Ocupado el piso habitado de un vecino del Eixample
Hace un mes y medio que un hombre de 41 años no puede entrar en su piso de la calle de Urgell de Barcelona porque un grupo de personas derribó la puerta, cambió la cerradura y se instaló a vivir. Aunque el hombre ha demostrado con documentación a los Mossos d'Esquadra y a jueces que la vivienda es suya y que solo ha estado vacía los días previos a decidir qué empresa de rehabilitación contrataba para hacer obras e instalarse, el propietario sigue fuera y los ocupantes, como mínimo tres parejas, dentro.
"La situación ha pasado de ser absurda y rocambolesca a desagradable, molesta e inaceptable", asegura Carles Veiret, traductor de profesión. Su pesadilla empezó el 28 de noviembre. El día antes había estado en su piso, un principal heredado de poco más de 70 metros, y que debía convertirse en su nuevo hogar. Entró para tomar las medidas para un nuevo sofá. Hacía muy poco que había conseguido desalojar por impago de las cuotas a la inquilina a la que había tenido alquilado el piso los últimos meses. Y quería hacer reformar antes de entrar a vivir.
"Estaba tan descolocado que hasta pensé que me había equivocado de piso", recuerda. Su llave no encajaba en la cerradura. Al otro lado de la puerta escuchó unas voces y vio luz que se escapaba por una rendija. Aporreó la puerta. Gritó. Pero al otro lado contestó el silencio. Entonces telefoneó a los Mossos.
UNA PALABRA CONTRA OTRA
La pareja de agentes escuchó al hombre y golpeó la puerta. Abrió un hombre, un chileno se supo después. "Les dijo que llevaba más de un mes y medio en la casa. Que había pagado 900 euros a una mujer por el alquiler y que no me conocía de nada", añade Veiret, todavía estupefacto. Lo peor, a juicio del propietario es la explicación posterior del agente. "Dijo que era mi palabra contra la del otro señor y me recomendó que presentara denuncia".
Y así lo hizo esa misma tarde. Y a esperar. Cuatro días después, un vecino amigo del propietario le llamó para advertirle de que los ocupantes se habían ido dejando la puerta de la casa abierta. El hombre se acercó con su hermano y una cuñada, y una vez allí, nuevamente dentro de su casa, llamó a los Mossos. "Por si acaso". Y a un cerrajero para que cambiara de nuevo la cerradura, tal y como le recomendó la operadora de los Mossos que le atendió al teléfono.
"El cerrajero montó y desmontó la cerradura tres veces. Las mismas que los agentes cambiaron de opinión sobre lo que podíamos o no podíamos hacer", añade. El colmo de la ridiculez se produjo cuando llegaron los actuales inquilinos y encontraron al propietario dentro, con el cerrajero y los mossos en el rellano. "Nos acusó de querer robar en su casa. Los Mossos me hicieron salir de mi piso para que pudiera entrar él".
Durante todo este mes y medio, Veiret realiza labores de espionaje en la sombra de su propia casa. Va cuando puede y el vecino amigo le facilita información diaria con las novedades más importantes. El fin de semana pasado, los inquilinos llegaron con una furgoneta y descargaron camas, televisores y armarios. "Se están acomodando", dice.
LUZ Y AGUA PIRATEADAS Veiret no se rinde y, mientras critica la lentitud de la justicia y la actitud de los Mossos, no cesa en su asedio. Ya son varios los avisos que ha hecho a la compañía de agua y de luz para advertirles de que los inquilinos de su piso han manipulado el precinto y piratean el suministro. "Tal como están sucediendo las cosas no me extrañaría que me hicieran pagar a mi el agua y la luz", dice agotado. De momento, los ocupantes están dentro y él duerme de prestado.
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