Werther
Veterano
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- 16 Mar 2004
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Esta mañana me encontraba un poco extraño. Algo había cambiado en mí, aunque no sabía lo que era, sé que ya no pensaba lo mismo, que la perspectiva había aumentado y que las barreras se habían diluido. Así que me pregunte, ¿y por qué no? Aunque esta pregunta pudiera parecer muy simple, escondía toda la razón de mi ser, sin duda, era la alerta de que el camino que hace tiempo había comenzado con gran ilusión, concluía en aquel mismo momento en el que me sentí distinto a todos los demás días. Me enjuague la cara con agua fría, me miré al espejo y me dije: “he llegado al final de este camino, todo termina aquí, de nuevo he de comenzar otro que, por fuerza, ha de ser completamente distinto al anterior y que, por lo tanto, me cambiará la vida por completo, pero ¿tendré el valor de asumir todo esto?, sí, lo tengo, de hecho la decisión ya está tomada, solamente hace falta ejecutarla, hacerla efectiva”. Respiré profundamente y me fui al trabajo.
Entré en el departamento de recursos humanos, me dirigí al despacho de la directora y, después de que me permitiera entrar y me pidiera muy cortésmente que tomara asiento, le dije: “Abandono el puesto de trabajo, aquí tiene usted mi carta de renuncia irrevocable”, y extendiendo el brazo la deposité encima de la mesa. La directora me miró asustada y con una expresión en su rostro que denotaba no comprender nada. “Sí, renuncio, no tengo razón aparente, lo sé: el trabajo es agradable; el sueldo, elevado y muy por encima de mis necesidades de gasto; mis compañeros, excelentes personas; pero es así como lo quiero”. “Pero señor F”, me replicó, “no comprendo, ¿acaso le ha disgustado algo de su departamento? Si es así, solucionaremos el problema inmediatamente; además, usted debe ser consciente que estamos muy contentos con su trabajo, de hecho, creemos que es insustituible en su puesto y, por eso, siempre ha recibido un trato excelente por parte de esta compañía; la verdad es que no entiendo el por qué de su renuncia, explíquemelo por favor” “No existe tal explicación”, le dije, “por lo menos una racional, una que pueda usted comprender; lo cierto es que siento que he de cambiar, de hecho me resulta imposible seguir trabajando un segundo más en mi actual puesto, es más, en ningún puesto de esta compañía. Claro está que anoche mi vida proseguía tan normal, cuando me acosté todo seguía igual, pero el problema vino al despertarme esta mañana, no sé por qué ya no era el mismo, y puesto que no soy el mismo he de dejar de hacer las cosas que hacía antes. No me mire así, no, no estoy loco, o, mejor dicho, sí lo estoy, siempre lo he estado, por eso este tipo de decisiones son muy frecuentes en mí, aunque usted no se haya dado cuenta”.
Entré en el departamento de recursos humanos, me dirigí al despacho de la directora y, después de que me permitiera entrar y me pidiera muy cortésmente que tomara asiento, le dije: “Abandono el puesto de trabajo, aquí tiene usted mi carta de renuncia irrevocable”, y extendiendo el brazo la deposité encima de la mesa. La directora me miró asustada y con una expresión en su rostro que denotaba no comprender nada. “Sí, renuncio, no tengo razón aparente, lo sé: el trabajo es agradable; el sueldo, elevado y muy por encima de mis necesidades de gasto; mis compañeros, excelentes personas; pero es así como lo quiero”. “Pero señor F”, me replicó, “no comprendo, ¿acaso le ha disgustado algo de su departamento? Si es así, solucionaremos el problema inmediatamente; además, usted debe ser consciente que estamos muy contentos con su trabajo, de hecho, creemos que es insustituible en su puesto y, por eso, siempre ha recibido un trato excelente por parte de esta compañía; la verdad es que no entiendo el por qué de su renuncia, explíquemelo por favor” “No existe tal explicación”, le dije, “por lo menos una racional, una que pueda usted comprender; lo cierto es que siento que he de cambiar, de hecho me resulta imposible seguir trabajando un segundo más en mi actual puesto, es más, en ningún puesto de esta compañía. Claro está que anoche mi vida proseguía tan normal, cuando me acosté todo seguía igual, pero el problema vino al despertarme esta mañana, no sé por qué ya no era el mismo, y puesto que no soy el mismo he de dejar de hacer las cosas que hacía antes. No me mire así, no, no estoy loco, o, mejor dicho, sí lo estoy, siempre lo he estado, por eso este tipo de decisiones son muy frecuentes en mí, aunque usted no se haya dado cuenta”.