Roma al revés...

Sir_Clock

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30 Ene 2006
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De algún modo, acariciar esa piel, lamer ese sudor vivo, fue como nacer de nuevo; y qué importaba si tenía otro nombre, si decía que no era ella, que se estaba confundiendo, que ella había vivido toda su vida en Bellvitge y no había estado en el barrio del Clot más que un par de veces.
La había visto por primera vez (por primera nueva vez) en el Razz, entre el tumulto de gente que bailaba, y había tenido que respirar profundamente varias veces antes de acercarse a ella y tocarle el hombro a la espera de ese momento tan soñado en que Carla lo miraría de nuevo y lo reconocería.

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En sus ensoñaciones había esperado que sus ojos se abrieran como platos, cómo es posible, después de tanto tiempo, has cambiado; algo así como una sonrisa sincera por parte de ella que al fin y al cabo sería bien merecida, después de haberla adorado durante más de una década y haberla convertido en una diosa de la niñez halagándola cada día con su mirada de enamorado. Y es que nunca nadie se había enamorado en el mundo como Cristian lo hizo de Carla, nadie había sido un niño tan tonto.
Él la esperaba siempre para acompañarla y aceptaba lo más caballerosamente posible cuando ella prefería ir con sus amigas a comprar dulces o a jugar con agua; él había sido quien la mantenía viva en el pensamiento cada segundo de los tres meses de verano, cuando ella se iba al pueblo y todo se convertía en una espera terrible, en jugar con Ernesto y Raúl a los caballos o al básquet, pero siempre Carla, en cada cosa Carla y el principio de curso.
Cristian la observaba crecer, le hacía bromas en clase y nunca dudó que al final Carla sabría enamorarse de él, porque no había otro motivo para que giraran los planetas y hubiera estaciones y capa de ozono y la vida hubiera florecido hacía quinientos millones de años.

En ocasiones todo parecía indicar irrefutablemente que sí, como aquella tarde en que, después de comer, Cristian la convenció para que se escaparan del patio y se colaran en alguna clase vacía, y claro que ella accedió sonriendo con algo que a él le pareció complicidad o cosquilleo, y allí, entre los pupitres, en el suelo, él le explicaba tenaz que la raptaría ese verano y se la llevaría al polo norte, para que pudieran ver la aurora boreal que era de tal belleza que decían que quien la veía ya nunca volvía a estar triste, pero que le costaría un beso como mínimo, ya que eran muy pocos los afortunados que llegaban a verla, y ella reía pero contenidamente, pues la profesora pasaba de vez en cuando por los pasillos a controlar y no venía al caso que los pillaran, y decía que se guardaba el derecho de darle el beso más tarde, cuando estuviera segura de que en el polo norte pasaban esas cosas tan bellas y extrañas.
Todo era un juego que daba gusto jugar, aunque costara llegar a la victoria. Hasta que llegó el día del desengaño.


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Pero ahora estaba allí, bailando, riendo como sólo ella lo hacía. Era la misma y los mismos ojos verdes, la misma boca grande y afilada, algo más crecida Carlita, ahora con veintisiete años porque cumplía antes que él, el tres de noviembre, pero seguía con el pelo largo sujetado en una coleta alta; después de tantos años. Carla se giró al notar la mano en el hombro, le miró a la cara, Cristian sintió un gran escalofrío al sentir de nuevo su mirada mientras esperaba la reacción de sorpresa que no sucedió porque fue como si no le reconociera, y qué quieres, cómo que qué quiero, pero no, no le había reconocido, él era Cristian, el que le quitaba las gomas del pelo, y ella no, no te conozco, claro que sí Carla, yo no me llamo Carla.
La cosa quedó como rota allí en medio, pero entonces por suerte ella se puso a reír y él creyó que todo era una broma y rió también, y entonces cómo te llamas, Silvia, está bien, yo soy Hugo. Hugo fue presentado a todas las amigas al rato porque era simpático y tenía algo de hierba en el bolsillo, así que fue normal que salieran todos afuera a hacerse un porro y a charlar un rato sin el ruido del antro.

Fue increíble con qué naturalidad las manos se deslizaron una sobre la otra, como por un despiste que no buscó resolverse; cómo los dedos jugaban al ritmo de un tanteo oscuro en una conversación privada al margen de la otra conversación donde el porro rotaba en su recorrido y las chicas hablaban y le preguntaban por qué había utilizado la técnica «yo a ti te conozco», y que esas cosas ya pasaron, pero claro, ellas en realidad hubieran querido lo mismo pero los hombres ahora son más flojos, claro, aunque Hugo podría compartirse, y mientras tanto la mano de Carla o Silvia diciendo que él era para ella y la suya diciendo que sí, como siempre, como estaba escrito.
Y más tarde, ya dentro, con la música y la mezcla de cuerpos que los empujaban a apretarse fue sencillo que las bocas humedecieran las orejas al hablar, que las mejillas se frotaran suavemente y las manos empezaran a buscar más obstinadas, y ya las lenguas, y ya el pelo y el cuello con ese olor tan inconfundible hasta hacer desaparecer por completo todo lo que les rodeaba.

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Al acabar la fiesta ya despuntaba el alba en gris. La calle estaba a rebosar de gente de la que a esa hora ya olvida que hace frío, personas tiradas en las aceras con el último cubata en la mano o de pie escogiendo el próximo destino.
Parecía que las amigas, todavía todas solas menos una que finalmente había pescado a un amigo de Cristian, esperaban con impaciencia la resolución final con miradas que se buscaban unas a otras y las frases de doble sentido, hasta que Carla o Silvia le acarició el pelo y le acercó la boca a la oreja en un susurro:

- Vivo sola, ¿quieres venir?

- Tú sabes que es lo que siempre he querido Carla.

Los ojos de Carla se oscurecieron por un momento en una expresión llena de decepción y con algo de sorpresa y se le clavaron a él como dos puñales de rabia. Las manos se separaron.

- No vuelvas a llamarme Carla dijo-, o lo estropearas todo.

- Joder, pero si tú eres Carla. ¿Por qué quieres seguir jugando a este absurdo? Yo soy Cristian.

No fue la respuesta adecuada. Ella dejó escapar un grito extraño mezcla de impotencia y exasperación y le dijo que la dejara en paz, que no le quería volver a ver. Luego giró en redondo sobre sus talones y les dijo a sus amigas que se iba y ellas decidieron al instante que se iban con ella. De nada sirvió gritarle que se parara, que esperara, que perdona, nunca más, aunque en el último momento alcanzó a Graciela del brazo, que era la que le había caído más simpática, y simplemente le dijo, su teléfono, dámelo.

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Llamarla no era una opción, era lo único que importaba en el mundo, y por eso Cristian pasó el día con el papel del teléfono en la mano, repasando los números uno por uno, como si fuera un tesoro, y bebiendo agua para matar la resaca, esperando, en fin, el momento justo de la tarde para llamarla, y ese momento llegó a las ocho. Y por supuesto que al descolgar el teléfono ella fue Silvia y él fue Hugo. Y pareció que todo se arreglaba, que se podían ver más tarde para cenar algo, pero que no volviera a molestarla con ese estúpido juego de cambiar los nombres o no volverían a verse, que era cuestión de vida o muerte, y él disculpándose y que era verdad, que había sido una estupidez querer seguir con aquella tontería, pero ya se había acabado, que no se preocupara, Silvia. Así que al colgar el teléfono Cristian o Hugo fue corriendo a la ducha y le daba igual esa manía de llamarse Silvia: él sería Hugo hasta que se cansaran de jugar ya que lo importante era que Silvia era Carla después de tanto tiempo, Carla de nuevo, una segunda vez donde todo parecía encajar más, donde por fin el destino ocupaba el lugar que le correspondía desde siempre.

Ella vivía en una bohardilla al más puro estilo parisino, es decir, algo exquisitamente apartado del resto del planeta y hundido en una bohemia algo insólita en estos tiempos. Pintaba. Por todos los rincones estaban los lienzos amontonados como trozos de vida o de sueño, su época azul, su época figurativa, su época neoexpresionista, pero podían distinguirse los actuales porque ocupaban los primeros puestos de los montones y el privilegio de los caballetes y las paredes. Por lo visto, ahora ella estaba entrando en una fase de experimentación con la materia; los cuadros estaban formados con gruesas capas de yeso y toda clase de objetos y telas se extendían sobre la superficie antes y después de las capas de pintura en las cuales predominaban las razones del rojo y un tipo de azul hielo.
No parecía haber un motivo más allá de la expresión libre y algo sangrienta. Fue casi una ceremonia; hundirse de lleno en el universo de Carla a la vez que la tenía a ella allí, tangible, en lugar del recuerdo amargo que había arrastrado todos esos años, aquella almidonada cara que había amenazado con desdibujarse. Ahora piel y humedad, todo más allá del tiempo, en un pozo donde caer era la gran bendición; ellos en medio de todo lo que era Carla, de la galería roja de sus entrañas, el olor a óleo y a whisky, la victoria olvidada, el gran coño bendito que había marcado el destino de su vida.

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Fue algo insólito la manera en que los días empezaron a transformarse, cómo las noches fueron tiñéndose todas del rojo de los cuadros y del olor a óleo y del tacto del pelo de Silvia, cómo la vida fue tejiéndose de nuevo y cobrando la frescura de una realidad presentida. Salir del trabajo y saber que Silvia estaba allí, esperando en su bohardilla a que él llegara, y luego podía ser ir a la filmoteca o a pasear por el parque, hacer malabares, ir a la playa con los amigos de ambos, ya que los suyos habían accedido a llamarlo Hugo aunque siempre extrañados y queriendo saber por qué esa mujer, a qué estaba jugando, y entonces las miradas de medio lado y las sonrisillas hasta que al final todos acabaron aceptando a Silvia (Silvia y las amigas de Silvia), todos encantados con la nueva novia de ahora Hugo, que era muy simpática, especial.

Sólo en contadas ocasiones Hugo se animaba a preguntar a Silvia sobre su pasado; era contraproducente, desde luego: a ella se le posaba una expresión cenicienta en la cara y decía que no quería hablar del pasado, que el pasado no importaba, y si Hugo intentaba indagar un poco más con formas más sutiles, Silvia acababa por darse cuenta, como si estuviera siempre alerta y entonces se armaba la gran bronca y a veces volaban platos o pinceles o incluso lienzos. Era lógico, pues, que Hugo callara porque no quería ser desterrado, no, mejor creer, la bendita fe, ser ciego y dejarse llevar ya que era un precio módico el que pagaba; no tocar el pasado, ni siquiera el suyo que, por otro lado, siempre había querido olvidar, y a cambio recuperaba lo que aquel pasado le había pretendido robar al presente.

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Pero las cosas ocurren y un día Cristian se encontró por casualidad con su antiguo amigo Ernesto por la calle y enseguida se recogieron en un bar a tomar una cerveza, había que hablar de tantas cosas. Y no es que no se quisieran ya, no era el olvido, era ese pesado motor de la vida que aleja a las cosas cuando uno menos se lo espera, la fuerza centrífuga del tiempo, y tenían que llamarse más a menudo, un año y medio sin verse es demasiado, pasan tantas cosas, y entonces cómo te va. Claro que, desde el primer momento, por la cabeza de Hugo (que ahora fue Cristian) sólo pasaba una cosa.
Lo más lógico hubiera sido hablar a Ernesto sobre lo que había pasado ya que Ernesto había conocido a Carla tanto como él y era Ernesto el que estaba a su lado cuando pillaron a Raúl, el tercero de los mosqueteros, pasándole la lengua en lo más profundo a Carla, aquel fatídico día en que todo se perdió de vista, en que el sueño se esfumó y también la niñez, y también la inocencia y el casco polar. Pero no fue así, no habló de Carla y la tarde venció y vino la noche y Cristian ya tenía que irse porque su novia lo esperaba y por supuesto que algún día quedarían de nuevo y se la presentaría.

El encuentro tuvo su repercusión. Vagar borracho hacia la bohardilla de Silvia aquella noche dejaba un sabor amargo en la garganta, cómo explicarle a Silvia que ya no quería jugar más, que lo más importante de todo era que ella era Carla, que por culpa de lo que en el pasado le hizo Carla no había podido amar jamás, que había hecho sufrir a todas las mujeres que se le habían acercado, siempre perdiéndose en la distancia, siempre siendo él solo, siempre cansándose de buscar en todas lo que ninguna podía tener.
Por eso era tan importante que Carla fuera Carla, que Cristian fuera Cristian, que ella dejara de borrar el pasado y le explicara qué le había sucedido en todo ese tiempo, el porqué de ese rojo en los cuadros, ese olor apretado de la bohardilla tan alejada de todo, ese huir de la realidad tan preciosa cuando todo podía encajar a la perfección.

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- Prometiste que nunca más me vendrías con esta historia de Carla.

Ella le daba la espalda, castigada por la pregunta y la peste a alcohol, harta.

- Ya no puedo más dijo Cristian-, ya no puedo más con esta mentira. Porque esto ya no es un juego, Silvia, es una mentira.

- ¿No te das cuenta desgraciado? Vas a estropearlo todo.

- Pero, ¿por qué?

- Porque yo no soy Carla, nunca he sido Carla.

- Pues entonces háblame de tu pasado, explícamelo todo; la vida de Silvia, quiero saber la vida de la persona con quien estoy viviendo.

- ¿Por qué no paras?

- ¡Porque sé que me estás ocultando algo desde el principio y eso me toca los cojones!

Se hizo un silencio, una pausa; ella quedó con la mirada extraviada hacia el momento exacto del pasado y él al asedio con sus ojos, ojos contra ojos que ya empiezan a hablar, o que ya han hablado diciendo que sí, que hay algo, que existe un momento en el tiempo en el que todo cambió.

- Te arrepentirás si hablo dijo Silvia.

- No me importa. Habla.

- Está bien. Y ya el tono había cambiado, incluso los ojos, que habían dejado de buscar recuerdos ahora lo miraban desafiantes, fríos. Yo estaba enamorada, siempre lo estuve, lo perdí y luego volví a encontrarlo, pero no era él.

- Joder. ¿De qué me estás hablando?

- ¿No lo entiendes? Yo maté a un hombre inocente.

- ¿Y por eso dejaste de ser Carla?

- No, mi amor. Yo nunca he sido Carla, yo soy Silvia, te estás confundiendo como me pasó a mi. En su voz ya había ruego y desesperanza.

- ¡Mentira!

- Es la verdad, tienes que creerme o acabaras matándome.

- ¡Pero qué dices, perra!

- ¡Soy Silvia!

Silvia donde debía estar Carla.

- ¡Soy Silvia!

Esa voz robada, la voz robada de Carla como su perfume y su cuerpo, una extraña asesina, ese nombre insoportable, Silvia, como un puñal helado, el nombre que había matado, el nombre que hizo desaparecer a Carla para siempre y estaba jugando con él, que lo estaba conduciendo por un insondable laberinto donde Carla quedaba cada vez más lejos, más irrecuperable como en el abismo negro de un mar sin fondo donde no se podía bajar, el rojo sangre de los cuadros que Carla nunca hubiera pintado, el olor a óleo que Carla nunca hubiera soportado, el clima de la traición, caliente y pegajoso y esos ojos con lágrimas de mentira, el cuerpo acurrucado de Silvia implorando, una desconocida frente a él, la asesina,... y entonces Cristian acariciando el cuello, apretando los dedos suavemente para acallar esa voz que dice que no es Carla, esa voz impostora que ahora dice la verdad irresoluble pero empieza a callar, la presión de los dedos para llegar al silencio, para que se vaya Silvia de Carla, para que todo vuelva a ser como antes en el naranja tibio de aquella tarde en la clase, antes del crepúsculo, cuando planeaban el gran viaje al polo norte, cuando Carla todavía estaba viva y Silvia no existía; El silencio.

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Pd:¡Sí!, en este post utilizo tildes. Perdonen el ladrillo, menos, es nada...
 
Bueno has cogido lo primordial al postear un Ladrillo, las imagenes, las benditas imegenes.
Sin eso no vale para nada el hilo.

Cuando termine de imprimirlo,me lo leere a la hora de ir a cagar.

Felicidades
 
No he podido seguir la temática de este hilo, me parece muy largo. ¿De que van estas historias?, de amor, de romanticismo, de shemales, de ladyboys, de gayers, no lo se..... ¿Es Usted escritor?.
 
Bonito ladrillazo chaval, la llevas clara, no he leído nada de tu mensaje
 
Sencillamente magistral. Aunque ya se sabe, no se hizo la miel para la boca del burro.
 
Candela! rebuznó:
Sencillamente magistral. Aunque ya se sabe, no se hizo la miel para la boca del burro.
del asno, cateta...
 
Un atractivo tinte a lo "Melusine"...aunque con diferente final.

Cámbiate de avatar, cabronazo.
 
Sir_Clock rebuznó:
Y no ha podido caer en la cuenta que... bueno, ya comprende, entre usted y yo, Snisft!

Creo que lo he pillado.
O ese es tu myspace o eres un ladrón.
Creo que la primera es más loleante. Qué elegante ese look perroflautista.

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Yo entro aquí a ver vidrios de coprofilia. Si quiero leer, me compro el Codigo Da Vinci, que es literatura de alto nivel.

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Amigos, quizas esa fotografia no sea actual, quizas yo ni exista, quizas ese myspace sea mio pero no asi las fotos, quizas esas fotos sean mias pero no los relatos, quizas... Como diria el "bueno" de Iker, nunca sabremos la verdad.
 
Sir_Clock rebuznó:
Amigos, quizas esa fotografia no sea actual, quizas yo ni exista, quizas ese myspace sea mio pero no asi las fotos, quizas esas fotos sean mias pero no los relatos, quizas... Como diria el "bueno" de Iker, nunca sabremos la verdad.

Me quedo con esa hipótesis y subo la apuesta a que esta es más actual:

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Me lol.
 
Sir_Clock rebuznó:
Amigos, quizas esa fotografia no sea actual, quizas yo ni exista, quizas ese myspace sea mio pero no asi las fotos, quizas esas fotos sean mias pero no los relatos, quizas... Como diria el "bueno" de Iker, nunca sabremos la verdad.

Si, tu intenta salvar tu pellejo, señor emo :lol::lol: Por cierto, te firman buenas zorras, ya han caido al menos 15 pajas.
 
Si lo has copiado de un blog del myspace eres patético, en cambio si el myspace es tuyo eres un triste. De todas formas es un puto ladrillazo de hormigón
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RoderickUsher rebuznó:
Por cierto, te firman buenas zorras, ya han caido al menos 15 pajas.

¿Quién se iba a resistir a esa forma de pedir que le pasen la botella de calimocho?

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PD:

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Glenn Oswald rebuznó:
Me quedo con esa hipótesis y subo la apuesta a que esta es más actual:

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Me lol.

Premio
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Pd:Al iluminado este ultimo...¿Emo dice usted?, si es asi que venga Dios y lo vea. Aunque reitero, 02/07/2006.
 
Tiene buena pinta, leerselo ya tiene que ser la hostia.
 
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