No hace mucho he sabido de la curiosa historia de dos lesbianas empeñadas en tener un descendiente. Sus deseos tenían tanta intensidad que hicieron un esfuerzo económico para acudir a bancos de semen en los que ser inseminadas y ver así cumplido su sueño. No lograron quedar embarazadas y el presupuesto se les acabó.
Una de ellas alumbró la idea de realizar una fecundación in vitro casera, así que, ni cortas ni perezosas, recurrieron a un amigo homosexual suyo, muy homosexual y muy amigo. Un dechado (o techado para que algunos me entiendan) de virtudes. Convencieron al chaval para que acudiera de manera regular a su hogar los días en que alguna de las dos ovulaba; una vez allí, con su material pornográfico correspondiente, el muchacho eyaculaba en un colador que vertía el semen en una jeringuilla y, acto seguido, la ovulante procedía a la autoinseminación, no in vitro sino ipso facto.
Hete aquí que, por irónicos azares del destino, el feliz desenlace que no pudieron conseguir la ciencia y la tecnología, fue logrado con mañas caseras y esperma de maricón. Se cumplió el plazo habitual y una de ellas alumbró un retoño sin defecto alguno... y sin olor o sabor a plástico.
Ahora viene lo curioso: el sodomita al ver la criatura se enterneció y cambió su decisión de renunciar a todo derecho paterno. Aquella criaturita era tan mona que él no podía abandonarla. Pronto comenzaron los roces, las peleas y los enfados donde al principio reinaba la concordia, la camaradería gay y el progresismo social. Piénselo ustedes, dos madres lesbianas, un padre homosexual y, sobre todo, seis abuelos que no pensaban serlo, dada la desviada inclinación de sus vástagos, tarifando por el niño, una criaturita más disputada que el voto del Señor Cayo.
Estas cosas suceden por remar contra natura. Aun así, lo peor del asunto, es que será el hijo quien sufra las peores consecuencias de la irresponsabilidad y el capricho de sus (múltiples) progenitores. No creo que ninguno de ustedes quisiera una familia así, una circunstancia que le marcará de por vida.