si la imagen de estos fuera sacada de contexto. Yo fui el primero y el único en meter la polla en aquel sitio. Me obligué a verlo directamente en lugar de cerrar los ojos porque, harto ya de que mi abuelo me repitiera aquello de "a tu generación lo que le hace falta es una guerra civil", quería sufrir en carne propia una experiencia equivalente a ver morir a un amigo o matar de un disparo a un compatriota. La lengua no era más que un músculo descolorido con un montón de pequeñas partículas sobre su superficie, posiblemente comida. Tras una tibia y húmeda lamida, se metió mi polla en la boca y apretó las mandíbulas, masturbándome con la extraña y placentera sensación que proporcionaba el roce de la pulpa de sus encías desdentadas contra mi glande. El horror y el placer se mezclaban a partes iguales, teniendo como resultado que, en el momento de llenarle boca de esperma a La Pelada, no pudiera contener un espasmo involuntario en el estómago y acabar vomitándole encima toda la comida que anteriormente había revuelto en mis tripas la visión de su entrepierna.
Limpiándose el vómito de encima como si aquello le pasara a diario, cobró su tarifa a mis otros dos amigos que, en un éxtasis de asco, estaban a punto de perder el conocimiento y se marchó de mi casa dejando tras de si un reguero de salchichas con puré de patatas mezcladas con mis jugos gástricos.
¿Alguien más ha sufrido en carne propia alguna experiencia similar?