Rosebud

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26 Abr 2004
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Durante toda nuestra vida acumulamos cientos de artículos de consumo; ropa, aparatos tecnológicos, vehículos, libros, discos y demás objetos variopintos que vamos guardando y conservando a lo largo de los años. Algunos siguen siendo útiles para el dia a dia corriente y de esta forma cumplen su función principal, facilitándonos la vida o simplemente aplacando nuestra necesidad consumista.

Pero otros, los guardamos como recuerdo de otros tiempos pretéritos quizá mejores o al menos más felizmente recordados. Supongo que casi todos, como cualquier ciudadano Kane, guardamos esos objetos que sin tener apenas ningún valor económico, representan algo que nos sigue evocando algún recuerdo feliz o vivencia pasada, o nos recuerda a alguien que por desgracia ya no se encuentra con nosotros.

Al igual que Welles quiso terminar la película con la muerte de su personaje pronunciando una sola palabra "Rosebud" (recordando como llamaba el Sr Hearst a la vagina de su querida esposa) creo que al llegar tu última hora, te aferras a esos recuerdos de personas u objetos que nos retraen a nuestra niñez y que seguramente se conservan felices, gracias a la acertada capacidad de nuestra memoria para guardar solamente los recuerdos positivos.

En mi caso son dos pequeños objetos; una vieja navaja desafilada con cachas de falsa madera, que me regaló mi abuelo materno. Con él viví toda mi niñez; fue mi abuelo el que nos sacaba de casa para que mi madre pudiera respirar un rato del trajín de criar tres crios a la vez, con solamente una diferencia de un año por crio. Recuerdo que nos llevaba a una alameda enorme, donde con una cuerda que convenientemente traia desde casa y una vara de aquellos arboles, nos montaba unos arcos rudimentarios con los que martirizar a la flora y fauna que habitaba aquella porción de bosque urbano. Recuerdo que con aquella navaja recortaba de la madera blanda de álamo, dos pequeños surcos para anudar la cuerda que sirviese como tensor.

El otro objeto es un tebeo firmado por Ibañez; lo guardo como oro en paño en un lugar especial de la biblioteca. Es curioso encontrarlo embutido entre tanto libraco con miles de páginas de temas diversos, llenos de información sobre enfermedades y muerte. Mi hermano me lo consiguió en una de las ferias de libro y de esto hará unos 35 años.

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Mi primera camiseta heavy.
Un diario que escribí con 12 años en el que dejaba claro que mi maximo deseo en el mundo era MORIRME.
Mi madre lo leyó hace poco y me lo dijo como la que dice que se ha leido el PRONTO.


PD:Rosegud era el patin de hielo, no?
 
Yo guardo una gorra de la expo 92 que me trajo mi padre. Una gorra que es una puta mierda, azul, con telilla por detrás y con curro en el frontal. Si saliese con ella parecería un toxicómano o algo así, pero la gorra representa lo que en su día fue un regalo de mi difunto padre que me gustó mucho y que pasado el tiempo uno se fue dando cuenta de que ese regalo me gustó tanto porque para mí fue la primera y quizá tardía muestra de cariño por parte de mi padre y también representa una, quizá la única, buena época de cuando era pequeño, con mi padre currando y no siendo una especie de fantasma que vagaba sin hablar por la casa.
Tengo otros objetos que me gustan mucho, algunos por motivos sentimentales y otros porque simplemente me gustan, por ejemplo mi primera camiseta heavy, de Iron Maiden, pero este sería el que más me dolería perder.
 
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Pero poned fotos, hijos de puta.
 
Mi camiseta jevy, me acompañó mi padre a un local de las ramblas a comprarla, iba de la mano con el, yo tendria 12 años maximo, ahora la veo y alucino con lo canijo que era.
Es de Motley crue, grupo que no me va mucho, pero aluciné con el dibujo.
Que bonita es la vie a veces.
 
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Mi primer ordenador. Con un par de cajas con cintas de juegos debajo de un montón de mierda que me da pereza quitar. Tenía consolas, juegos, revistas, comics, libros pero los he regalado o vendido por que sólo cogen polvo y no los usaba. Este sobrevive y me jodería desprenderme de él.

Y también tengo páginas sueltas de apuntes y gilipolleces que hacía en clase. Desde EGB tengo cosas. Están repartidas en carpetas, libros, revistas sin orden ni control por muchos lugares. Muchas junto con el ordenador por lo que son inaccesibles. Pero algo puedo enseñar con lo que ha salido en una búsqueda rápida.

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En algún sitio tengo un mechero recargable que lo usé durante 3 o 4 años por lo menos. Tenía un hueco lleno de pelusas y todo.
 
Yo no tengo nada de eso, me desprendo de todo lo que me recuerda un tiempo mejor donde era feliz. Hace unos años tiré cuadernos de primero de egb que estaban en casa de mis viejos en el pueblo. Me dio pena, porque durante años los tenía localizados con la esperanza de algún día poder enseñárselos a mis hijos u ojearlos yo mismo y recordar mi niñez, pero las cosas no me han ido bien en la vida y recordar tiempos felices no me agrada. Los tiré todos, con la ingenua ilusión de purificar mi putrefacta alma, con la intención de resurgir del pozo. Romper con el pasado, con todo los recuerdos y objetos que me anclaban a él. Quería olvidar mi desastrosa vida que es un claro fracaso y empezar una vida nueva, cual ave Fénix, una vida sin pasado y sin los errores que me atormentasen y me lastrasen. Por eso no poseo ningún objeto con valor sentimental, ninguno. También aprendí hace unos años, cuando tuve que empeñar todo lo que tenía para poder sobrevivir unas semanas más, en un intento desesperado de echar toda la madera del tren a la locomotora para que andase durante unos metros más hacia ningún sitio. Ahí fue donde me di cuenta que nada es imprescindible, que dar valor a las cosas es una cursilería y que para vivir solo se necesita aire, comida y agua.
No os voy a engañar, se me pusieron los ojos vidriosos cuando encontré una carpeta azul de párvulo. Tenía mi nombre, con mis primeros trazos caligráficos. Sin ser grafólogo se veía que detrás de ese infantil trazo había un niño ilusionado por haber aprendido a escribir su nombre y por verse escrito y reconocerse como sujeto individual y como parte de un grupo. Dentro de la carpeta había folios con palomas hechas con bolitas de colores y una calificación en rotulador de la maestras: Muy bien, o bien. Dibujos donde salía una familia con una casa grande de dos plantas, y humo en la chimenea, y un sol radiante, y nubes, y flores, y un niño que jugaba. Esa era mi visión del mundo, aunque yo por aquel entonces era consciente de que vivía en una puta casa baja, vieja, donde hacía frío por el invierto, donde la familia solo se juntaba para comer, donde se hacían muchas cosas pero no precisamente jugar. Y flores hechas con algodón pegado y tenido, y cosas hechas con tela, y con macarrones pegados. Donde había frases de tipo: para la mejor madre, o te quiero mamá o te quiero papá.
La última vez que tuve esa carpeta en las manos me quemaba, y ya os digo que puede que no sólo se me vidriasen los ojos sino que alguna lágrima me cayese. Sí, no me avergüenzo de reconocerlo, tener aquella carpeta en mis manos y recordar al niño que fui y en lo que me he convertido me dio mucha pena, sentí dolor, me sentí defraudado por mí mismo, como si yo me hubiese fallado, como si le hubiese fallado a aquel niño verruga que quería ser uno más y vivir la vida y ser feliz y esas cosas.
Ahora no puedo amar, ni sentir cariño, ni ternura. Sin amigos, sin familia, sin nadie ni nada, sin recuerdos, sin objetos con valor sentimental, sin nada. Creí que todo eso era lo que me lastraba al fondo, y me desprendí ello, pero ahora me doy cuenca que soy yo, que debo pesar mucho y tiendo a hundirme sin remedio y que aquello de lo que me desprendí en realidad eran los flotadores que me permitían mantenerme a flote. Fallé, como siempre.
 
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