Lo cuento porque hoy a la hora del almuerzo algo me trajo de nuevo a la memoria esta historia.
Un tórrido verano, la canícula estival y demás tópicos. Era el primer verano que iba de campamento con toda la excitación y el miedo que eso conlleva para un crío de apenas diez años. Una vez superé ese miedo, la angustia de estar a cientos de kilómetros de mi familia y la timidez que marcó mi niñez conseguí desenvolverme como uno más. Es curioso, esos campamentos no duraban más que quince días, pero eran tantas las cosas que allí pasaban y que a ti te pasaban. Tenías fases depresivas, eufóricas, días totalmente relajados, aventuras, reprimendas, hacías amigos y enemigos, te unías a una facción que entraba en guerra con otra, luego hacías las paces para volver a inciar otra guerra esta vez en la facción distinta; ahora que cada día es igual al anterior te parece imposible que en un tiempo pudieran pasar tantas cosas en un mismo día. Supongo que tendrá que ver con eso del aprendizaje y con la capacidad de asombro; con la inocencia. Se hacían tan largos esos quince días. Y tan cortos.
Os ahorro las batallitas y sintetizaré bastante. Cumplido ya un tercio del tiempo teníamos todos los críos ya nuestros roles asignados, formábamos ya una una sociedad estratificada a escala. Yo, pese a empezar con mal pie había tenido suerte de estar en el mismo bungalow que un par de los chicos populares y en una excursión había hecho amistad con uno de los mayores, por lo que tenía acceso a sus juegos. Se podría decir que me lo había montado bien. Es por eso que era visible para las chicas, cuchilleaban y había risitas, ese tipo de bobadas. Así que no me sorprendió que un día que me encontraba chapoteando en la piscina se me acercara una de las menos agraciadas a hacer de recadera. Quería saber si tenía pareja para la fiesta de esa noche. Respondí que no fingiendo una calma que no tenía. Quería saber si querría ir a al baile con una chica de la que ahora no recuerdo ni el nombre. No lo podía creer. Era la más popular. La que estaba más buena, aunque no tuviera tetas y un rostro sin formar. Ahora no logro recordar qué es lo que de niño me atraía de otra niña. Muchas veces he visto a chicas feas que en el colegio eran el objeto de deseo -si es que en un crío hay deseo- de toda la clase. Supongo que las que destacan por resueltas y descaradas, o la que tiene unas incipientes tetas, de veras que me he parado a pensarlo y no acierto a recordar. Bueno, eso ahora es irrelevante. La niña por la que cualquiera hubiera dado su colección de comics de dragon ball iba a ir a la fiesta de mi mano. Me sentí feliz. Recuerdo que estuve aún una hora retozando en el agua completamente solo, me sentía flotar en el cielo. Sumergía la cabeza debajo del agua y sonreía, borrando la sonrisa al salir a respirar para no demostrar ninguna emoción a las amigas de esta chica. Ya sabía algo de la vida aunque seguía siendo un crío.
En la cena, evidentemente, se lo conté a todo el mundo. Esa fue la mejor parte aunque aún quedaba la fiesta. Los que fueran en pareja serían los primeros en entrar y en coger el vaso de ponche. No podía esperar a ir con ella de la mano sintiendo las envidiosas miradas del resto de los críos. Tal vez me besara. Con suerte iríamos a la pista de atletismo, debajo de las gradas había un colchón enorme de salto con pértiga que usábamos para algunos juegos, no sabía qué había que hacer, pero sabía que había colchones de por medio, y en ese enorme colchón seguro que sería apoteósico. Estaba fuera de mí, por primera vez en mi vida era una persona mayor.
En las duchas el resto de niños jugaban con toallas mojadas, se tiraban jabón a los ojos, reían de uno que ya tenía algo de pelo en los huevos. Pero yo estaba a otra cosa, ya era un hombre con novia, no podía prestarme a esos juegos de niños. Me enjaboné ceremosionamente, me froté con fruición detrás de las orejas y entre los dedos de los pies, logré hacerme la raya más recta que jamás llevó nadie en el pelo y me puse los pantalones nuevos y la camisa arrugada que había en el fondo de la maleta. Había solo un problema. Quería usar colonia, ya que lo hacía iba a hacerlo bien, y no tenía colonia. Nunca había usado más que nenuco, evidentemente y como yo mis compañeros de bungalow. Decidí adentrarme en la zona de los mayores que seguro que tenían. En uno de sus bungalows estaba cuando entró una de las chicas de mayor edad. -¿Eres tú el que va a llevar a la fiesta a esa chica?- me dijo. -Sí, soy yo. -Respondí con orgullo. -Pero tú no eres el que le gusta.
Varapalo. Ni me había parado a pensar en eso. Tan ocupada tenía la cabeza en soñar y en preparar la noche que no había reparado en lo extraño de la situación, en lo que de improvisado había en ella. Volví a mi habitación cavilando. Pensando en esas palabras, yo no era el que le gustaba. Bueno, desde el primer día, ya en el autobús ella con quién había tenido mejor rollo era con mi primo. Con él había compartido algunos juegos y habían estado alguna vez apartados del resto en la playa. Hasta ahora no me había parado a pensar en todo eso. No era más que un crío. De repente lo entendí todo. Yo solo era la excusa para que mi primo se fijara en ella. Era, evidentemente, su amigo más cercano y con quién era más fácil darle celos. No me sentí mal, extrañamente me sentí, ahora lo recuerdo, exultante por haber resuelto aquel rompecabezas. Maravillosamente feliz por haber sido capaz de dar con la clave de todo. Me sentía superior a ella, como cuando resolvía un problema en el colegio con el que nadie había podido. No era muy difícil pero no era más que un crío. Ahora hubiera sufrido una grave crisis narcisista ante algo así, un golpe terrible. Cuanto hemos perdido por el camino.
Decidí ir a la fiesta con ella, entrar cogidos de la mano mientras todo el mundo miraba. Así fue y tras el primer vaso de ponche no volví a verla. Pasé el resto de la noche haciendo lo que se supone que hacen los niños, jugando.
Un tórrido verano, la canícula estival y demás tópicos. Era el primer verano que iba de campamento con toda la excitación y el miedo que eso conlleva para un crío de apenas diez años. Una vez superé ese miedo, la angustia de estar a cientos de kilómetros de mi familia y la timidez que marcó mi niñez conseguí desenvolverme como uno más. Es curioso, esos campamentos no duraban más que quince días, pero eran tantas las cosas que allí pasaban y que a ti te pasaban. Tenías fases depresivas, eufóricas, días totalmente relajados, aventuras, reprimendas, hacías amigos y enemigos, te unías a una facción que entraba en guerra con otra, luego hacías las paces para volver a inciar otra guerra esta vez en la facción distinta; ahora que cada día es igual al anterior te parece imposible que en un tiempo pudieran pasar tantas cosas en un mismo día. Supongo que tendrá que ver con eso del aprendizaje y con la capacidad de asombro; con la inocencia. Se hacían tan largos esos quince días. Y tan cortos.
Os ahorro las batallitas y sintetizaré bastante. Cumplido ya un tercio del tiempo teníamos todos los críos ya nuestros roles asignados, formábamos ya una una sociedad estratificada a escala. Yo, pese a empezar con mal pie había tenido suerte de estar en el mismo bungalow que un par de los chicos populares y en una excursión había hecho amistad con uno de los mayores, por lo que tenía acceso a sus juegos. Se podría decir que me lo había montado bien. Es por eso que era visible para las chicas, cuchilleaban y había risitas, ese tipo de bobadas. Así que no me sorprendió que un día que me encontraba chapoteando en la piscina se me acercara una de las menos agraciadas a hacer de recadera. Quería saber si tenía pareja para la fiesta de esa noche. Respondí que no fingiendo una calma que no tenía. Quería saber si querría ir a al baile con una chica de la que ahora no recuerdo ni el nombre. No lo podía creer. Era la más popular. La que estaba más buena, aunque no tuviera tetas y un rostro sin formar. Ahora no logro recordar qué es lo que de niño me atraía de otra niña. Muchas veces he visto a chicas feas que en el colegio eran el objeto de deseo -si es que en un crío hay deseo- de toda la clase. Supongo que las que destacan por resueltas y descaradas, o la que tiene unas incipientes tetas, de veras que me he parado a pensarlo y no acierto a recordar. Bueno, eso ahora es irrelevante. La niña por la que cualquiera hubiera dado su colección de comics de dragon ball iba a ir a la fiesta de mi mano. Me sentí feliz. Recuerdo que estuve aún una hora retozando en el agua completamente solo, me sentía flotar en el cielo. Sumergía la cabeza debajo del agua y sonreía, borrando la sonrisa al salir a respirar para no demostrar ninguna emoción a las amigas de esta chica. Ya sabía algo de la vida aunque seguía siendo un crío.
En la cena, evidentemente, se lo conté a todo el mundo. Esa fue la mejor parte aunque aún quedaba la fiesta. Los que fueran en pareja serían los primeros en entrar y en coger el vaso de ponche. No podía esperar a ir con ella de la mano sintiendo las envidiosas miradas del resto de los críos. Tal vez me besara. Con suerte iríamos a la pista de atletismo, debajo de las gradas había un colchón enorme de salto con pértiga que usábamos para algunos juegos, no sabía qué había que hacer, pero sabía que había colchones de por medio, y en ese enorme colchón seguro que sería apoteósico. Estaba fuera de mí, por primera vez en mi vida era una persona mayor.
En las duchas el resto de niños jugaban con toallas mojadas, se tiraban jabón a los ojos, reían de uno que ya tenía algo de pelo en los huevos. Pero yo estaba a otra cosa, ya era un hombre con novia, no podía prestarme a esos juegos de niños. Me enjaboné ceremosionamente, me froté con fruición detrás de las orejas y entre los dedos de los pies, logré hacerme la raya más recta que jamás llevó nadie en el pelo y me puse los pantalones nuevos y la camisa arrugada que había en el fondo de la maleta. Había solo un problema. Quería usar colonia, ya que lo hacía iba a hacerlo bien, y no tenía colonia. Nunca había usado más que nenuco, evidentemente y como yo mis compañeros de bungalow. Decidí adentrarme en la zona de los mayores que seguro que tenían. En uno de sus bungalows estaba cuando entró una de las chicas de mayor edad. -¿Eres tú el que va a llevar a la fiesta a esa chica?- me dijo. -Sí, soy yo. -Respondí con orgullo. -Pero tú no eres el que le gusta.
Varapalo. Ni me había parado a pensar en eso. Tan ocupada tenía la cabeza en soñar y en preparar la noche que no había reparado en lo extraño de la situación, en lo que de improvisado había en ella. Volví a mi habitación cavilando. Pensando en esas palabras, yo no era el que le gustaba. Bueno, desde el primer día, ya en el autobús ella con quién había tenido mejor rollo era con mi primo. Con él había compartido algunos juegos y habían estado alguna vez apartados del resto en la playa. Hasta ahora no me había parado a pensar en todo eso. No era más que un crío. De repente lo entendí todo. Yo solo era la excusa para que mi primo se fijara en ella. Era, evidentemente, su amigo más cercano y con quién era más fácil darle celos. No me sentí mal, extrañamente me sentí, ahora lo recuerdo, exultante por haber resuelto aquel rompecabezas. Maravillosamente feliz por haber sido capaz de dar con la clave de todo. Me sentía superior a ella, como cuando resolvía un problema en el colegio con el que nadie había podido. No era muy difícil pero no era más que un crío. Ahora hubiera sufrido una grave crisis narcisista ante algo así, un golpe terrible. Cuanto hemos perdido por el camino.
Decidí ir a la fiesta con ella, entrar cogidos de la mano mientras todo el mundo miraba. Así fue y tras el primer vaso de ponche no volví a verla. Pasé el resto de la noche haciendo lo que se supone que hacen los niños, jugando.