Hola, mi idea es abrir un poco mi corazón para pillar algo con alguna florera. Voy a intentar mostrarme atractivo a vuestros ojos y tal. He dejado la bandeja de mensajes privados como una patena a la espera de recicibir el aluvión de mensajes que llegarán tras este hilo. Me gusta viajar pero prefiero que seais vosotras las que vengais a verme, os puedo dejar una habitación en mi casa para cuando acabemos, es que me gusta dormir solo.
Voy a contar como acabé con mi última relación seria:
Cuando te sientes mal o solo, cuando crees que nadie te entiende, esas veces que sientes que nadie te da la oportunidad de darte a conocer, que la vida avanza a una velocidad y tú a otra, cuando sientes que estás en un andén y todos los trenes van tan llenos que no puedes entrar a ninguno. En esos momentos piensas: Yo solo quiero a alguien que me quiera, a una buena persona. Las buenas personas no son algo que abunde, en toda nuestra vida a lo sumo topamos con un par. Algunos queremos a una chica con las tetas grandes; otros a una chica elegante y con clase, otros todo lo contrario; otros a una que nos haga reir; o a una que nos enseñe cosas nuevas, o una tan tonta que a su lado tú parezcas más inteligente de lo que eres. Lo que sea. Pero todos estamos de acuerdo en algo. Ha de ser buena persona. Vale, esta chica era, sobre todo, una buena persona.
Yo, desde que salí de la relación más importante de mi vida, sobre todo por el modo en que acabó, que sin duda ha marcado tanto mi carácter como tres infancias juntas, tenía muy claro que no quería volver a entrar en ninguna otra relación. Una cosa llevó a la otra, pasó el tiempo y quedó claro que ya no éramos amigos, amantes o cualquier otra cosa, éramos una pareja. Aunque jamás lo hablamos, ella me llegó a conocer tan bien que sabía que debía obviar el tema. Yo no vivía en una burbuja, sabía que era mi novia y ella sabía que yo era su novio. Ella evitaba preguntarme por el estado de nuestra relación y esas bobadas que tan bien se les dan a las mujeres. Lo hacía tal vez por miedo a espantarme, por no hacerme daño, por lo que sea. El caso es que teníamos una relación muy adulta, muy sana, casi perfecta. Y, qué cojones, cuando tienes más de trece años resulta muy pueril preguntarle a una chica si quiere salir contigo.
Yo por esa época me seguía viendo con una ex novia. No era algo que ocultara, éramos amigos. También follábamos alguna vez. Eso si lo ocultaba. Esta chica, la antigua novia, celebraba algo una noche. Yo tenía planes con la actual, pero le comenté que era un día especial para aquella chica y no puso ninguna pega en que acudiéramos al mismo sitio. La noche no fue mal. Bueno sí, cuando creía que nadie miraba, mi ex me dió un beso agarrándome el paquete.
Ella se cogió un buen berrinche. Sus reproches o la ira que utilizó contra mí no eran, ni de lejos, comparables al infierno que desaté en su interior. Se sentía tan humillada, tan desvalida, tan jodidamente triste. Y era incapaz de insultarme, de pegarme, de gritarme. Solo quería que yo la abrazara y le dijera que todo estaría bien. Fue al día siguiente cuando me dí cuenta de todo. De que yo no la quería, que yo no podía estar con ella ni con ninguna otra, que le estaba haciendo daño, haciédole perder el tiempo, el orgullo y la dignidad. Le dije que no podía estar con ella, que ni siquiera podía mirarla a la cara, me temblaban las piernas de congoja y vergüenza, joder. En ese momento, o tal vez la noche anterior, en ella creció un sentimiento de dependencia hacia mí. Estoy seguro de que no fue antes. Vale, teníamos ya una estabilidad importante, cierta monotonía y seguridad, eso que da una pareja estable, pero estoy seguro de que su felicidad no dependía tanto de mí como en esa mañana.
No pude dejarla. Ni esa ni las tres o cuatro veces siguientes que lo intenté. Al final me acababa por convencer o yo me daba por vencido.
Aproveché que me largaba unos meses fuera. Se suponía que seguíamos juntos. Dejé de llamarla. Sus llamadas se fueron espaciando en el tiempo. Un día fue el último que me llamó. Cuando volví a su ciudad me la encontré una noche. Se emborrachó y me buscó. Me la follé por el culo y me corrí en su cara. Me preparó el desayuno. No la llamé tampoco esa vez.
Ahora es un fantasma, uno de esos monstruos que viven en nuestros armarios. Muchas veces he estado tentado de llamarla o de escribirle algo. Pedirle perdón de una puñetera vez. Decirle que no es ella, que soy yo, que no es su culpa. Es mi puta cabeza, en la que nada funciona como debería. Es la vida, que reparte las cartas, a unos les tocan dos ases, a ella le salió mi carta, una mano mala. Pero no he querido nunca hacerla volver a pasar el mal trago de tener que saber de mí. Sería una basura autocomplaciente, una manera de exculparme o de sacar la mierda que me atormenta y lanzársela a ella. Es mi culpa, yo lo jodí todo y yo debo lidiar con esto, no sería justo echar sobre sus hombros ni un pedacito. No puedo decirle: ey, aún me acuerdo de ti, de lo bien que me hacías sentir, lo mucho que me gustaba mirarte, dios, eres tan guapa, yo fui un cabrón insensible, un ser despreciable, absuélveme para que pueda desprenderme de la culpa y seguir adelante, vamos, sé buena chica. O tal vez no lo hago porque aún con todo me puedo consolar pensando que soy capaz de no hacerle aún más daño, si eso es posible.
En fin, ya estoy listo para vuestras propuestas de sexo casual, noviazgo o matrimonio.
Voy a contar como acabé con mi última relación seria:
Cuando te sientes mal o solo, cuando crees que nadie te entiende, esas veces que sientes que nadie te da la oportunidad de darte a conocer, que la vida avanza a una velocidad y tú a otra, cuando sientes que estás en un andén y todos los trenes van tan llenos que no puedes entrar a ninguno. En esos momentos piensas: Yo solo quiero a alguien que me quiera, a una buena persona. Las buenas personas no son algo que abunde, en toda nuestra vida a lo sumo topamos con un par. Algunos queremos a una chica con las tetas grandes; otros a una chica elegante y con clase, otros todo lo contrario; otros a una que nos haga reir; o a una que nos enseñe cosas nuevas, o una tan tonta que a su lado tú parezcas más inteligente de lo que eres. Lo que sea. Pero todos estamos de acuerdo en algo. Ha de ser buena persona. Vale, esta chica era, sobre todo, una buena persona.
Yo, desde que salí de la relación más importante de mi vida, sobre todo por el modo en que acabó, que sin duda ha marcado tanto mi carácter como tres infancias juntas, tenía muy claro que no quería volver a entrar en ninguna otra relación. Una cosa llevó a la otra, pasó el tiempo y quedó claro que ya no éramos amigos, amantes o cualquier otra cosa, éramos una pareja. Aunque jamás lo hablamos, ella me llegó a conocer tan bien que sabía que debía obviar el tema. Yo no vivía en una burbuja, sabía que era mi novia y ella sabía que yo era su novio. Ella evitaba preguntarme por el estado de nuestra relación y esas bobadas que tan bien se les dan a las mujeres. Lo hacía tal vez por miedo a espantarme, por no hacerme daño, por lo que sea. El caso es que teníamos una relación muy adulta, muy sana, casi perfecta. Y, qué cojones, cuando tienes más de trece años resulta muy pueril preguntarle a una chica si quiere salir contigo.
Yo por esa época me seguía viendo con una ex novia. No era algo que ocultara, éramos amigos. También follábamos alguna vez. Eso si lo ocultaba. Esta chica, la antigua novia, celebraba algo una noche. Yo tenía planes con la actual, pero le comenté que era un día especial para aquella chica y no puso ninguna pega en que acudiéramos al mismo sitio. La noche no fue mal. Bueno sí, cuando creía que nadie miraba, mi ex me dió un beso agarrándome el paquete.
Ella se cogió un buen berrinche. Sus reproches o la ira que utilizó contra mí no eran, ni de lejos, comparables al infierno que desaté en su interior. Se sentía tan humillada, tan desvalida, tan jodidamente triste. Y era incapaz de insultarme, de pegarme, de gritarme. Solo quería que yo la abrazara y le dijera que todo estaría bien. Fue al día siguiente cuando me dí cuenta de todo. De que yo no la quería, que yo no podía estar con ella ni con ninguna otra, que le estaba haciendo daño, haciédole perder el tiempo, el orgullo y la dignidad. Le dije que no podía estar con ella, que ni siquiera podía mirarla a la cara, me temblaban las piernas de congoja y vergüenza, joder. En ese momento, o tal vez la noche anterior, en ella creció un sentimiento de dependencia hacia mí. Estoy seguro de que no fue antes. Vale, teníamos ya una estabilidad importante, cierta monotonía y seguridad, eso que da una pareja estable, pero estoy seguro de que su felicidad no dependía tanto de mí como en esa mañana.
No pude dejarla. Ni esa ni las tres o cuatro veces siguientes que lo intenté. Al final me acababa por convencer o yo me daba por vencido.
Aproveché que me largaba unos meses fuera. Se suponía que seguíamos juntos. Dejé de llamarla. Sus llamadas se fueron espaciando en el tiempo. Un día fue el último que me llamó. Cuando volví a su ciudad me la encontré una noche. Se emborrachó y me buscó. Me la follé por el culo y me corrí en su cara. Me preparó el desayuno. No la llamé tampoco esa vez.
Ahora es un fantasma, uno de esos monstruos que viven en nuestros armarios. Muchas veces he estado tentado de llamarla o de escribirle algo. Pedirle perdón de una puñetera vez. Decirle que no es ella, que soy yo, que no es su culpa. Es mi puta cabeza, en la que nada funciona como debería. Es la vida, que reparte las cartas, a unos les tocan dos ases, a ella le salió mi carta, una mano mala. Pero no he querido nunca hacerla volver a pasar el mal trago de tener que saber de mí. Sería una basura autocomplaciente, una manera de exculparme o de sacar la mierda que me atormenta y lanzársela a ella. Es mi culpa, yo lo jodí todo y yo debo lidiar con esto, no sería justo echar sobre sus hombros ni un pedacito. No puedo decirle: ey, aún me acuerdo de ti, de lo bien que me hacías sentir, lo mucho que me gustaba mirarte, dios, eres tan guapa, yo fui un cabrón insensible, un ser despreciable, absuélveme para que pueda desprenderme de la culpa y seguir adelante, vamos, sé buena chica. O tal vez no lo hago porque aún con todo me puedo consolar pensando que soy capaz de no hacerle aún más daño, si eso es posible.
En fin, ya estoy listo para vuestras propuestas de sexo casual, noviazgo o matrimonio.