Candela
Freak
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Hoy tomo posesión. Me levanto en mi ciudad y cojo el bus a Madrid. Ese autobús que cogí para ir a hacer los exámenes y que tan buenos recuerdos me trae, ahora con una sensación distinta a los nervios de aquel entonces, examen que veo tan lejano y a la vez tan próximo en el tiempo.
Ya tengo mi bono transporte, ya conozco los principales recorridos (de la estación de buses al trabajo, del trabajo a mi piso de alquiler, y viceversa. Ya no cojo el tren en dirección contraria. Ya sé que se cruza por un puente subterráneo y no por en medio de las vías. Este mes me ha salido baratito, me lo he sacado aprovechando mis últimos días de prestación y por 10 euros, este mes parezco Willy Fog, conociendo el metro, el cercanías, los buses… si algo tiene Madrid, es una excelente red de transporte.
Llego sobre las once de la mañana, y al edificio donde tengo que tomar posesión me dirijo. Es un edificio que impone, señorial. Nunca he trabajado en un sitio así, nunca he trabajado en la Administración. Pienso que ha sido llegar y besar el santo, la mayoría de los compañeros llevan años presentándose, años de interinidades peregrinando de oficina en oficina. Y yo, llego y cojo mi plaza. Ójala todo en la vida me hubiera resultado tan fácil como esto.
Atemorizado, avergonzado, pequeñito… entro en ese edificio y me dirijo a la persona que está en recepción. “Buenos días, vengo a tomar posesión”. “Como?” “Que empiezo a trabajar, que soy funcionario, llamé ayer para avisar” “Ah, yo soy el vigilante”. “Ah…”
El inicio, la entrada… ha sido tan surrealista como imaginé, las expectativas se están cumpliendo. El vigilante me dirige a otro mostrador y allá voy, con unos kilos más de vergüenza encima. Poneos en mi piel, por favor, qué situación. Estoy temblando.
Y otra vez el mismo diálogo de “vengo a lo de la posesión diabólica”. Ahí tampoco es, me dirigen a otro departamento, y ahí sí, me sientan en la silla, me aprietan la mano y me resoban el brazo mientras me dan la bienvenida sonriendo. Me empiezo a relajar, el ambiente no parece hostil. Pero sigo con los hombros en tensión. Empiezan a sacar los papeles, juro o prometo la Constitución y el resto del ordenamiento jurídico, me fotocopian las cosas y ya está todo. Esta es la parte que si mi padre me viera hacer, se correría de gusto. Tendría que habérmelo traído.
Me invitan a un café de máquina en la cafetería. Tremendo lugar, con menús a precios ridículos para NOSOTROS, en otra sala, cafetera con cápsulas, microondas, pequeña nevera… joder. Que lujo. Que se hace un bote para el que quiera tomar café y que son X euros al mes, que en la cafetería vale más caro, pero es mejor, ya a mi elección. Acepto el café que me ofrece, ya tendré tiempo de decirle que yo soy de té y que este café me va a hacer ir corriendo al baño en 20 minutos. Cuando coja confianza.
Me va enseñando todas las instalaciones, me presenta a gente. Mujeres de edad avanzada, hombres mayores. Soy el más joven. Una señora me mira con ojos golosos y dice que ella me enseñará encantada lo que quiera saber. Trago saliva y sonrío. Al menos no parece que me vayan a pegar ni a hacer moobing.
Me enseña mi mesa. Mi ordenador, mi silla. Me siento y la pruebo, relajo la tensión en los hombros, sonrío. Me deja un momento solo y me dice que enseguida vuelve conmigo. En ese momento, una lagrimilla de emoción está a punto de caer rodando mejilla abajo, pero la redirijo por la garganta y trago saliva. Voy a poner una plantita, un cactus pequeño en esta mesa. Un dibujo de mi hijo y una foto de mi señora. Los otros compañeros lo tienen.
Vuelve mi guía, mi adalid. Me dan ganas de darle la mano para que me siga guiando por este edificio, por estos pasillos, por estas oficinas. Su nombre es el único que recuerdo de los 40 que he oído. Me da un papelito y me manda para MUFACE. Que tal compañía de seguros de salud es muy buena, que me la recomienda. Le hago caso, es mi pastor. Me hace una foto con un móvil para la tarjeta de funcionario. Salgo con los ojos cerrados, me hace otra. Me dice que nos vemos el lunes a las 8,30.
Antes de salir, voy al baño a cagar el café. Hay papel, el baño huele bien. Pero he cagado en el baño del público, y no en el nuestro de funcionarios. Espero que haya prensa en él. Demasiado para el primer día, poco a poco.
Mi jornada laboral de hoy ha sido de 45 minutos, y me regresé para Albacete a comentar lo que he visto con mi familia y amigos. He visto cosas que jamás creeríais. Cafés y croissants en llamas más allá de Orión.
El domingo por la tarde volveré. A QUEDARME.
Ya tengo mi bono transporte, ya conozco los principales recorridos (de la estación de buses al trabajo, del trabajo a mi piso de alquiler, y viceversa. Ya no cojo el tren en dirección contraria. Ya sé que se cruza por un puente subterráneo y no por en medio de las vías. Este mes me ha salido baratito, me lo he sacado aprovechando mis últimos días de prestación y por 10 euros, este mes parezco Willy Fog, conociendo el metro, el cercanías, los buses… si algo tiene Madrid, es una excelente red de transporte.
Llego sobre las once de la mañana, y al edificio donde tengo que tomar posesión me dirijo. Es un edificio que impone, señorial. Nunca he trabajado en un sitio así, nunca he trabajado en la Administración. Pienso que ha sido llegar y besar el santo, la mayoría de los compañeros llevan años presentándose, años de interinidades peregrinando de oficina en oficina. Y yo, llego y cojo mi plaza. Ójala todo en la vida me hubiera resultado tan fácil como esto.
Atemorizado, avergonzado, pequeñito… entro en ese edificio y me dirijo a la persona que está en recepción. “Buenos días, vengo a tomar posesión”. “Como?” “Que empiezo a trabajar, que soy funcionario, llamé ayer para avisar” “Ah, yo soy el vigilante”. “Ah…”
El inicio, la entrada… ha sido tan surrealista como imaginé, las expectativas se están cumpliendo. El vigilante me dirige a otro mostrador y allá voy, con unos kilos más de vergüenza encima. Poneos en mi piel, por favor, qué situación. Estoy temblando.
Y otra vez el mismo diálogo de “vengo a lo de la posesión diabólica”. Ahí tampoco es, me dirigen a otro departamento, y ahí sí, me sientan en la silla, me aprietan la mano y me resoban el brazo mientras me dan la bienvenida sonriendo. Me empiezo a relajar, el ambiente no parece hostil. Pero sigo con los hombros en tensión. Empiezan a sacar los papeles, juro o prometo la Constitución y el resto del ordenamiento jurídico, me fotocopian las cosas y ya está todo. Esta es la parte que si mi padre me viera hacer, se correría de gusto. Tendría que habérmelo traído.
Me invitan a un café de máquina en la cafetería. Tremendo lugar, con menús a precios ridículos para NOSOTROS, en otra sala, cafetera con cápsulas, microondas, pequeña nevera… joder. Que lujo. Que se hace un bote para el que quiera tomar café y que son X euros al mes, que en la cafetería vale más caro, pero es mejor, ya a mi elección. Acepto el café que me ofrece, ya tendré tiempo de decirle que yo soy de té y que este café me va a hacer ir corriendo al baño en 20 minutos. Cuando coja confianza.
Me va enseñando todas las instalaciones, me presenta a gente. Mujeres de edad avanzada, hombres mayores. Soy el más joven. Una señora me mira con ojos golosos y dice que ella me enseñará encantada lo que quiera saber. Trago saliva y sonrío. Al menos no parece que me vayan a pegar ni a hacer moobing.
Me enseña mi mesa. Mi ordenador, mi silla. Me siento y la pruebo, relajo la tensión en los hombros, sonrío. Me deja un momento solo y me dice que enseguida vuelve conmigo. En ese momento, una lagrimilla de emoción está a punto de caer rodando mejilla abajo, pero la redirijo por la garganta y trago saliva. Voy a poner una plantita, un cactus pequeño en esta mesa. Un dibujo de mi hijo y una foto de mi señora. Los otros compañeros lo tienen.
Vuelve mi guía, mi adalid. Me dan ganas de darle la mano para que me siga guiando por este edificio, por estos pasillos, por estas oficinas. Su nombre es el único que recuerdo de los 40 que he oído. Me da un papelito y me manda para MUFACE. Que tal compañía de seguros de salud es muy buena, que me la recomienda. Le hago caso, es mi pastor. Me hace una foto con un móvil para la tarjeta de funcionario. Salgo con los ojos cerrados, me hace otra. Me dice que nos vemos el lunes a las 8,30.
Antes de salir, voy al baño a cagar el café. Hay papel, el baño huele bien. Pero he cagado en el baño del público, y no en el nuestro de funcionarios. Espero que haya prensa en él. Demasiado para el primer día, poco a poco.
Mi jornada laboral de hoy ha sido de 45 minutos, y me regresé para Albacete a comentar lo que he visto con mi familia y amigos. He visto cosas que jamás creeríais. Cafés y croissants en llamas más allá de Orión.
El domingo por la tarde volveré. A QUEDARME.