Son cosas de Chavales:

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tileno

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16 Ene 2012
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En los tiempos que corren con tanta red social y tanta mariconada ya los chavales no se aburren tanto. Lo cual hace que se esté perdiendo el noble arte de salir a liarla por el pueblo.

En el ciclo del desarrollo intelectual de cualquier crío deben existir diferentes etapas:

1º_ Hablar en clase con el compañero y pasarse notitas con el riesgo de que la maestra de deje sin recreo.
2º_ Tirar del pelo a las niñas y mirarles las bragas
3º_ Tocar a los timbres y salir corriendo.
4º_ Ver por primera vez porno, revistas, internet,...
5º_ Probar el alcohol del mueblebar de tu padre y fumar colillas "like a boss"

...

No tiene por que ser en ese orden.

Pero llega un momento en el que todo eso sabe a poco y la energía juvenil debe desahogarse por algún lado.

En ese momento es cuando ocurren las grandes anécdotas que uno recordará toda la vida.


¿Te acuerdas cuando entramos en la huerta del Herminio y le pisamos todas las tomateras?

¿Te acuerdas de cuando tiramos la bici de tu padre por el balcón? Un ejemplo que comenté el otro día con un amigo imaginario.

¿Te acuerdas cuando le mangamos al del reparto una caja de coca colas?

¿Te acuerdas de cuando quedamos con aquella chica en San Fermines para montárnoslo en plan gang bang?


...


Bueno, ejemplo ilustrativo del hilo, "cosas de chavales":

http://www.abc.es/internacional/abci-detenidos-dinamarca-cuatro-menores-edad-tratar-quemar-vivo-nino-afgano-201702080841_noticia.html


Bueno, este hilo es para que comentéis vuestros crímenes ya prescritos o no, de cuando erais chavales.


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Última edición:
A un tío mío lo cogían siempre que iban a robar melones. Parece ser que le faltaban los dos dientes de delante y los colmillos los tenía muy afilados, tipo Drácula. Así que siempre que iban a robar melones los dueños le pillaban porque dejaba los surcos de los colmillos en las mondas del melón.

Las fresas más ricas que me he comido en mi vida fueron unas que robamos en un pueblo en el que estábamos de excursión con el colegio, con 10 o 12 años.
 
Otro apasionante hilo sobre abuelos cebolleta.
 
Terrible tener que darle la razón a @Black Adder (me fustigaré convenientemente) pero es verdac.
Menuda semana "cine de barrio" style llevamos...
 
¿Quién no ha subido por los tejados del insti de su pueblo aprovechando alguna ventana para sustraer material informático, defecar en la papelera de alguna clase limpiándose con las impolutas cortinas?

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Mierda.bmp
 
Ilustremos musicalmente el hilo del hamijo .

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Un verano muy caluroso, de esos que hasta los Depredadores se abanican pasando de cazar, mi pandilla y yo nos aburríamos tanto que solo se no ocurrían trastadas a cual más cafre.

En nuestro barrio había un vendedor de perritos sudoroso, calvo patilludo, que siempre que nos atendía lo hacía de mala gana. Para nosotros era simplemente un gilipollas, no nos parábamos a pensar que ese era su único medio de vida y que ese era un trabajo duro y miserable. Pero decidimos jugársela de una vez por todas. Uno de nosotros, el más veloz, iría y le pidiera un perrito para luego hacerle un simpa y que el calvo fuera tras él; mientras, el resto aprovecharíamos para birlarle el puesto y darnos un festín.

Dicho y hecho, el hijoputa salió detrás de nuestro colega dejando el puesto desatendido y nos lo llevamos a otra calle. Lo de que 'robado sabe mejor' no es coña, nos comimos con ansia viva los perritos más sabrosos de nuestra vida.

Ya saciados, empezamos a hacer el gilipollas con el carro y lo llevamos a las escaleras del metro. Como un bebé que tira un juguete al suelo a ver qué pasa, no podíamos frenar el puro instinto de despeñar el puesto por las escaleras. Pero justo cuando lo soltamos vimos que un hombre doblaba la esquina del pasillo inferior y se disponía a subir sin darse cuenta de lo que se le venía encima, literalmente. Cuando oyó nuestros gritos ya era tarde para reaccionar y el carro le arrasó de lleno.

Homicidio. Salvo el colega que hizo de señuelo, todos fuimos a parar al reformatorio. Y como el bebé que, después de tirar el juguete al suelo a ver qué pasa, llora porque comprende que el juguete se ha roto y no se puede arreglar, nosotros lloramos porque sentimos en nuestras almas cómo habíamos hecho añicos por completo nuestra libertad.

Y ni siquiera sabíamos aún el infierno que teníamos por delante. Cuando entré a la reclusión y aún estaba asimilando lo duro que iba a ser mi estancia en el centro, ocurrió lo peor. La primera noche que oí abrirse el cerrojo de mi cuarto no comprendí que pasaba. Era un celador. Sonreía.
 
Última edición:
Un verano muy caluroso, de esos que hasta los Depredadores se abanican pasando de cazar, mi pandilla y yo nos aburríamos tanto que solo se no ocurrían trastadas a cual más cafre.

En nuestro barrio había un vendedor de perritos sudoroso, calvo patilludo, que siempre que nos atendía lo hacía de mala gana. Para nosotros era simplemente un gilipollas, no nos parábamos a pensar que ese era su único medio de vida y que ese era un trabajo duro y miserable. Pero decidimos jugársela de una vez por todas. Uno de nosotros, el más veloz, iría y le pidiera un perrito para luego hacerle un simpa y que el calvo fuera tras él; mientras, el resto aprovecharíamos para birlarle el puesto y darnos un festín.

Dicho y hecho, el hijoputa salió detrás de nuestro colega dejando el puesto desatendido y nos lo llevamos a otra calle. Lo de que 'robado sabe mejor' no es coña, nos comimos con ansia viva los perritos más sabrosos de nuestra vida.

Ya saciados, empezamos a hacer el gilipollas con el carro y lo llevamos a las escaleras del metro. Como un bebé que tira un juguete al suelo a ver qué pasa, no podíamos frenar el puro instinto de despeñar el puesto por las escaleras. Pero justo cuando lo soltamos vimos que un hombre doblaba la esquina y se disponía a subir sin darse cuenta de lo que se le venía encima, literalmente. Cuando oyó nuestros gritos ya era tarde para reaccionar y el carro le arrasó de lleno.

Homicidio. Salvo el colega que hizo de señuelo, todos fuimos a parar al reformatorio. Y como el bebé que, después de tirar el juguete al suelo a ver qué pasa, llora porque comprende que el juguete se ha roto y no se puede arreglar, nosotros sentimos en nuestras almas cómo habíamos hecho añicos por completo nuestra libertad.

Y ni siquiera sabíamos aún el infierno que teníamos por delante. Cuando entré a la reclusión y aún estaba asimilando lo duro que iba a ser mi estancia en el centro, ocurrió lo peor. La primera noche que oí abrirse el cerrojo de mi cuarto no comprendí que pasaba. Era un celador. Sonreía.

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Robar rotuladores permanentes en las tiendas del todo a 100, regentadas entonces por españoles. "A ver quien roba más". Y ahí estaba yo con 10 rotuladores metidos entre la goma de los calcetines y la cinturilla del vaquero. Que a ver para qué... :lol:

Ir a casa de un amigo que vivía en un ático y llenar globos de agua de harina, escupitajos y sustancias diversas y arrojarlos sobre los viandantes.
 
Un verano muy caluroso, de esos que hasta los Depredadores se abanican pasando de cazar, mi pandilla y yo nos aburríamos tanto que solo se no ocurrían trastadas a cual más cafre.

En nuestro barrio había un vendedor de perritos sudoroso, calvo patilludo, que siempre que nos atendía lo hacía de mala gana. Para nosotros era simplemente un gilipollas, no nos parábamos a pensar que ese era su único medio de vida y que ese era un trabajo duro y miserable. Pero decidimos jugársela de una vez por todas. Uno de nosotros, el más veloz, iría y le pidiera un perrito para luego hacerle un simpa y que el calvo fuera tras él; mientras, el resto aprovecharíamos para birlarle el puesto y darnos un festín.

Dicho y hecho, el hijoputa salió detrás de nuestro colega dejando el puesto desatendido y nos lo llevamos a otra calle. Lo de que 'robado sabe mejor' no es coña, nos comimos con ansia viva los perritos más sabrosos de nuestra vida.

Ya saciados, empezamos a hacer el gilipollas con el carro y lo llevamos a las escaleras del metro. Como un bebé que tira un juguete al suelo a ver qué pasa, no podíamos frenar el puro instinto de despeñar el puesto por las escaleras. Pero justo cuando lo soltamos vimos que un hombre doblaba la esquina del pasillo inferior y se disponía a subir sin darse cuenta de lo que se le venía encima, literalmente. Cuando oyó nuestros gritos ya era tarde para reaccionar y el carro le arrasó de lleno.

Homicidio. Salvo el colega que hizo de señuelo, todos fuimos a parar al reformatorio. Y como el bebé que, después de tirar el juguete al suelo a ver qué pasa, llora porque comprende que el juguete se ha roto y no se puede arreglar, nosotros lloramos porque sentimos en nuestras almas cómo habíamos hecho añicos por completo nuestra libertad.

Y ni siquiera sabíamos aún el infierno que teníamos por delante. Cuando entré a la reclusión y aún estaba asimilando lo duro que iba a ser mi estancia en el centro, ocurrió lo peor. La primera noche que oí abrirse el cerrojo de mi cuarto no comprendí que pasaba. Era un celador. Sonreía.
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Un verano muy caluroso, de esos que hasta los Depredadores se abanican pasando de cazar, mi pandilla y yo nos aburríamos tanto que solo se no ocurrían trastadas a cual más cafre.

En nuestro barrio había un vendedor de perritos sudoroso, calvo patilludo, que siempre que nos atendía lo hacía de mala gana. Para nosotros era simplemente un gilipollas, no nos parábamos a pensar que ese era su único medio de vida y que ese era un trabajo duro y miserable. Pero decidimos jugársela de una vez por todas. Uno de nosotros, el más veloz, iría y le pidiera un perrito para luego hacerle un simpa y que el calvo fuera tras él; mientras, el resto aprovecharíamos para birlarle el puesto y darnos un festín.

Dicho y hecho, el hijoputa salió detrás de nuestro colega dejando el puesto desatendido y nos lo llevamos a otra calle. Lo de que 'robado sabe mejor' no es coña, nos comimos con ansia viva los perritos más sabrosos de nuestra vida.

Ya saciados, empezamos a hacer el gilipollas con el carro y lo llevamos a las escaleras del metro. Como un bebé que tira un juguete al suelo a ver qué pasa, no podíamos frenar el puro instinto de despeñar el puesto por las escaleras. Pero justo cuando lo soltamos vimos que un hombre doblaba la esquina del pasillo inferior y se disponía a subir sin darse cuenta de lo que se le venía encima, literalmente. Cuando oyó nuestros gritos ya era tarde para reaccionar y el carro le arrasó de lleno.

Homicidio. Salvo el colega que hizo de señuelo, todos fuimos a parar al reformatorio. Y como el bebé que, después de tirar el juguete al suelo a ver qué pasa, llora porque comprende que el juguete se ha roto y no se puede arreglar, nosotros lloramos porque sentimos en nuestras almas cómo habíamos hecho añicos por completo nuestra libertad.

Y ni siquiera sabíamos aún el infierno que teníamos por delante. Cuando entré a la reclusión y aún estaba asimilando lo duro que iba a ser mi estancia en el centro, ocurrió lo peor. La primera noche que oí abrirse el cerrojo de mi cuarto no comprendí que pasaba. Era un celador. Sonreía.
Y encima os grabaron con cámara de seguritat. :lol:
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Pero hombre, esperad a ver si pica alguien y ya le suelto que el celador es Kevin Bacon [emoji38]
 
Pero hombre, esperad a ver si pica alguien y ya le suelto que el celador es Kevin Bacon [emoji38]
El caso es que si uno vuelve a leer el fragmento, bien podría poner la mano en el fuego porque lo ha escrito Verruga.
 
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Mi grupo de amigos imaginarios infantiles no era muy delincuente que digamos. Nuestra especialidad eran las llamadas telefónicas. Hubo una que apuntamos el teléfono y la hacíamos llamadas todos los putos días, algunas de corte sexual, otras de tono agresivo y otras simulando ser un accidentado de tráfico. Un día la tipa se puso a llorar y dijo que cuando la trajesen el domo nos íbamos a cagar, que por favor la dejásemos en paz. Yo dejé el asunto pero el que apuntaba maneras ( cumplidas a posteriori) de delincuente estoy por decir que a día de hoy sigue llamándola.
Una temporada en verano nos dió por ir en expedición a los alrededores de la discoteca atika, ande había bastantes yonkis y gustábamos de verles y tirarles piedros. La gracia acabó cuando uno de los yonkis respondió a la lapidación tirando su jeringuilla y las que pilló. Nunca vi el sida tan de cerca.
Este amigo que apuntaba maneras una tarde nos dijo que estaba planeando algo que iba a ser la hostia para el día siguiente. Pues bueno, al día siguiente el estanque de patos que había en el barrio amaneció con todos los patos reventados, con la cabeza aplastada, pisoteados etc.
Hace 10 años mi madre se encontró con la suya y dijo que su pobre hijo estaba en la cárcel porque le encontraron con un saco de coca y varias bolsas con el símbolo del dólar , que Pobrecito que él no había hecho nada :face:
 
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Un mierda seca osó incordiar de palabra, obra u omisión a un amigo mio y nos vimos obligados a darle su merecido. Vivía fuera del pueblo, sus padres eran guardas en la finca de una marquesa. Se movía en moto y una noche se encontró una cuerda atada de lado a lado del camino a la altura del pescuezo. Según contaba al día siguiente si no llega a ser por el casco se decapita. Pegó un buen hostión, y cuando se recuperó y vio lo que había se hizo una idea de que los enemigos acechan en cualquier lugar.
La suerte nos asistió porque nos podíamos haber buscado la ruina para toda la vida. Cosas de críos, jejeje.
 
Años ha, con mis compis de la púber edad, fuimos a cargarnos un cole abandonado de por ahí con unos bates de beisbol. Debido al escándalo que montamos con la orgía de destrucción unos vecinos llamaron a la policía y estos se presentaron por ahí mientras nos usábamos una escalera de madera como ariete para abatir una puerta. Una señorita policía de dicho commando nos sorprendió en plena faena vikinga y sacando la pipa nos chilló dejándose las cuerdas vocales y con un gallo "AL PRIMERO QUE SE MUEVA LE REVIENTO LA CABEZA". Todo el mundo al suelo. Al final no pasó nada. Éramos menores y no había quién pusiese denuncia.
 
Formábamos un comando altamente especializado en sustraer con maestría y disimulo los tapones de las ruedas de los coches. Pero las joyas más preciadas eran las insignias. Las coleccionábamos igual que los niños pijos coleccionaban cromos que compraban con el dinero de la paga.

De más mayor nos hicimos unas ganzúas en el taller de tecnología con las hojas de las sierras de cortar metal. Yo solo llegué a sustraer radiocasetes, lo juro, algunos se iban de juerga y para volver al pueblo robaban un coche y lo dejaban a la entrada del pueblo. Nunca tuve huevos a eso porque mi padre me hubiese matado a palos si llego a manchar el honor de la familia.

Nos juntábamos en los soportales de la plaza del pueblo a fumar hierba sin mesura, eran cosechas propias y atábamos los perros con longanizas. Me picó un mierda y me vi obligado a demostrar que mi palabra iba a misa. Gateé por una papelera hasta el balcón de la casa consistorial y arrié la bandera constitucional que tenía el tamaño de una sábana. Al día siguiente decía el hijo del alcalde, que era de nuestra edad, que había fachas en el pueblo y se había dado parte a la guardia civil del robo.

Ah, sí, uno de los radiocasetes que robamos era de un profesor que se fue de excursión y dejó le coche en el aparcamiento del instituto.

La FP la hice en un colegio interno y por las noches nos escapábamos del internado para ir al insti a ver pelis porno en el despacho del director que tenía una de esas teles de 14" con vídeo. Nos la meneábamos como adolescentes aunque nunca dejamos grumo para no dejar huellas.
 
Última edición por un moderador:
Una de las cosas de las que no me siento orgulloso es de robarle la comida a mi mejor amigo del internado de su taquilla. El hambre es muy mala, chavales, no os la deseo. Le metía su madre unos salchichones cojonudos, que dejaban la típica hebra en los dientes, y después del robo tenía que estar delante de él fingiendo buscar venganza por la profanación de su taquilla mientras intentaba quitarme las hebras con disimulo.
 
Una de las cosas de las que no me siento orgulloso es de robarle la comida a mi mejor amigo del internado de su taquilla. El hambre es muy mala, chavales, no os la deseo. Le metía su madre unos salchichones cojonudos, que dejaban la típica hebra en los dientes, y después del robo tenía que estar delante de él fingiendo buscar venganza por la profanación de su taquilla mientras intentaba quitarme las hebras con disimulo.

Me recuerdas a los cómics de Paracuellos que tenía mi padre en una caja que me dio y los leía cuando iba a a cagar aún ni con 12 años

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