Interesantísimo hilo, señor Ricardo. Me recuerda a una historieta relacionada con la fariña, la voy a contar aquí porque contarla en mi jilo sería en plan: "Oye, que el tema del señor Ricardo me lo llevo a mi hilo, porque soy el más guay y si queréis leer mis mierdas pues pasad por mi hilo". No, una polla pa mi, yo, cualquier cosa menos egocéntrico en esta santa casa, donde no soy más que uno más, así que la contaré aquí.
Hostia puta, cómo está esta índica, se me acaba de ir la olla a Camboya. Me la han vendido diciéndome que su cepa se llama "Niña Galleta", te cagas con la inventiva de la gente. Bueno, procedo a contar la historia:
Estando yo en el hotel rejas, conocí en el patio a un galego, de unos cincuenta años, muy afable y buena gente. Tenía el acento asín como hablan los galegos, que parece que están apenados por algo. Un acento que me encanta y que me encantaría tener si no tuviera el andaluc, que me gusta más toavía y del que me siento tremendamente orgulloso (Aquí, piedros de odio inter regional). Me enseñó a jugar a las cartas, al tute, que yo no tenía ni puta idea, y terminé dándole curros de puta madre a mi compañero de chabolo; al galego solo le gané dos veces. Apostábamos palmeras de chocolata y latas de Fanta para darle más emoción y siempre cumplíamos religiosamente cuando perdíamos. Nuestra relación, sin chuparnos ni meternos el nabo, era idílica allá en Sevilla 1.
Un buen día, estábamos cuales perros en una mañana con sol de invierno, sentaos en el patio con el sun dándonos en tol careto mientras charlábamos de tal o cual cosa. En esa conversación me comentó que él había sido un hombre de Sito Miñanco, sus lábores dentro de la organización estaban relacionadas con la logística y la distribución, y por lo visto era muy querido en la zona de Pontevedra. Me dijo que cuando saliéramos me iba a invitar a ir a su tierra y a probar farlopia de la buena. Yo le tomé la palabra.
Salió cuatro meses antes que yo. Eché de menos durante ese tiempo las timbas de tute con ganancias o pérdidas en concepto de bollería industrial, pero el tiempo pasó, y yo terminé saliendo también.
A las pocas semanas, el tiempo de volver a instalarme y aclimatarme en mi mansión, le di un telefonazo.
-¡Coño, Hits! ¡Qué pasó, caraaaayo!
-¡Qué pasa Antonio! ¿Cómo va todo, tío? Illo, ¿te acuerdas de lo que hablamos en el patio? ¿Qué me invitabas a hacerte una visita? Pues me lo estoy pensando seriamente.
-¡Pues claro rapaz! Aquí tienes tu casa, estás tardando, ya verás que boniiito es todo eeesto.
-Ea, po venga, tiro pallá.
Cogí un macuto asqueroso que tenía metido en una caja de cartón de la marca Puleva, le metí dos chalecos (jerseys, para los no sevillanos), unos pantalones y algunos calsonsillos y calsetines, peté el depósito de mi bólido, carretera y a Galicia.
Después de un puñao de horas de carretera parando cuatro veces para mear, jiñar y comprar algún suculento bocadillo de gasolinera llegué a tierras celtas. Allí me estaba esperando el Antonio, en el pueblo de Cambados concretamente.
Lo primero que hicimos fue ir a hincarnos una mariscada de la hostia. Nunca había tenido delante semejante cantidac, calidac y variedac de marisco, lo regamos todo con Albariño y con varios cigarros. Me puse hasta las putas trancas. Luego nos fuimos a dormir una siesta que duró hasta las 20:00 horas. Entre que nos levantamos y nos despejamos nos dieron las nueve o asín, salimos a cenar y después de marcha.
Fue ahí cuando me dijo de pasar por casa de un colega suyo a pillar un poco de polvo blanco de la euforia. Al llegar, su colega nos hace pasar a su casa, nos invita a una Estrella Galicia y también a sentarnos en su cómodo sofá. El Antonio le dice que yo soy un invitado especial y que nos dé "de lo que él ya sabe". Abre un mueblecito que tenía allí y saca un bloque de medio kilo aprox. Le mete la navaja para abrir el precinto, y un montoncito de farlopia sale disparada al exterior. Empieza a echar palaítas en su Tanita hasta completar siete gramos, hace un bolón con un trozo de bolsa del Carrefour y nos lo entrega a cambio de cero euros.
Salimos del keli después de una efusiva despedida provocada por un lonchón como la manga de un abrigo que nos metimos cada uno, y nos disponemos a ir de copas. No pagamos absolutamente una puta mierda por nada, y empecé a sospechar que igual el hijoputa me había contado la verdac con todo lo del señor Sito. Creo que todos los que conocí esa noche tenían que ver directa o indirectamente con el contrabando de tabaco y/o con el tráfico de estupefaciente, o eran familiares, o conocían a éste o a aquel. Flipé con el panorama, parecía aquello un pueblo italiano de esos donde todos son mafiosos y tal y cual.
La calidac de la fariña me dejó perplejo. Nunca había visto que a un "mojaíto" le saliesen pompas color dorado cuando le das una calada. Eso fumándola en mojaíto, pero por la tocha ya era exagerao. Apenas la notaba al entrar, me dejaba un regusto en la garganta amargo, como siempre, pero agradable, no sé cómo explicarlo mejor, y sobre todo reparé en que me podía meter raias y raias y seguir comiendo, hablando sin atacaeras ni nada. Era una sensación de placer y de bienestar como nunca había sentido con la farlopilla.
Imagino que este nivel de calidac será normal en los círculos elitistas, pero a pie de calle, dudo mucho que se encuentre algo así en ningún sitio de España que no sea en Galicia.
Me lo pasé estupendamente allí y me tengo prometido volver. Cuando llegué a Sevilla lo hice acompañado de tres gramacos que compartí con un par de colegas. Los notas fliparon tanto con la cocafina que me invitaron a La Casita, allí me clavé dos cubatas y subí con una fulanoide de 21 años que estaba increíble a que me la chupara un rato.
Tengo grabado a fuego los recuerdos de tierras galegas, y me encantaría que los foreros nativos siguieran contando relatos de contrabandistas y narcos. A ver si puede ser.