Yo tengo ya cuarenta y cinco, mis sienes y la barba blanca que suelo llevar sin afeitar la mayoría del año excepto el verano. Todavía me peino, aunque ya no tengo la cabellera que lucía antes. Por supuestísimo, no tengo el cuerpo de élite del amigo Truño, ni voy con un descapotable por la vida, pero tengo ahora mismo mejor cuerpo que la mayoría de treintañeros de mi entorno. Mejor no hablemos de los cuarentones.
De vez en cuando cae alguna treintañera. No han sido tampoco unas top models pero sí de cuerpo normal. Y sin tener que hacer grandes alardes ni mucho menos tener que desplazarme a otros países. También podrían caer muchas más cuarentonas, que anda que no tengo amigos imaginarios y sobre todo sus señoras que me proponen quedar con amigas o familiares suyas separadas o divorciadas, que por supuestísimo, están en su mejor edad y me lo van a dar todo por nada. Pero yo es que paso de eso, porque sé que aún puedo estirar la goma con las treintañeras locales. Quizás con suerte unos cinco años más o menos.
La mayoría de treintañeros solteros no están mazados ni tienen cuerpo de élite. Los mazados son la excepción en todas las edades. La realidad es que casi todos tienen ya sobrepeso, muchos van encadenando trabajos temporales y otras muchas veces en realidad son parados de ésos que ahora llaman fijos discontinuos. Y con canas o sin ellas, por regla general tienen asomando bastante más cartón que yo. Evidentemente, en las matemáticas simples de la edad tengo todo que perder si me comparo con ellos. Pero en el resto, no.
Y ya puestos a comparar, puedo compararme con el amigo Truño. Físicamente voy varios escalones por debajo y sólo puedo decir que está desperdiciando de forma idiota su tiempo. Un funcionario cuarentón con cuerpo de élite, pelo, algo de jeta y moviéndose en una ciudad como Sevilla no debería tener ningún problema para calzarse treintañeras de forma constante, y poder sustituirlas conforme se canse de ellas o ellas de él sólo por la demografía. Incluso con la rémora de Sancho a su lado.