G.I. Jane rebuznó:
Los pusilánimes nunca se suicidan: ante la acojonante perspectiva del dolor mortal, de la nada, siempre eligen la vía más cómoda, seguir adelante, con la esperanza de mejorar sus condiciones vitales. El suicidio es, pues, para los valientes. Y eso lo digo a raíz del suicidio reciente de un buen conocido mío que, en vida, siempre le veías alegre y avasallando a todos con su imponente presencia. Nunca hubiéramos pensado que se mataría, pero lo hizo. Y si uno se para a pensar un poco: ¿no es lógico, acaso, que un hombre tan fuerte y activo que vivió a tope acabe suicidándose? Es la muerte que mejor encaja en él: YO ME LO GUISO, YO ME LO COMO.
El suicidio es para los superhombres. El suicidio es el arte de morir. Y de vivir, tal vez.
Así lo veo yo, podría hacer mías tus palabras y terminar aquí mi participación en este hilo, pero me privaría del placer de recargar tu argumento con mi prosa barroca. Hay actos que nos civilizan, que nos elevan, que nos hacen evolucionar como especie y distinguen a sus autores. El suicidio es una ellas, sobreponerse al atavismo sagrado de la vida eterna, al instinto de supervivencia y entrar por nuestra propia mano en la nada cósmica, fría, infinita. Desaparecer de forma consciente, premeditada, directa y autófaga, convertirse en verdugo y salvador, en asesino y redentor, en nuestro mejor aliado y en nuestro enemigo mortal.
Ser homosexual, abandonar a nuestra mujer e hijos por una prostituta rusa de 20 años, celebrar una boda de mascotas y por supuesto suicidarse son actos contra natura que precisan de intelectos privilegiados, inmunes a determinismos genéticos y servidumbres animales. Exigen sobreponerse a inveterados dogmas, a todas nuestras vísceras, a toda una serie de esquemas cognitivos que nos impelen constantemente a someternos a una etología predeterminada sacrificando nuestra personalidad y esa entelequia romántica y necesaria llamada capacidad de decisión
La muerte no es un acto indiferente, no puede mirarse con fría distancia. Las poses intelectuales que divagan sobre ella con desidia, resignación, como si no fuera más que anécdota inoportuna, desaparecen instantáneamente cuando sienten que la guadaña quiere rascarnos el corazón. El suicida tiene miedo a la muerte, pero también tiene tres cualidades sobresalientes: desesperación, lucidez y cojones. Hay que estar muy jodido para querer bajarse del tren antes de tiempo. Hay que tener las cosas muy claras para comprender que ha llegado el momento y que las razones para irse son más y mejores que las que tenemos para quedarnos. Y hay que ser muy valiente para querer ver todo esto, para asumirlo, para no refugiarse en la esperanza, en la culpa o en la fe y en lugar se hacer caso a los reconfortantes instintos hacer lo que es necesario hacer.
p.d. Sin morbo ninguno, G.I. Jane, me gustaría saber si a tu amigo le detectaron alguna enfermedad incurable, si fue abandonado por el amor de su vida o si simplemente se le acabaron las ganas de vivir.