RAMIRO LEDESMA RAMOS (1905 - 1936)
RELEYENDO
A RAMIRO LEDESMA RAMOS
(50 años después)
R.S. Quintanilla
Si pudiera realizarse una encuesta sobre la personalidad de Ramiro Ledesma Ramos, descubriríamos que se trata de uno de los personajes de la política española menos conocido y sin embargo, Ledesma fue un singularísimo intelectual y político todavía por redescubrir, al que cabe, entre otros méritos, el de haber hablado, en nuestro país antes que nadie, de las teorías de Einstein y de la filosofía de Heidegger y, desde una perspectiva política, el haber sentado las bases de una ideología de novedad radical.
¿DÓNDE SITUAR DEFINITIVAMENTE A LEDESMA?
Sobre Ledesma Ramos se ha dicho casi todo. Y con no poca ligereza. Nietzscheano, heideggeriano, hegeliano, orteguiano, soreliano... Otros comentaristas han preferido el camino más corto; así, para Salvador de Brocá, se trata —sin más— de un “fascista”. Eso sí, un “verdadero fascista”... El “único jefe fascista que muestra una coherencia lógica en las ideas”, apostillará Manuel Montalvo. Pero, por encima de toda apreciación, Ledesma Ramos fue uno de esos actualísimos españoles cuya trayectoria vital hizo buena la frase de Ortega y Gasset, cuando éste último afirmaba que estaban en “un error los que piensan que la filosofía está normalmente en las cátedras de filosofía. Lejos de ésto —proseguía Ortega—, las cátedras de filosofía suelen ser un escenario macabro donde se exhibe ante la nueva generación la momia lamentable de la filosofía”.
Personalidad fascinante, modelada por la tormentosa época que le tocó vivir y que tanto nos recuerda a Pierre Drieu La Rochelle, Ledesma no pudo rehuir la vía de la acción y hubo de fundir su intelecto con el combate de una patria a la que consideraba encadenada al pasado.
DE LA LITERATURA A LA FILOSOFÍA
Nace el 23 de mayo de 1905, en la aldea de Alfaraz (Zamora). Cumplimentará entre 1921 y 1926, sus estudios de bachillerato, optando a los 16 años por presentarse a unas oposiciones al Cuerpo de Correos y Telégrafos.
Alrededor de 1922 y entre otros textos menores, escribe dos cuentos: “El vacío” y “El joven suicida”. Y una novela filosófica: “El fracaso de Eva”. Entre abril y junio de 1923 escribe otra novela con nítidos destellos autobiográficos, abiertamente existencialista e influida por el irracionalismo nietzscheano, “El sello de la muerte”. En 1924 escribe “El Quijote y nuestro tiempo”, ensayo filosófico inspirado en la obra de Unamuno “Vida de Don Quijote y Sancho” que no verá la luz, sin embargo, sino cuarenta y siete años más tarde, en 1971. En conjunto, se trata de una serie de novelas, cuentos y ensayos juveniles en los que, como ha escrito Santiago Montero, se proyecta “la doble influencia del romanticismo y el naturalismo. Los personajes de aquellas novelas de juventud son, por lo regular, encarnaciones sobre su propio ser. Hombres de personalidad acusada, en pugna con el medio social en el que viven; jóvenes de exaltadas aspiraciones intelectuales; solitarios de carácter áspero (...) Un tono sombrío domina en estas primeras producciones. No se entregaba Ramiro Ledesma, en aquellas primeras armas literarias, a una lírica blanda, a una literatura fácil. Sus trabajos dejan la inconfundible impresión de una obra apasionada, cuyo autor vivía desde la adolescencia, los resultados y las contradicciones vehementes de la crisis de su época”.
Ledesma ha decidido no abrazar el magisterio como su padre y su abuelo. Ha desistido, asimismo, seguir la vía puramente literaria, pues ha comprendido que en “las inquietudes intelectuales de sus personajes —continúa Santiago Montero— no hacía sino volcar sus propias inquietudes (...) aquella dramática pasión por comprender el mundo y penetrar en el sentido de la vida (...) su propensión temperamental a las expresiones rigurosas y exactas hallaba cauce más adecuado en las disciplinas de la filosofía que en el mundo vario y multiforme que la novela exige y requiere.
En 1926 se matricula en la madrileña Universidad de San Bernardo, en las Facultades de Filosofía y Letras —carrera de la que obtendrá la licenciatura en 1930— y Ciencias Exactas —a principios de 1931—. Allí conocerá, entre otros compañeros de ulteriores aventuras políticas, a Emiliano Aguado y a Manuel Souto Vilas.
Es capaz de compatibilizar su trabajo y sus estudios con sus lecturas favoritas —domina perfectamente el francés y el alemán, leyendo a los autores de dichas lenguas en su propio idioma—, especialmente centradas en Kant, Walh, Croce, Maurras, Gentile, Rickert, Hartmann, Nietzsche, Scheler, Pascal, Descartes, Voltaire, Renan, Freud, Russell, Keyserling, Spengler, Goethe, Heidegger, Ortega y Gasset, Unamuno... Su inquietud intelectual pura le llevará al prestigioso Ateneo de Madrid, verdadera avanzada de la oposición a la monarquía y vivero de futuros dirigentes republicanos. Allí trabará estrecha amistad con Montero Díaz y con Ernesto Giménez Caballero y al tiempo que comenzará, asimismo, a ser un habitual de la no menos importante Biblioteca del Centro de Estudios Históricos de Madrid.
Giménez Caballero, el genial difusor en España de las teorías del movimiento futurista y el primer intelectual hispano en estudiar el fascismo italiano, le llevará prontamente —1928— a sus tertulias y cenáculos, y, como colaborador fijo, a las columnas de la hiperintelectualizada y vanguardista revista quincenal, que él mismo fundara, dirigía e imprimía: “La Gaceta Literaria”. Un año después, será Ortega y Gasset —de quien había sido discípulo Ledesma— y por intercesión del propio Giménez Caballero, el que le abrirá las puertas del prestigioso mensual “Revista de Occidente” —y de las publicaciones “El Sol” y “Atlántica”—. “Ledesma —como ha subrayado Miguel Moreno— demostrará el profundo conocimiento de los problemas de la metafísica y su panorámica sobre el acontecer de la filosofía. Ésta, ni sus sistemas ni sus obras parecen guardar para él secretos. Sus críticas son exactas; sus negativos impresionantes. Lee y entiende y traslada los pensamientos de los filósofos (...) a veces con más claridad y realce que los propios autores “.
Será en las dos publicaciones primeramente citadas, donde Ledesma Ramos desarrollará el cuerpo fundamental de sus ensayos científico-filosóficos dedicados, entre otros, a Ortega y Gasset —a través del cual le llega un lejano influjo de la Escuela de Marburgo y al que el propio Ramiro Ledesma no dudará en señalar como su “orientador filosófico”—, Maurras, Otto Braun, Descartes, Einstein, Scheler, Keyserling, Walter Pabst, Kierkegaard, Russell, Hegel, Meyerson, Rickert, Hartmann y Martin Heidegger, del que Ledesma Ramos será, como señala oportunamente Gibello, su “primer comentarista y crítico nacional, divulgando su doctrina a través de sus artículos cuando en España no era conocido” y, a decir de Santiago Montero su “más honda devoción filosófica”.
Ledesma, espíritu inquieto, armado de un castellano compacto, resuelto, sin concesión alguna a la demagogia y de una claridad meridiana, sabrá pasar con velocidad de vértigo del Renacimiento a la teoría de la relatividad, del álgebra superior a la metafísica y del universo poético del Barroco a las vanguardias de principios de siglo, pero sin dejar de pulsar la actualidad universitaria española —que vivía de manera intensa— y el nuevo fenómeno que reclamaba la atención de los jóvenes estudiantes de la época: el cinematógrafo y los primeros cineclubs.
El curso académico 1929-30 se presenta muy conflictivo debido, al rechazo radical que provoca, entre los distintos estamentos de la institución universitaria, el rey Alfonso XIII y su gobierno. Será 1930, el año de mayor actividad intelectual de Ledesma. Colabora sin desmayo en las publicaciones con las que mantiene compromisos y, por especial encargo de Ortega y Gasset, traduce al español, para la editorial de la “Revista de Occidente”, el libro de Walter Brand y Marie Deutschlein, “Einfuhrung in die philosophischen Grundlagen der Mathematik”. Se ha hecho ya un nombre entre la vasta pléyade intelectual madrileña. Es miembro, entre otras instituciones, de la prestigiosa Sociedad Filosófica de Marsella.
A fines de marzo viaja a Barcelona invitado por la intelectualidad catalana, como destacado colaborador de “La Gaceta Literaria” y de la “Revista de Occidente”. Acude junto a lo más granado del saber castellano: Manuel Azaña —futuro presidente de la II República—, Álvaro de Albornoz, Julio Alvarez Vayo, Jiménez de Asúa, Fernando de los Ríos, Giménez Caballero, Tomás Borrás, Claudio Sánchez Albornoz, Américo Castro, Menéndez Pidal, Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Pérez de Ayala... Todo parece indicar que el país ha ganado uno de los hombres de la cultura más valiosos y, sin embargo entre las postreras semanas de dicho año y principios de 1931 —sus colaboraciones, tanto en la “Revista de Occidente”, como en “La Gaceta Literaria”, llevan fecha de diciembre de 1930 y 15 de enero de 1931, respectivamente—, da a su vida un giro de ciento ochenta grados.
SU COMPROMISO POLÍTICO:
EL LENGUAJE DE LA ACCION
Ledesma al decir de Martinell, ya “no encuentra, ni en la cátedra ni en la bibliografía que se le recomienda, una explicación del mundo que satisfaga a su mente exigente. No encuentra tampoco en ellas la huella de ningún camino viable para llegar a donde pretende"
Por su parte, Santiago Montero Díaz, autor del más interesante ensayo sobre la evolución del pensamiento ramirista en esta etapa de transición, observa que el “universitario, ateneísta y filósofo (...) no era un intelectual abstracto e indiferente. Bajo su aspecto de hombre frío se ocultaba una vida de sensibilidad humana. Llegaba hasta él la tragedia social de las masas españolas y la tragedia nacional en que culminaba la decadencia de un gran pueblo. Y precisamente en aquellos años de 1928 a 1930, cuando más indiferente, académico y desentendido de su patria podría juzgarse a Ledesma estudioso e intelectual, amante de las matemáticas y de la filosofía alemana, precisamente entonces comenzaba a formarse en él aquel estado de conciencia que le llevaría al hallazgo final de su política
Su abandono de los círculos intelectuales y del ámbito de la filosofía lo hace sin acritud alguna hacia esta disciplina. Todo lo contrario, Ledesma define sin posibilidad de equívocos, en octubre de 1930, su posición con respecto a la filosofía —que le ha embargado hasta entonces—, mostrando por contra su disgusto con respecto a una sociedad, como la española, que no acaba de mirar de frente a la cultura: “La filosofía —escribirá— es inevitable, si queremos forjar una cultura seriamente creadora. Nada hará entre nosotros el físico, el jurista, el historiador, si no logramos que se densifique en nuestra atmósfera intelectual el gusto y la afición por los problemas centrales de la filosofía. Ella tiene el secreto de los nexos sobre que gravita el enjambre teorético de que el hombre de ciencia se rodea a todas horas. Así, todavía la cultura española, es tosquedad y radio breve, sin una concepción del mundo ni una seria dedicación a los temas fundamentales. Semejantes limitaciones deben ser torpedeadas por la generación nueva. A base de cien cátedras magníficas de filosofía”.
El combate político le espera. A él acude con una ansiedad, orlado de un vitalismo y una dialéctica de acero. Su bagaje teórico es envidiable para su edad y, aunque carece absolutamente de padrinazgos y medios económicos, emprenderá una de las aventuras personales más heróicas de la política española contemporánea. Su bautismo de fuego será la publicación de “La Conquista del Estado”, semanario al que seguirá la fundación —junto a Onésimo Redondo— de las JONS (grupo radical de corte nacionalista, mucho más cercano al nacional-bolchevismo alemán que al fascismo mussoliniano) y la fusión de este partido, con el grupo fundado en 1933 por José Antonio Primo de Rivera, Falange Española.
Sabrá también de la profunda amargura de la derrota de sus tesis políticas radicales a manos de la “extrema derecha” —incrustada en las filas falangistas desde la fundación del partido— y el desbaratamiento personal y el ostracismo que ello le comportó, al escindirse, en enero de 1935, junto a un puñado de camaradas leales, del partido que él había fundado, perfilado su ideología y siendo uno de sus máximos dirigentes. Francesc Cambó, el conocido dirigente liberal catalán, llegará a decir “José Antonio Primo de Rivera no era un pensador: así, cuando quiso actuar en política tomó el programa de Ledesma Ramos, que le superaba mucho en talento”. Un profundo conocedor de la historia del Nacional-Sindicalismo, como es el norteamericano Herbert R. Soutworth, por su parte, no dejará de advertir que “quienes han escrito sobre el fascismo español se inclinan a conceder una importancia secundaria a Ramiro Ledesma Ramos, en parte porque este perdió toda participación en el control del movimiento en 1934, y en parte porque no comprendieron la naturaleza del movimiento (...) Se ha dicho que le faltaba la personalidad política de José Antonio Primo de Rivera. Pero la imagen que hoy se conoce de éste en España fue creada artificialmente después de su muerte. José Antonio Primo de Rivera se aplicaba el calificativo de intelectual, y todos sus biógrafos sucesivos adoptaron su propia definición; pero Ledesma Ramos fue con mucho un intelectual más serio, un pensador más disciplinado”.
¿Hacia donde hubiera derivado el aristócrata José Antonio de no haber conocido a Ledesma y haber tomado “prestado” el discurso de éste último? El proceso de “radicalización” que en 1935/36 experimenta Primo de Rivera, ¿se debe al desarrollo de los acontecimientos políticos nacionales o a la necesidad de dar un “giro a la izquierda” tras la ruptura con Ledesma Ramos y la consiguiente derechización del partido falangista?
Pero, con todo, la desgarradura interna más grave de Ledesma Ramos, la aflicción de mayor hondura, será la del militante revolucionario que observa impotente como su pueblo se enzarza, cada vez con una violencia más fratricida, en una lucha estéril y huérfana de toda perspectiva alternativa. Quebrará esa soledad los férreos lazos que le unieron siempre a su familia —particularmente con su hermano José Manuel— y a sus más íntimos colaboradores —con quienes lanzará sendas publicaciones sin mayor éxito: “La Patria Libre” (1935) y “Nuestra Revolución” (1936)— y, como trágico colofón, una muerte temprana, a los treinta y un años de edad, asesinado a manos de unos milicianos comunistas, el 29 de octubre de 1936, un frío día de la sierra madrileña, cuando España entera llevaba ya más de tres meses desangrándose en su enésima guerra civil.
Autor de dos textos clave para entender la naturaleza y vicisitudes de los movimientos nacional-revolucionarios de entreguerras en nuestro país y en Europa —“¿Fascismo en España?” y “Discurso a las Juventudes de España”, ambos publicados por vez primera en 1935—, se alcanza en ellos el mayor grado de lucidez y objetividad en el análisis del momento político nacional e internacional que hemos podido detectar en los “teóricos” de la época. Su análisis del fascismo, por ejemplo, se adelanta en varias décadas a las tesis que hoy mantienen historiadores “revisionistas”. Es lamentable, sin embargo, que su figura y su pensamiento político hayan sido traídos a colación durante décadas para ser torpemente tergiversados por la “izquierda” falangista, tratándolo siempre de pasada como un “sospechoso de totalitarismo” y su aportación ideológica como un mero “complemento” de la “doctrina joseantoniana”. O ser ocultados vergonzosamente por los beneficiarios del franquismo, al que consideraban como un “medio anarquista”, siendo más partidarios de la imagen dulzona, menos “problemática” y más “lírica” de un José Antonio.
[Artículo publicado originariamente en el núm. 5, editado en el verano de 1989, de la revista Disidencias, pág. 23 a 25]