Soy falófilo y narcisista pero por desgracia ni me mide 30 centímetros ni poseo la flexibilidad necesaria para llevar a su máxima y sabrosa expresión estas dos virtudes. Chuparse la polla, además de buen gusto, es síntoma de salud mental, de aceptación, de autoestima y afirmación, es la manera de decirle al mundo que os amáis, que os gusta relacionaros con el universo y sus gentes dentro de vuestro cuerpo, que ofrecéis con plena garantía algo cuya calidad habéis testado en primera persona. Después de autofelaros, no habrá hembra a quien no podáis convencer para que se amorre a vuestro glande "Chupa sin miedo, esta deliciosa, yo mismo la he probado"
Como todos vosotros, he fracasado en el intento y he tenido que conformarme, COMO TODOS VOSOTROS, con saborear mi semen. Aqui no me está permitido insistir si alguna me hace mohines y arruga el hocico cuando se lo ofrezco. Sabe al lejía, no es tan bueno el fondo como la forma y debo aceptar sus reparos y sus gorgojos al sentir el torrente seminal enmadejándose en la campanilla. Avisárlas, no las aviso, pero consiento que lo escupan y se atoren, que los ojos se les pongan vidriosos y mascullen un "joputa" al borde del ahogo.
Chuparse la polla no es más afeminado que sacudirse la sardina o masturbarse, oh gloria bendita, con un dedo escarbando en el ojete. Entre nuestro cuerpo y nosotros mismos no hay homosexualidad posible, da igual si nos da por orinarnos en encima o aplicarnos descargas eléctricas en los huevos hasta que la piel del escroto se deshoje por el suelo hecha trizas. Podría clonarse y una vez convertido mi culo en solaz y desahogo para el ciclopeo rabo de mi doble, conservar intacta mi heterosexualidad. Con los gemelos también se aplica esta norma y, en ciertas culturas, con los mellizos, hermanos y compañeros de litera.