En otro orden de cosas, el tercer día fuimos de excursión a París. Teníamos el planning muy calculado. A primera hora directos al estadio del París St. Germain, porque el hijo menor de mi colega es un puto friki del fútbol en general y de Mbapé en particular. A mí me la sudaba a dos manos, pero era el peaje a pagar por el enano y total, yo París ya lo tengo visto, no me importaba perder un par de horas en este tema.
Ya en los alrededores del estadio te das cuenta que esto no es el París de siempre, aquí hay que ir con mil ojos porque las manadas de moronegrada están a la vista, ni se molestan en disimular, los ves cómo te escanean de arriba a abajo para ver si merece la pena hacerte una encerrona. Por ello, al salir de la visita al estadio, taxi y hacia la torre Eiffel. El mismo taxista, al igual que el transfer que nos había traído a París, nos avisa que hay que tener mucho cuidado, que en las zonas turísticas más o menos se puede estar aunque con precaución, pero que ni se nos ocurra ir a otros barrios, y que sólo cojamos taxis oficiales y cerremos el precio de donde queremos ir antes de montarnos. Cómo están las cosas, señores.
En la torre Eiffel hay una diferencia bestia de la última vez que estuve, todo el perímetro alrededor de las cuatro patas está ahora cerrado, hay controles de metales como en los aeropuertos para entrar y luego otro control más antes de acceder a las taquillas para sacar los tickets. Dos precios, 18 euros para el segundo piso y si quieres subir al tercero, el de arriba del todo, 28 euros y además en función de la disponibilidad, porque ahí hay plazas limitadas. La cosa fue bastante bien, decidimos subir directos al tercer piso, hay que hacer trasbordo de ascensores pero fue bastante rápido. Por distintas razones, yo no había subido nunca a todo lo alto y bueno, pues tampoco hay mucha diferencia con el segundo piso, pero en fin, otra experiencia a la saca. Lo cierto es que cuando has estado en otros edificios urbanos mucho más altos (la torre de Toronto, por ejemplo) esto no impresiona demasiado. Para la posteridad, hay que admirar la profesionalidad de una de las ascensoristas... haciendo ganchillo en el transcurso de una de una de las bajadas.
A la salida del recinto de la torre, nuevamente manadas de moronegrada ojo avizor, se nos acerca uno que tiene un vehículo que nos lleva donde queramos por 5 euros. El olor del tipo tira para atrás al margen de que ni de coña, vamos. Sin mediar palabra nos metemos en un taxi normal y tiramos para Notre Dame. Lo único que queda del Notre Dame que recuerdo es la fachada, impresionante como siempre. El resto de la catedral está siendo reconstruido, esto no es una restauración, es una reconstrucción en toda regla. El perímetro de la catedral está cerrado por las obras incluso con concertinas. Se puede hacer visita alrededor pero con un grupo reducido y pagando, claro. No acabo de entender eso para ver hierros, pero en fin, allá cada cual. Anecdotón en las cercanías: han quitado las vallas del puente famoso de los candados, donde había cientos, miles de candados puestos, ya no se pueden poner más que en unos racimos que hay en los laterales.
Café con croissant en un sitio bastante cuqui y hala, otro taxi y al Louvre, con la idea de, ya sí andando, subir desde ahí por la Plaza de la Concordia hasta el Arco del Triunfo. El plan es que como ahí está concentrado casi todo el turismo y hay multitud de peña en grupos, ir ahí amparado en la muchedumbre. Aun así, mil ojos porque te sientes realmente rodeado de moronegrada que te va analizando. Zampamos en un McDonald´s de la parte inferior del Louvre, donde dicho sea de paso te cobran 1,50 por ir al meódromo. A partir de ahí a pata hasta el Arco del Triunfo, paseo genial donde los haya, sin incidentes y disfrutando de las vistas, de los Campos Elíseos y tal. Muy bien todo oiga.
Otro taxi de vuelta a Notre Dame, que es donde teníamos la hora de recogida con el transfer a Disneyland, donde teníamos el apartamento. Café y pastas en otro sitio muy cuqui para esperar. Sus muertos qué ricas las pastas del sitio, no recuerdo el nombre.