No se lo que voy a hacer, pero si se que lo no voy a volver a hacer...esto:
Asi me lo pasé el año pasao (Recogido en el siguiente articulo)
¡FELIZ TIMO NUEVO!
Se acaba el año y hay que celebrarlo de alguna manera. Los años sólo se terminan una vez cada 365 días, lo cual es sobrado motivo para su conmemoración. Nos comemos las doce uvas, brindamos con cava por nuestros deseos y hay que buscar un medio para proyectar toda esa diversión y felicidad que llevamos acumuladas. De entre todas las opciones, tradicionalmente el cotillón suele ser la más escogida para este fin. Una vez que decides pasar la nochevieja disfrutando de la música, el alcohol, con un matasuegras en la boca y rodeado de tus colegas, queda por encontrar el sitio adecuado.
Una buena parte de nosotros optamos por celebrar tan magnánimo acontecimiento en un hotel, el hotel Al-Mihrab para más señas. Un lugar a priori elegante, confortable y alejado del mundanal ruido, en plena sierra cordobesa. Dada la clavada inicial (48 euros por cabeza), pensamos enseguida que aquello tenía que ser la caña, que el trato iba a ser exquisito y que nos íbamos a ir de allí deseando que no acabase la noche. Nuestras presuposiciones parecían irse confirmando el día que fuimos a pagar la entrada y pudimos ver el garito. Salones grandes, tres largas barras, todo muy ordenado y organizado, ambiente de gala... Pero nuestras expectativas empezaron a desmoronarse en el momento de cruzar la puerta del recinto la noche del 31 de diciembre de 2002.
El recibimiento inicial fue de lo más soso y se limitaba a un tío repartiendo prácticos kits de cotillón, compuestos por un globito, un antifaz, una trompetita, un gorrito de cartón y serpentinas. Ni camareros pasando con bandejas llenas de canapés ni llenando copas de cava. Desde el momento en que me planté en la puerta me di cuenta de que aquello no iba a ser el gran sitio que había imaginado.
“Al menos hay barra libre”, pensé. Pero cual fue mi decepción cuando me dispuse a pedir mi primer cubata de la noche. Tropecientas personas achuchándose, empujándose y desgañitándose para conseguir un puto “cacharro”, y sólo doce camareros malísimamente preparados y una de las barras (que se suponía que era para la comida) de adorno. Para colmo, a eso de las 6 de la madrugada aproximadamente ya se habían acabado gran parte de las bebidas, muchas de ellas que ni siquiera venían en el lote inicial (Cointreau, curaçao, tequila, y un largo etcetera).
Lo de la comida fue aun más penoso. Hasta cerca de las 5 no tuve la oportunidad de probar bocado. Unos pinchitos mal aliñados y unos bocadillos más secos e insulsos que la chupa del Macareno, nos sirvieron de eventual alimento. Otros elementos de la noche como el caldo o el chocolate caliente ni siquiera los vi. Al final me moriré sin saber lo que es el famoso caldo de madrugada.
Es comprensible que en este tipo de fiestas se ensucie, manche y las potas afloren cual geranios en el mes de mayo. Lo verdaderamente denunciable es la cantidad de mierda, podredumbre e inmundicias que contenían los servicios a la media hora de empezar la fiesta. La higiene brilló por su ausencia durante toda la noche. Ningún miembro del personal tenía encomendadas labores de limpieza. Se ve que en esto se gastaron tanto como en bebidas.
Aun así. Me olvidé de todo esto y me fui adaptando a las circunstancias. Lo que de verdad importaba es que estaba con gente a la que quiero un montón y eso era lo que me hizo sentirme a gusto en semejante cuchitril, donde para más inri nos hicieron disfrazarnos con traje y corbata. Una vez más queda demostrado que la elegancia y apariencia que demanda un determinado local no va en proporción a la calidad del servicio que ofrece. La ley del máximo beneficio a partir del mínimo rendimiento.