Hola, compañeros de la nave del misterio. He estado usando el buscador y no he encontrado un tema dedicado a nuestros amigos los gatillazos. Ahora que el foro vive una nueva edad dorada de grandes amantes, folladores incansables, hombres insaciables. Con sus épicos polvos puntuados y todo ese rollo. Hombres que no les hacen ascos a nada, con un gusto malsano por los fluídos, que serían capaces de follarse a Candela en pleno agosto. Es hora de que los hombres de verdad, los que sienten repulsión por un coño macerado, los que alguna vez hemos fallado, hombres como el novio de Dakilla, contemos nuestras experiencias reales, las que no contaríamos en un foro de internet si nuestra intención fuera llevarnos a la cama a una attention whore, esas veces en las que adornamos la realidad ante nuestros colegas, las ocasiones en que no cumplimos como nos venden que hay que cumplir.
Mi primer gatillazo creo que ya lo conté. No fue propiamente un gatillazo, pero vale como tal. Era la primera vez que me llevaba a una chica recién conocida a la cama. Éramos dos protoadultos experimentando cosas nuevas. Ella insistía en apagar la luz, se la veía torpe e inexperta, ya imaginais. Yo, con la excitación del primer polvo con una desconocida, eso y que estaba bastante buena, no pude aguantar sin correrme más que unos minutos -segundos-. Aproveché la falta de luz para, alegando molestias, cambiarme el condón. Que se joda y hubiera dejado la luz encendida. No era la primera vez que iba a empalmar un polvo con otro, cuando se es joven es mucho más fácil. Pero esa vez fue distinto. Todas las ganas, toda la excitación y el gusto por lo novedoso y lo desconocido yacían en el fondo de la papelera entre clínex y folios usados. Ella lo intentó con la mano, con la boca, con los codos... Con cada cosa nueva que se le ocurría mi vergüenza y humillación crecían. Yo solo quería salir de ahí, pero no podía porque estábamos en mi cama. De haber estado en cualquier otro lugar hubiera salido a la calle desnudo y con la ropa hecha una bola en los brazos, lo juro. Conseguí quitármela de encima y dormirme. A la mañana, me hice el dormido para no mirarla a la cara, ella se vistió y se despidió de mí con un casto beso en la frente.
Ese fue mi bautizo, primero fue la vergüenza, luego vinieron la inseguridad, la rabia y por último la aceptación.
Luego han venido otros muchos. El alcohol, el culpable de la mayoría, a veces no me he sentido cómodo con la chica o con la situación. Alguna vez me ha sobrevenido una crisis existencial en mitad de un polvo. Sería largo de explicar.
Tengo uno en especial clavado. Una de esas chicas que tras un par de copas acaban en tu cama. Iba tan borracho que no era capaz ni de quitarme los pantalones. De esto hace ya unos años. De vez en cuando la veo, siempre en el mismo bar. Me sigue poniendo como el primer día. Cada vez la saludo como si fuera una vieja amiga, pero a la vez como si fuera la primera vez que nos vemos, como queriendo borrar aquella noche. Alguna vez nos hemos besado, otras veces solo nos hemos dicho hola. Podría llevármela de nuevo a casa y follármela de una vez por todas. Pero joder, no podría. Me traicionarían los nervios, el alcohol, las drogas, el tiempo y esta maldita humedad jodiéndome la rodilla, lo que sea. La primera vez me dió igual, pero no quiero cagarla dos veces. No quiero que piense que soy un pichafloja.
Mi primer gatillazo creo que ya lo conté. No fue propiamente un gatillazo, pero vale como tal. Era la primera vez que me llevaba a una chica recién conocida a la cama. Éramos dos protoadultos experimentando cosas nuevas. Ella insistía en apagar la luz, se la veía torpe e inexperta, ya imaginais. Yo, con la excitación del primer polvo con una desconocida, eso y que estaba bastante buena, no pude aguantar sin correrme más que unos minutos -segundos-. Aproveché la falta de luz para, alegando molestias, cambiarme el condón. Que se joda y hubiera dejado la luz encendida. No era la primera vez que iba a empalmar un polvo con otro, cuando se es joven es mucho más fácil. Pero esa vez fue distinto. Todas las ganas, toda la excitación y el gusto por lo novedoso y lo desconocido yacían en el fondo de la papelera entre clínex y folios usados. Ella lo intentó con la mano, con la boca, con los codos... Con cada cosa nueva que se le ocurría mi vergüenza y humillación crecían. Yo solo quería salir de ahí, pero no podía porque estábamos en mi cama. De haber estado en cualquier otro lugar hubiera salido a la calle desnudo y con la ropa hecha una bola en los brazos, lo juro. Conseguí quitármela de encima y dormirme. A la mañana, me hice el dormido para no mirarla a la cara, ella se vistió y se despidió de mí con un casto beso en la frente.
Ese fue mi bautizo, primero fue la vergüenza, luego vinieron la inseguridad, la rabia y por último la aceptación.
Luego han venido otros muchos. El alcohol, el culpable de la mayoría, a veces no me he sentido cómodo con la chica o con la situación. Alguna vez me ha sobrevenido una crisis existencial en mitad de un polvo. Sería largo de explicar.
Tengo uno en especial clavado. Una de esas chicas que tras un par de copas acaban en tu cama. Iba tan borracho que no era capaz ni de quitarme los pantalones. De esto hace ya unos años. De vez en cuando la veo, siempre en el mismo bar. Me sigue poniendo como el primer día. Cada vez la saludo como si fuera una vieja amiga, pero a la vez como si fuera la primera vez que nos vemos, como queriendo borrar aquella noche. Alguna vez nos hemos besado, otras veces solo nos hemos dicho hola. Podría llevármela de nuevo a casa y follármela de una vez por todas. Pero joder, no podría. Me traicionarían los nervios, el alcohol, las drogas, el tiempo y esta maldita humedad jodiéndome la rodilla, lo que sea. La primera vez me dió igual, pero no quiero cagarla dos veces. No quiero que piense que soy un pichafloja.