Übermensch
Novato de mierda
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- 17 Dic 2010
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Esta proposición teóricamente enunciada por el rey de los judíos ha sido erróneamente interpretada por sus seguidores a lo largo de los siglos. La errónea interpretación parte de que una de las premisas se presupone sin previa demostración. Ama a los demás mucho, pues se supone que te quieres mucho a ti mismo. Habiendo supuestamente permanecido toda su vida al lado de los humildes y de los débiles, y predicando la puesta de la otra mejilla, no pudo ver el error de aplicar semejante mandamiento con personas que, dada su naturaleza, son incapaces de saber amar a otra persona. Esto influye no ya sólo en las relaciones familiares o de amistad, sino en aquellas que preocupan a gran parte de los moradores de este sitio: las de pareja.
Muchos dirán que ya se aman a sí mismos, y que en eso no consiste el problema, sino en la común frustración producida por el fracaso reiterado a la hora de alcanzar relaciones de pareja adecuadas. Ellos piensan que, dado que teóricamente llevan una vida satisfactoria en el resto de factores -creyéndo así que se aman a sí mismos-, el hecho de no conseguir algo tan básico y común en tantas otras personas como es el amor hace que sea inevitable la frustración, siendo agravante el hecho de que dichas frustraciones sean continuadas en el tiempo. La realidad es que parte de la sostenibilidad de esa supuesta vida satisfactoria la han sustentado inconscientemente en la expectativa de construir una relación, un factor que es externo a ellos mismos, siendo una paradoja pretender crear una armonía en pareja sin que exista previamente armonía individual.
La actitud que conlleva a la frustración es similar en muchas ocasiones a la de un avestruz. Cuando creen estar sobreponiéndose a ella no están sino escondiendo inconscientemente la cabeza en su propio agujero, creyendo con entrañable ingenuidad que están cómodos en él. Tras un tiempo deciden que en realidad quieren salir, pero al comprobar que lo que hay fuera es exactamente idéntico a lo que había antes de esconderse, vuelven a meter la cabeza de nuevo. Al final no es que no puedan encontrar nada ahí fuera, es que lo que más conocen es el agujero.
La afirmación inicial debe invertirse. Ámate a ti mismo y así te amarán también los demás. Si bien ideas similares se han manejado en este lugar, se interpreta demasiado a menudo equívocamente el concepto del amor propio. Amarse a uno mismo está lejos de pedanterías o injustificadas emanaciones de soberbia, pretendiendo que hay algún atractivo en ello. Amarse a uno mismo significa aprender a vivir con las limitaciones inherentes a nuestra propia condición, y explotar las virtudes que sí son manejables por nosotros mismos. Vivir como si se hubiese de vivir la misma vida de nuevo, aceptando así todas y cada una de las decisiones tomadas, no pudiendo pretender por tanto que la satisfacción general derivada de las mismas dependa -aunque pueda influir- de terceras personas. Lo contrario repercute en las propias relaciones que se pretenden conseguir, pues no en vano todo atisbo de desarmonía interna se transmite poderosamente a través de cientos de detalles cuando se establece cualquier relación, deteriorando su potencial.
Sólo cuando esto cale realmente en las mentes de los aludidos, no como un concepto más que se maneja -y se ha manejado en repetidas ocasiones- en un lugar de discusión como este, sino como una poderosa verdad y el pilar de la raíz del problema, estarán preparados para solucionarlo. Y es entonces cuando se eliminarán resistencias que antes se creían inquebrantables, y no sólo será más sencillo obtener ese amor que tanto se busca, y que podrá ser más duradero -o no- que otros, sino que éste será motivo real de júbilo, y no la base con la que poder cesar la tristeza.
Muchos dirán que ya se aman a sí mismos, y que en eso no consiste el problema, sino en la común frustración producida por el fracaso reiterado a la hora de alcanzar relaciones de pareja adecuadas. Ellos piensan que, dado que teóricamente llevan una vida satisfactoria en el resto de factores -creyéndo así que se aman a sí mismos-, el hecho de no conseguir algo tan básico y común en tantas otras personas como es el amor hace que sea inevitable la frustración, siendo agravante el hecho de que dichas frustraciones sean continuadas en el tiempo. La realidad es que parte de la sostenibilidad de esa supuesta vida satisfactoria la han sustentado inconscientemente en la expectativa de construir una relación, un factor que es externo a ellos mismos, siendo una paradoja pretender crear una armonía en pareja sin que exista previamente armonía individual.
La actitud que conlleva a la frustración es similar en muchas ocasiones a la de un avestruz. Cuando creen estar sobreponiéndose a ella no están sino escondiendo inconscientemente la cabeza en su propio agujero, creyendo con entrañable ingenuidad que están cómodos en él. Tras un tiempo deciden que en realidad quieren salir, pero al comprobar que lo que hay fuera es exactamente idéntico a lo que había antes de esconderse, vuelven a meter la cabeza de nuevo. Al final no es que no puedan encontrar nada ahí fuera, es que lo que más conocen es el agujero.
La afirmación inicial debe invertirse. Ámate a ti mismo y así te amarán también los demás. Si bien ideas similares se han manejado en este lugar, se interpreta demasiado a menudo equívocamente el concepto del amor propio. Amarse a uno mismo está lejos de pedanterías o injustificadas emanaciones de soberbia, pretendiendo que hay algún atractivo en ello. Amarse a uno mismo significa aprender a vivir con las limitaciones inherentes a nuestra propia condición, y explotar las virtudes que sí son manejables por nosotros mismos. Vivir como si se hubiese de vivir la misma vida de nuevo, aceptando así todas y cada una de las decisiones tomadas, no pudiendo pretender por tanto que la satisfacción general derivada de las mismas dependa -aunque pueda influir- de terceras personas. Lo contrario repercute en las propias relaciones que se pretenden conseguir, pues no en vano todo atisbo de desarmonía interna se transmite poderosamente a través de cientos de detalles cuando se establece cualquier relación, deteriorando su potencial.
Sólo cuando esto cale realmente en las mentes de los aludidos, no como un concepto más que se maneja -y se ha manejado en repetidas ocasiones- en un lugar de discusión como este, sino como una poderosa verdad y el pilar de la raíz del problema, estarán preparados para solucionarlo. Y es entonces cuando se eliminarán resistencias que antes se creían inquebrantables, y no sólo será más sencillo obtener ese amor que tanto se busca, y que podrá ser más duradero -o no- que otros, sino que éste será motivo real de júbilo, y no la base con la que poder cesar la tristeza.